Defensa de Schweitzer

Resumen del discurso de don Carlos Vicuña pronunciado en la Asamblea de Profesores en defensa de Daniel Schweitzer.

Señor Presidente, compañeros:

Dos son los puntos fundamentales del discurso del señor Bari en defensa del régimen militar: por una parte ha tratado de probarnos que no se ha conculcado ninguna libertad, ni mucho menos la de prensa, y por la otra que la medida de deportación tomada contra Daniel Schweitzer es justa y necesaria. Las interrupciones violentas que surgieron innumerables y airadas de los cuatro ámbitos de la sala para aducir hechos concretos y múltiples, de todos conocidos, de atropello a la libertad de imprenta, dejaron a todos convencidos, a mi juicio, de que no es dable sostener que se haya respetado esta libertad. De esos hechos me bastará escoger uno, el más característico, que es el aducido por don Isaac Labarca: en la noche del 26 al 27 de Septiembre después de la publicación viril de “Los Tiempos” del día 26, cuajadas de protestas por el atentado inaudito cometido contra Schweitzer, estaba preparado, y en parte impreso, el número de “La Nación” correspondiente al 27, lleno también de protestas indignadas, de la redacción y de numerosos escritores oficiosos, cuando súbitamente a las dos de la madrugada dos altos oficiales del ejército, el Mayor Díaz y otro más, se presentaron a “La Nación”, exigiendo que les mostrasen las pruebas de los artículos que iban a publicar al día siguiente, señalaron los que no debían publicarse y machetearon– es la expresión del Sr. Labarca– las composiciones preparadas para la impresión y llevaron su impudicia hasta exigir la publicación del artículo torpe y desgraciado de don Marmaduque Grove, el filósofo oficial del ejército vencedor en la jornada del 5 de Septiembre. Ante un hecho tan claro, tan patente, tan grosero, tan notorio, no es dable sostener que no se ha atropellado la libertad de la prensa. Yo quiero sin embargo hacer una salvedad: el hasta ayer capitán Bari acaba de declarar que él es el jefe del “Comité de Prensa” del Ejército y que en tal carácter él jamás ha ejercido ni el más mínimo acto de violencia sobre las publicaciones periódicas. Yo le creo al Sr. Bari: hago fe a su palabra de hombre y de militar, reconozco que seguramente él personalmente no ha atropellado la libertad de imprenta, no ha dado ni menos intimado orden alguna de conculcar esta libertad; pero reconocerá la Asamblea que por más mesura personal que haya gastado en este punto el presidente del “Comité de Prensa del Ejército”, los atropellos flagrantes, violentos, groseros, audaces se han cometido y lo que es más grave, han conseguido todo su objeto de amordazar a la opinión, y han quedado impunes. Y esto último es un punto de gran trascendencia porque la característica de los Gobiernos despóticos no es tanto la existencia del abuso que existe en todos los regímenes, sino la irresponsabilidad de sus autores, la impunidad cierta, ineludible, vencedora y oprobiosa de los crímenes del Gobierno. Y no solamente quedan impunes, sino que son alabados y justificados por las mentiras y sofismas que suscita por doquiera el servilismo en favor de los poderosos. Una prueba evidente de ello es la deportación de Daniel Schweitzer crimen agravado por la forma inhumana y vejatoria en que fue cometido, y que sin embargo ha encontrado un hombre de talento y de cultura como el Sr. Bari para tratar de justificarlo y defenderlo. Ha dicho el Sr. Bári que no es su ánimo, que no desea tratar esta cuestión desde el punto de vista jurídico, que desea colocarse en un terreno estrictamente moral para juzgar esta cuestión. Yo quiero seguirlo en el terreno moral, de la apreciación de los hechos a la luz de los sentimientos, y prescindir del aspecto jurídico de la cuestión, aspecto bajo el cual me sería excesivamente fácil la victoria ya que son manifiestos los atropellos de que fue víctima Daniel Schweitzer. Miremos