SOBRE RUSIA

En los círculos obreros continúa debatiéndose lo que atañe a la acción que el partido comunista –de acuerdo con el decálogo de los 21 puntos de la tercera internacional–, debe desarrollar en las organizaciones proletarias. Si bien es cierto que la totalidad de las agrupaciones han rechazado de plano la ingerencia de ese y de todo partido político, por estimarla funesta y contraria a los fines que la organización persigue, no es menos verdad que algunos atrasados y rutinarios sindicatos aceptan de lleno esa intromisión. A ellos, y a todos los que quieran tener una idea de que como proceden los políticos de la Rusia libre, les obsequiamos parte del discurso limitado que en el congreso de la tercera internacional de Moscú, se le permitiera pronunciar al sindicalista español Ángel Pestaña.

“Llegó mí turno y subí a la tribuna para hacer uso de la palabra. Dije que la situación de los delegados no acordes con cuanto allí se había expuesto, era extremadamente delicada y difícil, ya que toda crítica hecha a los puntos de vista sustentados por la Tercera Internacional, podían interpretarla nuestros adversarios como signo evidente de división entre el elemento trabajador, al apreciar la revolución, y no dejarían de explotar estas diferencias de apreciación para insinuar entre los obreros la especie de que la revolución era un fracaso, ya que no todos apreciábamos de igual modo sus resultados. Son estas contingencias –continué–, que todos debemos recordar en el debate que se ha planteado, pues olvidarlas equivaldría a generar diferencias nada provechosas para la causa que defendemos: la emancipación de las clases obreras. La revolución ha proyectado un poderoso rayo de simpatía entre los obreros de todo el mundo, y seria doloroso que por entregarnos aquí a discusiones más o menos partidaristas destruyéramos la labor que esa simpatía ha realizado. Por eso, nuestras críticas deben limitarse a los extremos que no estén de acuerdo con nuestro pensar y, aun aquí, limitarlos lo más posible. Por mi parte esta es la conducta que me he trazado y de ella no saldré, si un olvido involuntario de mi propio pensamiento no me lleva a ello. Dicho eso, entraré en el tema que aquí se está discutiendo. A creer a cuantos oradores me han precedido en el uso de la palabra, la revolución en Europa y en el mundo entero queda supeditada a la organización de los Partidos Comunistas en todos los países. Se ha afirmado, pero eso sí, sin aportar pruebas que puedan convencer, a lo menos a mí, y si no pruebas, cuando menos hipótesis razonables, que sin Partidos Comunistas no hay revolución, no se destruirá el capitalismo, y las clases trabajadoras no conquistarán jamás el derecho de ser libres. Afirmación gratuita y hasta algo fuera de lugar por sus pretensiones, ya que con ello se quiere negar la historia y la génesis de todos los movimientos revolucionarios que la humanidad ha realizado en el lento y penoso camino que recorre para acercarse a su dicha . Se nos ha dicho: Mirad a Rusia: contemplad este bello espectáculo; el ejemplo, este ejemplo debéis admirar y en él hallaréis la confirmación práctica de nuestros razonamientos. Y yo digo: ¿Qué debemos mirar? ¿Cuál es la contemplación que nos proponéis? Aquí no vemos más que una revolución ya hecha y el ensayo de un sistema de organización social, cuyos resultados no son lo suficientemente claros para que sobre ellos hagamos deducciones. Nos ponéis delante del acto consumado y nos decís: ¡he ahí el ejemplo! No es así, ni situándonos en tal extremo, como podremos juzgar las pretensiones de la Tercera Internacional. Habéis olvidado algo muy esencial: lo más esencial para que vuestros razonamientos tuvieran la fuerza que pretendéis. Habéis olvidado demostrarnos si fue el Partido Comunista el que hizo la revolución en Rusia. Demostradme que fuisteis vosotros, que fue vuestro partido el que hizo la revolución, y entonces creeré en cuanto habéis dicho y trabajaré por lograr lo que proponéis. La revolución, según mi criterio, camaradas delegados, no es, no puede ser, la obra de un partido. Un partido no hace una revolución; un partido no va más allá de organizar un golpe de Estado, y un golpe de Estado no es una revolución. La revolución es la manifestación, más o menos violenta, de un estado de ánimo favorable a un cambio en las normas que rigen la vida de un pueblo, y que, por una labor constante de varias generaciones que se han sucedido luchando por la aplicación de ese deseo, emerge de las sombras en un momento dado y barre, sin compasión, cuantos obstáculos se oponen a su fin. La revolución es la idea que han adquirido las muchedumbres de un mejor estado social, y que no hallando cauces legales para manifestarse, por la oposición de las clases capitalistas, surge y se impone por la violencia. La revolución es la consecuencia de un proceso evolutivo que se manifiesta en todas las clases de un país, pero particularmente en las menesterosas, por ser ellas las que más sufren en el régimen capitalista., y no hay partido alguno que pueda atribuirse el privilegio de ser él sólo quien ha creado ese proceso. La revolución es un producto natural, que germina después de haber sembrado muchas ideas; regado el campo con la sangre de muchos mártires; arrancado las plantas malas a costa de inmensos sacrificios, y ¿qué partido, si no quiere que lo tomen en ridículo, podrá vanagloriarse de haber él sólo sembrado de ideas el campo, regado y escardado? Ninguno; es decir, yo creo que ninguno; vosotros no sois de la misma opinión. Decirnos que sin el Partido Comunista no puede hacerse la revolución, que sin ejército rojo no pueden conservarse sus conquistas, y que sin conquista del Poder no hay emancipación posible, y que sin dictadura no se destruye a la burguesía; es hacer afirmaciones, cuyas pruebas nadie puede aportar. Pues si serenamente examinamos lo sucedido en Rusia, no hallaremos de tales afirmaciones ninguna confirmación . Vosotros no hicisteis solos la revolución en Rusia; cooperasteis a que se hiciera y fuisteis más afortunados para lograr el Poder. Al llegar aquí, como los diez minutos habían transcurrido, el presidente me lo indicó, y abandoné la tribuna”.

Angel Pestaña