El 1.° de Mayo (Impresiones)

Deseando presenciar desde el principio hasta el fin el comicio del 1.° de Mayo, me dirigí temprano a la Alameda. Poco antes de las 3 comenzaron a llegar las diversas sociedades obreras. Inmediatamente pude darme cuenta de la falta de tino con que se había procedido en la organización del mítin. A pesar de que por todas partes se veían miembros del comité organizador, nadie sabía cuál era su sitio. La gente iba de una parte para otra; los oradores de una tribuna se metían en la ajena; los comisionados de un consejo se empeñaban en colarse donde no debían; se armaban discusiones largas e inútiles; se agriaban los ánimos; los delegados se retiraban disgustados lo mismo que guaguas a quienes no se les ha querido dar un caramelo; y el desorden y el barullo crecían; nadie entendía a nadie; las órdenes no se respetaban; mientras uno pretendía hablar, diez, o quince gritaban... Un snobismo necio se ponía de manifiesto en el afán general por encaramarse a la tribuna, por “hacer uso de la palabra”... Bastante desilusionado me mezclé a los manifestantes... Poco a poco, por el olor, por la expresión embrutecida de los rostros, por la brutalidad asquerosa de las palabras, comprendiendo que entre los celebrantes del 1.° de Mayo había muchos borrachos. De repente, alguien disparó un tiro al aire; y se armó la de Dios es Dios: unos escapaban, otros iban a ver de qué se trataba; muchos, contagiados, siguieron el ejemplo; hubo un instante en que llegué a creer que los carabineros entraban en la función. El delegado de la Federación de Estudiantes, Daniel Schweitzer, inició su discursó. La gente lo aplaudió, por intuición, ya que en medio de la grita general, no se le podía entender una sola palabra. Cuando concluyó de hablar comenzaron los compañeros obreros, a repetir, con rarísimas excepciones, lo que dicen en todos los mítins. Terminaba uno y subía el otro: en un tono más bajo o un tono más alto repetía lo dicho por el anterior; y, lo peor del caso: lo repetían dos, tres y más veces. De improviso, se arma un gran alboroto; las gentes escapaban de la trina; el orador se queda solo...¿Qué pasa? Nada... que “Don Arturito” ha salido a pasearse... Los miembros de la Federación Obrera, que aspira a reemplazar al Gobierno, abandonan a sus jefes y corren en pos del apóstol del amor... Los oradores se indignan, y cargan con el señor Alessandri... ¡Ingenuos! Alessandri conoce a las masas y las mueve... Yo haría lo mismo en su sitio... ¿Para qué enfurecerse contra él?... Sólo ahora ven los dirigentes obreros que el pueblo continúa siendo un inmenso rebaño y que la gran culpa la tienen ellos... Poco a poco fuí sintiendo asco: asco por el pueblo que para celebrar un día augural necesita embriagarse: asco por lo jefes de este pueblo, jefes que de tales sólo tienen el título y la audacia para llevarlo... Me retiré enfermo, añorando los días en que bajo el régimen de Sanfuentes las manifestaciones de esta especie tenían un final épico, con toques de clarines y cargas de carabineros.

CLAUDIO ROLLAND.