solo los hechos afirmados por el Capitán Bari y para juzgarlos prescindamos de la ley positiva que los juzga. El primer cargo que ha hecho el Sr. Bari a Daniel Schweitzer es el de ser anti chileno. Este cargo carece hasta de lógica, carece de lo que se llama la verdad formal. Hace algunos minutos el Sr. Bari conversando conmigo sobre sus ideas me ha dicho que él ha sido profesor de lógica. En este carácter debe saber que cuando hay verdad formal puede faltar o no la verdad real; pero que si falta la verdad formal falta necesariamente la verdad real. Por ejemplo, si alguien afirma que ha comido ayer en casa de su amigo Pedro, la verdad de esta proposición puede existir o no, ya que no hay ninguna razón de lógica formal que se oponga a ella; pero si alguien afirma que con un dibujante muy experto ha conseguido dibujar un triángulo de cuatro lados, podemos jurar desde el primer momento que esto es imposible y no necesitaremos para ello ir a ver el pretendido dibujo, porque hay una razón de lógica formal que se opone a la verdad de este hecho, ya que los triángulos de cuatro lados no existen, y es contradictoria la idea de triángulo con la idea de cuatro lados. Exactamente lo mismo pasa con el cargo de anti-chileno hecho a Daniel Schweitzer: es contradictorio con una enorme suma de hechos establecidos, que lo hacen imposible. Daniel Schweitzer nacido en Buenos Aires se vino a Chile con su familia a los once años de edad, aquí creció, aquí se educó, aquí despertó su espíritu, nacieron sus afectos de familia de amistad o de amor, aquí hizo sus humanidades, en el Liceo de Valparaíso; en la Escuela de Medicina de Santiago estudió el primer año de medicina y luego en Valparaíso, cursó Derecho. aquí se recibió de Abogado, aquí ha ejercido esta profesión con el brillo y abnegación que todos conocemos; y aquí ha convivido con los hombres e ideas de esta tierra, interesándose por todos sus problemas sociales y morales. La vida privada y pública de Daniel Schweitzer es de todos conocida y no hay en toda ella ni un solo rasgo, ni un solo antecedente, ni una solar presunción que permita suponer siquiera que fuera anti chileno. Y aquí quiero advertir que no deseo mirar el aspecto jurídico de este cargo de anti-chileno, verdaderamente deleznable ni tampoco subrayar que siendo él del orden subjetivo, del fuero interno, de los sentimientos no puede él dar motivo a persecuciones de ninguna especie, ya que tales persecuciones de la vida espiritual constituyen la más afrentosa e infame de las tiranías. Para el positivismo el mal más grave que aqueja a las sociedades modernas es la confusión de los dos poderes, espiritual y temporal en que consiste precisamente la tiranía. A causa de la desorientación filosófica de los tiempos modernos, los poderes temporales tienden a absorber a los espirituales y se arrogan la facultad de legislar y de juzgar, y hasta la de inquirir las ideas y sentimientos íntimos y perseguirlos como crímenes. Esto es la tiranía y no otra cosa, y bastaría esta justificación que un miembro de la Junta Militar hace de la deportación del Daniel Schweitzer para repudiar el régimen que la ha decretado como el mayor de los males públicos que es posible concebir y tolerar. Parecido al cargo de anti-chileno, aunque en cierto sentido contradictorio como él, es el cargo de anti-patriota que también ha formulado contra Daniel Schweitzer el Sr. Capitán Bari. Es también un cargo del orden subjetivo, relativo a las ideas y sentimientos de Daniel Schweitzer sobre el cual no quiero repetir lo que acabo de expresar en orden a la completa incompetencia de los poderes políticos para juzgarlo. Quiero colocarme por el contrario, nuevamente en el terreno moral, como dice el Sr. Bari y demostrar a la luz de los hechos que tal cargo es completamente falso. He convivido íntimamente con Daniel Schweitzer durante varios años, he estado con él día a día, momento a momento y puedo