EL RESPETO A LA LEY

Es corriente que Gobierno y capitalistas pidan a los trabajadores más respeto por la Ley. La Ley –dicen ellos– es el resumen de la voluntad de todos; la Ley es la expresión del libre consentimiento de los ciudadanos, que por medio de elecciones populares otorgan poderes a los senadores y diputados para que procedan en su nombre a discutir y aprobar las leyes. Sin embargo, nada más mentiroso. La Ley no es el resumen de la voluntad de todos, por dos razones evidentes y poderosas. Es la primera, porque los trabajadores que todavía votan no proceden libremente en el acto electoral, que es una simple operación de feria; más que eso, la elección es una chacota indigna de hombres que se respetan; es una compra-venta que sería excusable si se tratase de una transacción comercial ordinaria, pero que, tratándose de un acto de conciencia, de fuero interno individual, él es sencillamente escandaloso. Los poderes de los diputados resultan, así, manchados con el pecado original de una grande inmoralidad. Es la segunda, que hay una gran masa, –en crecimiento constante,– la de los antipolíticos; aquellos que no votan; aquellos que no delegan facultades; aquellos que piensan que nadie, ningún otro que el propio interesado, puede resolver con mejor acierto los asuntos que le conciernen. Y a la altura en que nos encontramos esta masa de trabajadores que no pide ni da el voto, es ya legión, y crece cada día, tanto más, cuanto mayor es el cinismo y la desvergüenza de los políticos. De manera que la Ley, al revés de ser el resumen de la voluntad de todos, es solamente la expresión del orgullo de cualquier fanfarrón con bastante dinero para comprarse una banca en el Parlamento; o bien, –y este es el caso más frecuente,– se gasta dinero en una elección, pero se le recupera elevado al cubo con los manotones dados al dinero fiscal en las mil formas que son de uso corriente entre el parasitismo parlamentario.

Analizada la Política Electoral en la forma que lo hemos hecho, y que es la verdadera, puesto que en Chile todo el mundo conoce los procedimientos electorales en uso, se necesita un descaro inaudito, una falta total de vergüenza para decir, –como afirman los políticos,– que la Ley es la libre expresión del consentimiento de los ciudadanos. Es necesario ser político para mentir con tanto descaro a vista y paciencia de todo un pueblo que se da cuenta exacta de que la mentira Electoral es un comedia que se representa cada tres y cinco años, con actores tan malos que ya no tienen público... Ahora bien, ¿qué respeto puede merecer la Ley hecha en estas condiciones? ¿Puede alguien, dotado de razón, exigir que se respeten los acuerdos que toman algunos ciudadanos que ingresan al Parlamento con la conciencia y las manos manchadas por el más vil de los fraudes? ¡El respeto a la Ley! La Ley sólo representa el poder del Dinero; del Dinero arrancado al sudor del pobre; del Dinero sustraído de las arcas fiscales; del dinero sacado en forma de “coima” por el gestor administrativo; del Dinero que, en artículo de muerte captó el clérigo astuto, vendiendo el cielo a un fanático; del Dinero, en fin, que “gano” el abogado, engañando a infelices viudas, o despojando a menores inocentes... Eso representa la Ley: –¡el Dinero robado! Los que han perdido todos respeto por la Moral, no tienen autoridad alguna para exigir respeto por una Ley, viciada en su origen, en sus medios y en sus fines.

M. J. Montenegro.