Afirmando Posiciones

A propósito del manifiesto de “Claridad”–

Cualquier movimiento que agite, como el actual, a los elementos sociales, produce naturalmente una grave confusión de doctrinas y una deplorable pérdida de orientaciones. Naufragan en el desconcierto general los principios que antes se sostenían con firmeza y hasta con intransigencia, se confunden finalidades y propósitos, y termina por incurrirse en claudicaciones y renuncios que después es difícil remediar. Conviene, pues, afirmar siempre los principios aunque la acción que las circunstancias exijan difiera algo de ellos en sus modalidades prácticas y en sus consecuencias inmediatas. Así, en presencia de la grotesca revolución militar del 5 de Septiembre, consecuentes con nuestros principios, afirmamos, una vez más, nuestra hostilidad hacia el Estado coercitivo y violento por esencia; pero, al mismo tiempo, considerando la dictadura militar entronizada como una intensificación de las funciones liberticidas del Estado, adoptamos, frente a ella, una franca posición de combate. Comprendemos el valor relativo de los ideales y bien sabemos que en beneficio de los mismos ideales es preciso adoptar actitudes congruentes con la realidad del ambiente y del momento. Desde luego los ideales libertarios exigen para su realización el nacimiento de una nueva conciencia, el desarrollo de hábitos inéditos de cooperación solidaria, la formación de un medio favorable al pleno florecer de las individualidades. Esos ideales son fuertes y puros porque dan al destino humano un sentido de perfeccionamiento infinito, significan una cumbre hacia la cual, según todas las probabilidades visibles, conduce la evolución histórica. Actualmente, es cierto, no tienen otra eficacia que la de la esperanza. Son energías en marcha, que se abren paso, dificultosamente, a través de la estulticia de los hombres y la solidez de instituciones seculares. Son acicate de progreso. Mientras el principio de autoridad ha levantado siempre cadalsos para los esfuerzos innovadores, el principio de libertad, la crítica osada, la investigación anti-dogmática, han ido aclarando el horizonte de la vida verdadera. Aplicados a la política, a la sociabilidad y a la economía los postulados libertarios, resultan, en la actualidad, poco menos que impracticables. Los sostenemos como una bandera de propaganda y como una anunciación del futuro; estaremos al lado de todo aquello que permita acercarnos a su realización total, y combatiremos todo aquello que, abierta o solapadamente, contribuya a empequeñecerlos. Por eso hemos luchado y lucharemos contra los políticos que representan el Poder y la odiosa tiranía de la plutocracia capitalista, y luchamos hoy contra los militares que sirven desde los organismos del Estado los mismos intereses, pequeños y parasitarios que los otros defendían y que continuarán defendiendo cuando entren de nuevo a disfrutar del ejercicio de la autoridad. Nuestro criterio para apreciar el pronunciamiento de Septiembre es simple y claro: Vemos en él una crisis del Estado, el cual empezaba a desmoronarse, como un edificio ruinoso, debido a las flaquezas y a las inmoralidades de los partidos. Las clases oligárquicas y clericales, y la bancocracia, amenazadas en sus intereses y prebendas por una inminente intromisión violenta del pueblo, se echaron en brazos del Ejército y de la Marina, que a su vez se sentían descontentos y preteridos. Movimiento reaccionario por su esencia, por la fisonomía doctrinaria de sus dirigentes, por las fuerzas políticas que en la sombra fijan el cariz de sus determinaciones cotidianas, representa para todo espíritu o tendencia libre una amenaza constante y un peligro evidente. Aceptarlo como una fatal imposición de fuerza sería cobardía, y señalaría un triste desconocimiento del juego de los fenómenos colectivos; cruzarse de brazos ante él, en nombre de ideales de libertad absoluta, sería absurdo y entrañaría una inconsciente complicidad con la dictadura. Por nuestra parte queremos el pronto término de esta situación oprobiosa por que atraviesa el país; pero no deseamos, como otros, la vuelta a la “normalidad”, es decir, al imperio de las viejas instituciones, sino el establecimiento de una fórmula que, dentro de las posibilidades que pueda ofrecer el desarrollo espiritual de Chile, garantice del modo más amplio las libertades individuales y la justicia social. Contrarios al régimen imperante no podríamos sin embargo guardar contacto o reconocer concomitancias con las banderías políticas que, en un prudente y mesurado silencio, esperan que la dictadura militar se derrumbe bajo el peso de sus propias inepcias o al empuje de la asonada callejera para entrar a medrar, como antes, a costa de la indiferente pasividad de todos. Estamos franca, abierta, firmemente contra los militares; pero bastante alejados de los antiguos intereses que empiezan a manifestarse repuestos ya del estupor de la derrota y de la vergüenza de sus actuaciones últimas. Solos como ayer, ejerciendo nuestra crítica apasionada contra este régimen, como la ejerceremos contra todos los regímenes fundados sobre la autoridad y el privilegio, quisiéramos, sin embargo, que las fuerzas nuevas, las que no tienen complicidad con el pasado ni con el presente, se unieran para actuar y conseguir un mañana más digno. No tenemos gran fe en que esto se verifique. Faltan en Chile anhelos colectivos; los organismos proletarios carecen de cohesión y por lo tanto de fuerza y de eficacia. Pasará la dictadura militar dejando en el haber de la República un cúmulo de torpezas políticas y de inmoralidades administrativas, y, sobre todo, leyes peligrosamente reaccionarias que obligarán a repetidos y acaso violentos esfuerzos de liberación. Y subirán los viejos títeres del tinglado parlamentario– es posible que los más viejos, los más teñidos de conservantismo– a continuar el juego de sus intereses ante las miradas bobas y las sonrisas aquiescentes de un pueblo estólido, ignorante y cobarde que no sabe comprender ni se atreve a querer.

EUGENIO GONZALEZ.