asegurar que conozco sus ideas y sus sentimientos y puedo asegurar que no hay en ellos nada que sea contrario a la idea de patria, aun cuando para él la idea de patria no sea la noción primitiva y grosera del amor a la tierra, sino el amor a las cosas espirituales y sociales que forman el lazo de unión entre los hombres de una misma nación. El patriotismo es el amor a la historia y a las instituciones y en tal sentido Schweitzer es mucho más patriota que los militares que en un momento de inconsciencia destruyeron una centuria de vida republicana tan sólo porque se imaginaron que nada puede contrarrestar a la fuerza de las armas. Ni siquiera era Schweitzer un anti-patriota en el sentido estrecho que se ha dado a esta palabra, de enemigo resuelto de determinada política internacional del Gobierno de Chile. Si todavía se me hiciera a mí ese cargo... pero a Schweitzer! Sabido es que en 1921 yo defendía en la Federación de Estudiantes y posteriormente en un libro, la tesis de política internacional respecto de la conveniencia de devolver Tacna y Arica al Perú. Creía entonces y creo todavía que la única manera de asegurar de modo duradero la paz internacional es esta solución del viejo problema. Estimo además que la profunda degradación moral que tiene gangrenada a nuestra patria y que ha hecho posible el triunfo de la conspiración militar que estalló el 5 de Septiembre, arranca del gran crimen internacional cometido en 1879 y la necesidad política de justificar aquellos actos de despojo por medio de engaños o sofismas; estimaba y estimo que la única manera de regenerar a nuestra patria es reconocer y enmendar sus errores internacionales de los cuales arranca toda la perturbación moral y consecuencialmente política de nuestro país. Tales ideas han sido calificadas de anti-patrióticas, concepto pequeño y menguado de gentes que tienen interés en no comprender. Pues bien: Schweitzer no participaba de estas ideas. A causa de su juventud y de una menor disciplina positiva en su espíritu él nunca llegó a adherir a mis ideas sobre el particular, y aún creyó que era sólo el gobierno el llamado a hallar y aplicar la fórmula doctrinaria de la solución para el viejo litigio del Norte. Y no se crea que estoy inventando por defenderlo: en los archivos de la “Federación de Estudiantes” y en mi libro “La Libertad de Opinar y el Problema de Tacna y Arica” está expuesta y comprobada esta apreciación de Schweitzer. De todo lo cual se desprende que aún aplicando a Schweitzer el más estrecho y mezquino criterio nacionalista, nada hay ni en sus ideas, ni en sus sentimientos, ni en sus actividades que pueda dar motivo para llamarlo anti-patriota. Cuanto más para basar en una imputación semejante una medida tan infame e inhumana con la de deportación que los gobernantes militares de facto le han aplicado, sin proceso, sin oírlo, sin sujeción a la ley y sin tener siquiera la humanidad de intimarle la medida para que se preparara para el viaje y que se despidiera de los suyos. El otro cargo que el Sr. Bari ha hecho a mi amigo Daniel Schweitzer, es el de ser disolvente. Es esta palabra vaga en extremo y casi nada significa, pero yo voy a tratar de desentrañarle su sentido y a demostrar que también este cargo es falso, buscado a última hora, para tratar de justificar el atropello cometido. Schweitzer no era disolvente ni en ideas, ni en sentimientos ni en actividades. Era al contrario un individuo eminentemente constructor y de alto valer social. En materia de ideas sólo pudieran ser llamados disolventes los anarquistas puros, los estirnianos partidarios del “Único y su propiedad”, que no reconocen valor a norma alguna social que prevalezca sobre la soberanía del yo. Schweitzer estaba muy lejos de tales doctrinas: no era anarquista de ninguna secta, no era ni siquiera socialista. Su ideología sistemática no estaba todavía bien formada y más bien tenía simpatías por el Positivismo, que