Sobre un Socialismo Internacional

“Soy un socialista internacional, pero creo que primero se realizará el internacionalismo que el socialismo”. Esta frase de Bertrand Russell, intercalada en uno de los Ensayos de un escéptico, abre al lector aficionado a estos temas un interesante paréntesis especulativo. Creer que primero se realizará el internacionalismo que el socialismo, es afirmar que aquél es condición indispensable para el advenimiento de éste. Bien pudiera serlo. Es indudable que el mayor obstáculo que el socialismo hallará en el camino de su realización, es su forma discontinua de aflorar. Siendo como es, en su extremo más agudo, un hecho social revolucionario, que debe realizar, para salir de su estado de abstracción y empezar a concretarse, una violenta subversión del orden constituido, tan caro a los firmantes del manifiesto de la Liga contra el Comunismo, el socialismo aparecerá primeramente en aquellos pueblos que cuenten con elemento revolucionario suficiente y capacitado para consumar dicha revolución o en aquellos cuya organización en derrumbe permita iniciar, sin gran lucha, la fase socialista del mundo. En cualquiera de estos dos únicos casos, el país en que dicha revolución se efectúe y en que el nuevo sistema se intente desarrollar, quedará automáticamente aislado de aquellos en que el orden social constituido continúe imperando. Esto traerá para dicho país, como lo trajo para Rusia, un profundo trastorno en su economía, en su industria y en su comercio importador y exportador. Ningún pueblo del mundo puede bastarse a sí mismo, ni económica ni espiritualmente. Ese profundo trastorno de su metabolismo básico le impedirá, en primer lugar, vivir, e impidiéndole vivir le impedirá todo, principalmente aquello para lo cual fue hecha la revolución: el socialismo. Pero los pueblos, a pesar de sus gobiernos, no se resignan a morir. Se defienden de la muerte en cualquier forma, aunque esa forma, como en el caso de una derrota militar, sea la negación de su orgullo y de sus aspiraciones íntimas. Y entre la muerte en un Estado socialista y la vida, un pueblo regularmente elegirá la vida, dejando el socialismo para después. Procurando vivir buscará rumbos y no siempre encontrará los que estén de acuerdo con la verdadera doctrina; más bien dicho: no los encontrará, puesto que buscando hacia afuera deberá contemporizar, aceptar o transigir, concluyendo por desvirtuar en parte y quizás en total el fundamento esencial de la teoría. La revolución social no es el socialismo, así como una criatura recién nacida no es un hombre, aunque sea varón, sino una criatura recién nacida. El socialismo, ilusión humana, sentimiento religioso de una parte de la humanidad y cuyo origen debe buscarse, más que en la sociología, en la psicología, es o será una sucesión de ensayos que empezarán a experimentarse al día siguiente de la revolución social y que lograrán cristalizar sólo si cuentan para laboratorio por lo menos con la mitad del territorio habitado del mundo. Porque, aisladamente, el socialismo, aunque florezca, no frutecerá. Es el caso de Rusia y sería el caso de cualquier otro país. Un paso hacia el mejoramiento de las condiciones de advenimiento del socialismo, es el socialismo internacional, que puede existir, o que ha existido en cierta forma, aún bajo un régimen capitalista, y que, además de preparar el camino hacia la nueva fase social, vendría a mejorar en estos momentos la suerte de los hombres, especialmente de los proletarios. Durante la guerra, este socialismo internacional fue puesto en práctica por los aliados. Hablando de un libro de Arthur Salter, Allied Shipping Control, en que se trata tan interesante materia, dice Bertrand Russell (Ensayos de un escéptico): “El sistema que la tensión de la guerra fue construyendo en 1918, era, en lo esencial, un socialismo internacional completo. Los Gobiernos aliados, unidos, constituían el único comprador de alimentos y de materias primas y el único juez para determinar lo que había de importarse, no sólo a sus países, sino también a los países neutrales de Europa. Tenían en sus manos toda la producción, puesto que disponían de las primeras materias y podían racionar las fábricas a su antojo. Con respecto a los alimentos, se ocupaban hasta de la venta al por menor. Fijaban precios y cantidades. Ejercían su poder a través del Consejo Aliado de Transportes Marítimos, entidad que disponía de todos los transportes del mundo y que podía dictar las condiciones de importación y exportación. El sistema era, pues, esencialmente un socialismo internacional, aplicado al comercio extranjero, que es precisamente el punto que causa mayores dificultades al socialista político”. Desgraciadamente para el mundo, este sistema tenía por base una causa psicológica: la guerra, y desaparecida ésta, volvió a regir el instinto individual, nacional y capitalista. Sin embargo, ha quedado una rica experiencia, una valiosa técnica y sólo falta crear en los pueblos una nueva base psicológica, que en el caso que nos interesa podría ser el sentimiento del socialismo, para que aquella maquinaria económica, creada un día por el temor y el odio, vuelva a funcionar. Pero por algo se podría empezar. El intercambio de productos entre los países es también y ya un socialismo internacional, o un internacionalismo socialista, como lo desea Bertrand Russell, con el agregado de que en este caso el factor capital desaparece de la primera línea, que es ocupada o que sería ocupada, si los Gobiernos no fueran regidos más por los intereses del capitalismo que por los del pueblo, por las verdaderas conveniencias o necesidades de un país. Rusia hace eso: ofrece lo que produce a cambio de lo que necesita. Es también una manera de preparar el advenimiento del socialismo, de suavizar el terreno en que la teoría echará a andar hacia su realización, realización que será imposible de verificar si antes los pueblos del mundo, por lo menos la mitad de ellos, no se ponen de acuerdo. Florecerá la revolución aquí y allá; pero el socialismo, como el reino de Dios, no será visible.

Manuel Rojas.