PERSPECTIVAS SUDAMERICANAS

La vida política de las Repúblicas indoamericanas ha sido casi siempre versátil y tornadiza. Ha oscilado desde el parlamentarismo irresponsable y faccioso hasta las tiranías criollas de chicote y espada, saturadas de matonismo y de inútil crueldad. Pero siempre ha sido una política angosta y mezquina, privada de toda dignidad histórica. Estas “pequeñas repúblicas negroides de la América del Sur”, como decía un europeo con despectiva exageración, viven la tragedia de lo informe, de lo caótico, de lo que carece de disciplina íntima. Keyserling, pensando en Sud-América, ha hablado de la noche que precede al día de la creación y ha expresado su confianza en nuestro futuro. Pero sus palabras tienen una perspectiva de siglos y nuestro presente es demasiado precario y menguado. Que alguna vez se haga en Chile, ya que no política en grande, como quería Napoleón, por lo menos política digna, limpia y de cierta amplitud continental. Los problemas sociales sudamericanos son más bien problemas de dignidad continental ante el imperialismo económico extranjero. Antes de mucho veremos aquí al patriotismo convertirse en doctrina de reivindicación económica y social. El extranjerismo del capital facilitará mucho las soluciones y ha de contribuir a la unión defensiva de los sudamericanos. Este es el aspecto favorable de nuestro problema económico. El lado oscuro lo constituye el primitivismo y la incultura de nuestras masas populares. Es de toda evidencia que la nota dominante de nuestro futuro no será el frenesí industrial y comercial que hoy domina a los pueblos occidentales. Seamos desde ahora cautos en este sentido y no tratemos puerilmente de imitar la velocidad y la violencia de la vida occidental. La exacerbación satánica del maquinismo no será nunca una auténtica aventura nuestra. Los más profundos instintos del criollo así lo indican. El capitalismo ha llegado a su etapa postrera y es ya ineficaz para satisfacer las necesidades humanas. Mr. Hoover, el Sumo Pontífice de la plutocracia internacional, ha reconocido que algo se ha roto en la maquinaria capitalista. Y esta vez la rotura es irremediable. El egoísmo y la codicia ya no bastan para impulsar la actividad económica de la humanidad. La producción desatinada y anárquica ocasiona, junto con otros factores, una inmensa pérdida de energía social. El dinero– en su origen un signo convencional para facilitar el intercambio– ha adquirido un significado propio, un valor metafísico independiente e irresistible, capaz de paralizar la actividad económica y aún de hacer destruir en su holocausto los productos desvalorizados. En suma, el capitalismo cae a causa de los excesos de sus propias creaciones, de sus propios y legítimos hijos: la libre producción, el nacionalismo, el dinero, la avidez egoísta y desordenada. Y, como una necesidad impostergable, se ve llegar la hora de organizar un régimen de economía más racional, en el cual las actividades individuales sean armónicas y se subordinen al interés colectivo. Si bien el capitalismo es un fenómeno de trascendencia mundial, su origen es occidental y su más intensa experiencia se desarrolla en Europa y en Norte-América. Allí juegan hoy su partida más importante. Pero, aquí, en Sud-América, no tenemos por qué ir a la zaga del paso ajeno. Para que alguna vez deje de ser ese equívoco, “continente del porvenir”, Sud-América debe ir hacia él con paso liviano y resuelto. Hay que crear una nueva realidad continental, y para ello es menester empezar por dar dignidad e independencia a nuestra economía. Alejados de toda dogmática y de toda imitación extraña, atentos a nuestras características diferenciales, anhelosos y reflexivos: Así deben ser ahora los hombres libres de Sud-América.

SANTIAGO URETA.