es una doctrina eminentemente social y convergente y enemiga sistemática de toda inútil destrucción. Suya es la máxima: sólo se destruye lo que se reemplaza. Y si no era disolvente en ideas, menos lo era en sentimientos. Individuo eminentemente sociable, buscaba la amistad y el afecto y dedicaba todos los latidos de su corazón a su familia y a sus amigos. Y en cuanto a la actividad de Daniel Schweitzer nada más noblemente convergente y nada más lejos de la disolvencia moral que ese le imputa. Muy joven, estudiante todavía, su trabajo y su talento le dieron una holgada situación y consiguió ahorrar algunos miles de pesos, pero un revés de la fortuna sufrido por su padre lo hizo desprenderse de cuanto poseía en favor de su padre anciano y arruinado, incrementar luego su trabajo y subvenir con su esfuerzo al sostén de toda una numerosa familia: padre, madre, hermanos y hermanas menores. Y en esta tarea, que ha durado muchos años, le ha sorprendido la infame deportación y la acusación de disolvente que se le hace por la espalda. Daniel Schweitzer no sólo sostuvo a los suyos; educó a sus hermanos y a su esfuerzo y sacrificio se debe que su hermano menor haya conseguido recibirse de médico y pueda desde hace unos cuantos meses, coadyuvar a la tarea de mantener la casa común. Y a este hombre, que así vive en la edad de la juventud y de las ilusiones, que así se sacrifica y se abnega por los suyos, se le llama disolvente, y note el Sr. Capitán Bari que no solo Daniel Schweitzer se sacrificaba por su familia: también se sacrificaba por el bien social: son innumerables los pobres que él defendía gratuitamente y con sacrificio hasta de su propio porvenir pues la defensa de los que tienen hambre y sed de justicia, de los pobres, desheredados a quienes persigue la fobia de los capitalistas iracundos, atrae el rayo sobre la cabeza de los defensores. Defensa de Schweitzer es el proceso de los subversivos, el de San Gregorio, el de Puerto Natales y el de tantos y tantos otros. ¿Qué significa este cargo de disolvente si se puede aplicar a un hombre de tanto espíritu social como Daniel Schweitzer? O esta palabra no tiene ningún sentido o es un pobre sofisma explicatorio hecho a posteriori para disfrazar la verdad del atropello incalificable! También el Sr. Bari le ha hecho el cargo de ser peligroso. ¿Peligroso para qué? ¿Peligroso para el orden político existente? ¡Tan deleznable es este orden político apoyado por 25.000 hombres armados hasta los dientes, que uno solo inerme los hace temblar? ¿Por qué era peligroso? ¿Por qué era talentoso y elocuente? ¿Por qué había hecho mucho bien al proletariado y este se lo agradecía y le manifestaba adhesión? Entonces todo hombre superior es peligroso para este régimen de espionaje, de tiranía, de hipocresía y de bajeza, que han implantado los militares. Pero no hay tal. Schweitzer no era peligroso para el bien social; era al contrario, útil, y su presencia en caso de un conflicto, que será inevitable entre los militares y el pueblo, habría servido para amortiguar el choque, para apaciguar a los exaltados para dar una nota de humanidad en medio de los ardores de la lucha. Los hombres de espíritu y de ideales no son peligrosos sino para los malvados y criminales, que temen con razón que la palabra de los apóstoles acelere su caída inevitable. Hombres peligrosos son los militares: están armados y lo que es peor, dispuestos a sacar el sable para imponer su voluntad, la cual solo prospera por el miedo que infunden en las masas populares. Prueba de que son peligrosos lo vemos en la destrucción de toda nuestra vida republicana, Presidente, Congreso, Tribunales, prensa, libertad, desmoronada al menor ruido de sus sables amenazantes. Y no se extrañe que se hayan desmoronado y disgregado esas fuerzas espirituales, porque, la fuerza ciega nada respeta y a su paso furibundo y desatado no puede resistir la fuerza moral. Pero ella no