EL EMBROLLO POLITICO

Desde que los militares iniciaron sus asonadas, apoderándose de hecho del Gobierno y derrocando a los partidos políticos que no les quisieron aumentar oportunamente el sueldo por asignarse sus representantes la dieta, dijimos que la masa productora, los trabajadores organizados en sindicatos y no organizados, debían mantenerse al margen de la lucha, no incorporándose a los cuadros civilistas ni militaristas, sino iniciando un movimiento popular propio, con un programa de finalidad francamente revolucionaria en el sentido anticapitalista y antiestatal. Preconizamos, en aquel entonces, la organización por barriadas, aprovechando los medios que en cada sector de la ciudad poseían los sindicatos de productores. Algo de esto se hizo, naciendo espontáneamente el movimiento de los arrendatarios. Desgraciadamente, no se mantuvo él en su orientación primitiva y, apenas se divisó la forma de medrar a su costa, se fraccionaron las fuerzas, entre los que mantenían su orientación esencialmente revolucionaria y expropiadora, cuyo lema era: no pagar por las habitaciones insalubres, (corriente anarquista-sindicalista) y los colaboracionistas que consideraban el decreto Salas como base del movimiento y se desgañitaban y se peleaban por nombrar representantes ante los llamados tribunales de la vivienda (corriente comunista). Así se perdió el único movimiento valioso para los trabajadores que nació al margen de la inquietud producida por los golpes militares. Después– en el lecho– las organizaciones políticas de los trabajadores han marchado como veletas inclinándose al sol que más calienta. El partido demócrata, el comunista y el de los asalariados han creído robustecerse y valorizarse coqueteando con los militares o los civiles, vale decir con los elementos burgueses. Han sido impotentes sus representantes y dirigentes para orientar a las masas, que dicen representar, e imprimirles el dinamismo indispensable para las grandes jornadas. Toda la presión de la máquina se ha escapado por la válvula de la dieta. No sólo se han concretado a vivir mejor y a gastarse lo que juraron no pertenecía a ellos sino a su partido, sino que han sido incapaces de tomar una determinación decidida por temor a quedar sin sueldo. Si la masa fuera menos borreguil– o sea, disciplina– habría castigado duramente esta traición ¿Qué confianza se puede tener en jefes tan desleales que cambian de actitud apenas ingieren el primer bocado y reciben el primer apretón de manos? ¿Qué significado revolucionario pueden tener tales hombres, cuya idealidad radicaba únicamente en sus estómagos vacíos y que, ahora, reniegan de los que los llevaron al poder de una falsa oposición parlamentaria porque usan zapatos importados, cuello limpio y comen cada vez que el estómago se los solicita? ¡Estos morbos introducidos en la dirección de los partidos obreros son más peligrosos que todos los ganchos de la burguesía! Muy ufanos están por el crecimiento de sus partidos, pero no hay tal crecimiento: los partidos en descomposición se hinchan y no creen, tal como ocurre con un cadáver que se pudre. A la hora undécima han lanzado un manifiesto pueril e infantil, en que propician la implantación del Soviet y el apresamiento del coronel-ministro y otras diabluras ¡Cuándo entenderán estos temibles revolucionarios de cortón piedra que estas cosas deben hacerse antes de decirse y callarse cuando no se es capaz de ninguna acción decisiva! ¿O seguirán siempre creyendo que la revolución se hace a gritos?

Frente a estos hechos, se reafirma el concepto libertario de la revolución: nada se gana con ungir amos, ya que el hombre se corrompe en el poder y se incapacita para realizar una labor liberadora por no alcanzar siquiera a informarse en las 24 horas del día de los asuntos que le corresponde resolver por su situación. Un movimiento de justicia y libertad debe descansar en la acción de toda la masa que lucha por emanciparse y no ser delegado en un comité ejecutivo o en un dictador, ya que así se entronizaría una nueva tiranía con el pretexto de destruir otra. Los trabajadores necesitan, entonces, agruparse en cualquier forma que les permita actuar sin sumisión a jefes. En otra condición serán siempre traicionados y defraudados en su aspiración de integral emancipación, tal como lo son ahora en las pequeñas escaramuzas parlamentarias por los hombres que tienen su representación y en los cuales han delegado su poder de fuerzas organizadas. Pero, fuera de este peligro de orientación del movimiento obrero, hay un punto grave en la situación actual que puede determinar un retroceso en el camino de la emancipación de los trabajadores porque constituye una verdadera mistificación colectiva. A propósito del entredicho de la Cámara de Diputados y del Ministro de la Guerra, ciertos grupos (partido comunista y demócrata) se han inclinado por los llamados civiles y otro grupo (asalariado) por los militares. Aparecen de hecho los grupos políticos– obreros divididos, prestando su apoyo a organismos que son esencialmente contrarios a sus aspiraciones, ya que está probado lo que el grupo militar representa y se sabe que los llamados pomposamente civiles son los representantes de la burguesía, que cantan el tango de la libertad porque no tienen la sartén por el mango; pero que cuando están en el poder usan a los militares como instrumento de persecución obrera y esconden la mano que ordena los asesinatos colectivos, tal como ha ocurrido en las matanzas de la pampa salitrera. Creemos, por esto, que los obreros deben abandonar definitivamente tan peligrosas alianzas y concretarse a fomentar el descontento en el pueblo y cimentar un movimiento propio e independiente con un definido programa anti-capitalista y anti-estadual, para cuyo afianzamiento y pronta realización no se reste fuerzas prestando apoyo a ninguno de los bandos en pugna aparente (civilista y militarista) y, por el contrario tratar de mantener este entredicho para debilitar al máximo las fuerzas sostenedoras del actual régimen, que se hasta ahora no cae no es por no estar corrompido y desprestigiado, sino porque los productores de la riqueza social no tienen la conciencia necesaria para orientar sus movimientos por el camino verdadero que los llevará a la verdadera libertad.

Juan Machuca.