“FUE ASÍ”... Por María Monvel

He aquí un libro simple. ¿Simple porque todas sus armonías son el desarrollo de dos o tres temas generadores? No: nadie es capaz de abarcar las posibilidades de un motivo único, por elemental que parezca; nadie es capaz de columbrar la complejidad de elementos, la riqueza de matices, de resonancias y de sugerencias que en cada sentimiento, en cada pasión, en cada creencia esperan la voz de un animador. Son infinitas almas, oscuras y profundas y silenciosas. No todos los espíritus las perciben. A menudo los poetas las tomas; las palpan sin sentirlas; las miran sin verlas; y pasan. Han estado en las riberas del prodigio y no han sabido entrar en él. Pero alguna vez llega el Mesías de pupilas sin velos, y de manos milagrosas. Su “levántate y anda” galvaniza a las infinitas almas oscuras y profundas y silenciosas. La vida sopla sus vientos en lo hondo del sentimiento, de la pasión o de la creencia elementales... Y vagamente, nebulosamente, intuimos la polifonía imponderable, la complicación sin límites de lo que por un instante supusimos simple y primario. La complejidad no es sino un modo hondo de ver y de sentir. De ahí que todas las actitudes y todos los estados individuales puedan ser simples o complejos, indiferentemente. Si el libro de María Monvel abarcara el mayor número de temas posible, no dejaría por ello de ser simple. La multiplicidad de actividades, no quitaría a la musa su característica precisa de rondadora de periferias. Conviene, pues, distinguir entre la simplicidad, que no es un modo de ser y de reaccionar, y la falta de inquietud, que circunscribe a determinado radio dicho modo de ser y de reaccionar. Todavía es preciso diferenciar entre la simplicidad ya anotada, y otra que es sólo una manera expresiva, muy a menudo usada por individuos de estructura interna complicadísima. Su apariencia fácil ha engañado a muchos argonautas de la Belleza; y a este engaño ha contribuido, y sigue contribuyendo no poco, el tenaz panegírico que labios pontificales e incomprensivos, hacen de su virtud cristalina y sin segundos planos. Malas voces de sirenas son estas que cantan el elogio de algo cuya comprensión les escapa. Simplicidad. Claridad... Nada ha hecho tanto mal al desorientado espíritu de los artistas jóvenes como la prédica insistente de estas palabras. Ellas han apuntado en la tendencia, tan humana, hacia el mínimo de esfuerzo. Y so pretexto de un arte claro y simple, en lugar de lanzarnos a lo hondo de la vida, que es complejidad creciente, nos hemos satisfecho con palpar su epidermis. Nuestra simplicidad ha sido simpleza. Nuestra claridad el tiempo del automatismo, la regresión de la vulgaridad. El libro de María Monvel es una gavilla más que cosechan quienes, adueñados de todas las tribunas desparraman, hora a hora, semillas de superficialidad. A través de sus páginas resulta fácil seguir la germinación de la siembra perniciosa. Espíritu joven y transparente, golpeado por los látigos del Destino en el dintel mismo de la vida, canta las faces de su tragedia, y la fresca sonrisa amanecida con que la propia vida llega a guiarla, por nuevos senderos insospechados. Tiene el canto en sus comienzos, cuando al dulce alborozo del amor naciente se junta cierta tenue lasitud de convalecencia espiritual, una humana bondad pura y armoniosa y un equilibrado tono subjetivo de sonata interior. No hay menores complicaciones. La atmósfera del verso es la leve atmósfera de las zonas altas, donde el aire es delgado y de cristal, donde las montañas valorizan sus planos y destacan sus volúmenes y donde las estrellas, más encendidas y más cambiantes y más misteriosas, descienden hacia nuestras pupilas, y se quedan temblando como suspendidas por hilos invisibles. Esto es breve. Pronto se resbala a niveles inferiores. El ambiente se torna opaco. Hay en la temperatura una densidad caliginosa y deprimente. ¿Acaso el cambio de tema? Acaso la oposición entre el ritmo cordial de las primeras armonías y la agresividad arisca de los cantos posteriores. No lo creemos. ¿Será que, como sostiene Ortega y Gasset, hay temas estéticos y temas extraestéticos? Tampoco.– Si llegásemos a acordar nuestra opinión con la del sutil analista de “El Espectador” deberíamos declarar que todo el contenido sentimental de “Fue así”... queda al margen del campo artístico. Nosotros no creemos que los sentimientos sean cuerpos compactos, de una pieza, estratificados. Todo lo contrario. Los imaginamos complejos, dinámicos, cambiantes, multiformes. El talento del artista, o mejor, su instinto, consiste en seleccionar de entre los diversos aspectos de un sentimiento, aquel que, mordiendo más en las raíces de la existencia, proyecte hacia el exterior la síntesis coloreada, moviente, y eurítmica de todos sus elementos. El sentimiento como unidad con caracteres únicos y contornos específicos, no existe sino en la abstracción. El más ínfimo estado afectivo es la suma de nuestra personalidad. Así, el mismo sentimiento, al pasar de un individuo a otro adquirirá un diferente perfil vital. No es pues, cuestión de rango estético o extra-estético lo que aplana en términos tan definitivos algunas composiciones de María Monvel. ¿Que es, entonces? Es que simplificó. Y simplificar significa en arte, cercenar, empobrecer, anemizar. Ya por el hecho de encarnarse en conceptos, las emociones y los sentimientos se falsifican, reduciendo y desvalorizando su iridiscente multiplicidad. ¿Es posible que, nosotros los esquematicemos aún, que vaciemos sus entrañas y los dejemos convertidos en huecas momias rígidas y pretenciosas? En tal caso, seremos embalsamadores de nuestra vida, pero no artistas. María Monvel no siente, seguramente, como siente una campesina vulgar. ¿Por qué expresa entonces su desdén, su odio o su desprecio en una forma tan a ras del suelo? Porque ha prestado oído a los Mefistófeles que cantan la sugestionadora serenata de la simplicidad. —“Di tus sentimientos en forma que todo el mundo los pueda entender”– es el resumen del desviador credo estético. Y para que todo el mundo nos comprenda debemos amputar nuestro léxico, reducir nuestra sintaxis. Más, como en tal léxico y en tal sintaxis no cabe nuestra vida, debemos restringir nuestra vida. No. El arte, como la vida, no puede ser sino la variedad y la complejidad infinitas, dinamizados por una corriente profunda y sintetizadora. Y si el mundo no lo entiende, tanto peor para el mundo. Seguramente las madres, que han alumbrado una primera nena; y las mujeres que odiaron, y las muchachas que aman, hallarán en la poesía de María Monvel, la parte más indiferenciada, la más común de sus propios sentimientos. Pero si son artistas, o solamente, si tienen una constitución interior rica, se percatarán muy luego de que esta parte común es la menos interesante, la menos honda, la más pobre. Y en lugar de leer los poemas se volverán hacia dentro de sí mismos, y se embriagarán de matices escuchando el compás cambiante y la ininterrumpida movilidad tonal de su universo profundo. La propia autora de “Fue así...” si es capaz de sumergir lealmente el oído en la cromática sinfonía de su yo quedará enloquecida de vibraciones. Y cuando, de vuelta del éxtasis, todavía trémula de maravillamiento, torne a oír la clorótica y disminuida música de sus poemas, acaso, acaso llore de pena y de remordimiento.

Fernando G. Oldini.