Fanatismos Tradicionales

Dos fanatismos imperan todavía en Chile. El uno, el fanatismo religioso; el otro, el fanatismo patriótico. No es fácil saber cuál de ellos es el más absurdo, cuál de ellos el más dañino a la fraternidad y al progreso humanos. Desde luego, la Humanidad sabe, porque lo ha experimentado en su propia entraña, cuánta sangre ha corrido por causa de estos dos fanatismos. Las Cruzadas para el rescate del Santo Sepulcro del poder musulmán, cuyo número llegó a siete, fueron el cementerio de media humanidad. Los caminos que desde las costas del Asia Menor conducen a Jerusalén,–objetivo de los cruzados,– quedaron sembrados de cadáveres. Algunas de estas cruzadas no sólo estaban formadas por un ejército de fanáticos combatientes, sino que a su lado, y como un apéndice, marchaban las mujeres y los niños de los expedicionarios, arrastrándose a través de los desiertos. El hambre y la peste no tardaron mucho en hacer presa en esta gente desfallecida, y entrambos mataron más cristianos que todas las cimitarras musulmanas. Estas cruzadas para la conquista de la Tierra Santa fueron inspiradas, organizadas o dirigidas por personajes tan fanáticos como el emperador Carlo-Magno, Pedro el Ermitaño, Godofredo de Bouillon, el monje Hildebrando, Ricardo Corazón de León, y otros de la misma estirpe, muy llenos de fe cristiana, pero muy ignorantes y muy imbuidos de la santa barbarie de la época. Luego, el torpe fanatismo del degenerado Felipe II desangra a la España del siglo XVI en guerras de religión contra Francia, contra Inglaterra, contra los Países Bajos. El fanatismo religioso da lugar a las más sangrientas guerras civiles. Uno de los episodios más bárbaros y crueles de estas disensiones fue la San Bartolomé, que costó la vida a millares de hugonotes, sacrificados por el fanatismo católico romano. Fue el fanatismo religioso el que montó la siniestra máquina de la Inquisición, sobre cuyas parrillas, entre cuyos potros del tormento, hogueras y quemaderos se retorcían los miembros palpitantes de los llamados herejes, hechiceros y relapsos de la Edad Media. Solamente los cerebros demoníacos de Domingo de Guzmán, de Loyola y de Torquemada pudieron concebir los horribles procedimientos de torturas aplicados a los que no aceptaban la idea de un dios sanguinario, de un dios cruel, de un dios que se negaba a sí mismo. ¡En nombre de un dios misericordioso se violaba el fuero de las conciencias, se quemaba, se destruía, se aventaba la ceniza de sus criaturas!... Por las guerras que encendió, por las sangrientas luchas civiles que suscitó, por las Inquisiciones que creara en los diversos países para estrangular conciencias y pulverizar cuerpos humanos, el Fanatismo Religioso viene a ser la Bestia Negra, la Bestia de pies hirsutos, la Bestia Apocalíptica de que nos habla Juan, el Visionario...

Al lado del fanatismo religioso ha nacido el fanatismo patriótico, su hermano menor. Es el Fanatismo de las Banderas, simbolizado en un trapo de colores. Como su hermano, este fanatismo ha causado grandes daños a la Humanidad, por la sangre que ha hecho verter y por los odios de nación y de raza que ha despertado entre pueblo y pueblo. Desde que se dibujaron los contornos de las patrias, después de las invasiones de los bárbaros en el occidente de Europa, empezó a nacer este sentimiento patriótico, que habría de convertirse más tarde en tan grande y estúpido fanatismo. Son innumerables las guerras a que ha dado lugar esta innoble, estrecha y egoísta pasión, explotada por reyes, y aristócratas, para asegurar y mantener las conquistas hechas, o para preparar nuevas incursiones contra los vecinos. Todavía al presente perdura el Fanatismo de los Trapos de Colores, explotado por una clase social que quisiera conservarlo perennemente en las masas para su provecho exclusivo, a fin de contar con carne barata que vaya al sacrificio, en caso de un saqueo a mano armada contra las nacionalidades vecinas. Pero el mundo nuevo, que se esboza ya con trazos bien definidos, trata de expeler el morbo patriótico, tan ladinamente administrado como una pócima venenosa en el cuerpo social. A la Patria Chica, egoísta, agresiva, enferma de estrechez mental, opónese hoy la Gran Patria del Mundo.

El Fanatismo Dogmático y el Fanatismo Patriótico han costado más lágrimas, más sangre, más vidas al linaje humano que todas las pestes juntas.

M. J. MONTENEGRO.