muere: revivirá, se organizará y tendrá a su servicio nuevas fuerzas físicas que sustituyen a las que le fueron infieles, y entonces éstas, faltas de razón y de justicia, serán precipitadas a su turno por las fuerzas populares renovadas. El sacrificio de Schweitzer no impedirá este fenómeno fatal, porque los hechos sociales no se atajan con torpes medidas individuales. El hombre se agita y la humanidad lo conduce. A falta de Schweitzer, otros hombres predicarán la verdad y otros organizarán la resistencia. Pero no solamente es falso este hecho de la conspiración, sino que él es absurdo y falto de toda lógica formal. Los únicos que pueden conspirar y han conspirado efectivamente son los militares. Vasta fue su conspiración y de resultados patentes y reales. Los civiles no podemos conspirar porque la conspiración supone el concierto secreto de los jefes para una insurrección, y los civiles no tenemos soldados que nos obedezcan ciegamente, por razón de simple disciplina, como los militares. Dos son los tipos fundamentales de revuelta armada: la conspiración y la asonada o rebelión popular. La primera es el tipo militar: para ella basta el concierto de los jefes, el acuerdo privado y secreto de los conjurados; para la segunda se necesita el alzamiento en masa, pública e irresistible, del pueblo entero; el cual no obedece por disciplina sino que es colectivamente arrastrado por convicción y por sentimiento. Los civiles no tenemos soldados que nos obedezcan; si estamos descontentos con la tiranía y queremos reemplazarla violentamente, no nos queda otro camino que la rebelión abierta y franca, la cual no puede hacerse sin el estremecimiento social, sin la honda psicológica, sin la pasión popular exacerbada por la tiranía, por la injusticia o la miseria. Y estas rebeliones públicas, que serán seguramente las que acaben con el régimen militar si este no abandona su política de tiranía y de engaños, son incontenibles, como todo movimiento verdaderamente social. Cuando la medida esté colmada, cuando el cansancio agobie a los hombres, cuando el descontento los una a todos, cuando la miseria y la injusticia los abrume, el pueblo se alzará en grandes masas y será incontenible. Ni armas necesitará porque entonces los martillos, los chuzos, las palas, los palos, las piedras servirán de armas suficientes y el temor solamente bastará para que los militares vuelvan a sus cuarteles de donde no debieron haber salido nunca a destruir las instituciones de la Patria. Y ni aun esas armas serán necesarias: bastará la huelga civil republicana, un paro general de todas las actividades, de los Tribunales, oficinas, comercio, industria, agricultura y minas, bastarán los brazos caídos, la pasividad formidable de la gente libre, que se niegue a la servidumbre infame para que los militares abandonen el gobierno de una máquina social, cuyos delicados resortes de seguridad, de libertad y de justicia, no saben manejar. Y este gran fenómeno social no será culpa de ningún hombre, no será ni siquiera necesario predicarlo. Ya la idea fundamental está tomando cuerpo en todas las conciencias del proletariado y de la clase media, que son los verdaderos derrotados en la jornada heroica del 5 de Septiembre. Entonces comprenderán, los militares que la deportación de Daniel Schweitzer fue un grave error político, porque ella les arrancó la simpatía de la opinión, sin la cual ningún gobierno puede subsistir ni prosperar. Pero yo no he venido aquí a atacar este acto desde el punto de vista político, sino solo a considerarlo desde el punto de vista moral, es decir a la luz de los principios de justicia y de humanidad, y creo haber dejado en la conciencia de los que me escuchan la convicción de que él no es simplemente una tontería, como la ha afirmado un periodista complaciente, sino que es mucho más que eso: es un crimen inexcusable y es verdaderamente indigno que haya hombres capaces de justificarlo.