Los Nuevos: J. Cifuentes Sepúlveda por A. Rocco del Campo

 

Pocos poetas jóvenes, de esta tierra, poseen una idiosincracia más intensa y fuerte que la de este muchacho. Recluido en la Cárcel de Talca, entre el zumbido hostil de las horas, su vida actual es una maraña, un laberinto de sensaciones, inquietantes, presentimientos, y alaridos hondos que se ahogan en un sollozo mudo. El vaivén turbulento y azaroso de su vida le dejó un rastro ágrio y áspero que ha moldeado su angustia. En la celda fría, rodeado de barrotes agresivos en un difuso silencio ha hilvanado sus cansancios auscultando la verdad desnuda de su corazón. De sus poemas fluye esa sabiduría triste del análisis interno. Sus voces tienen un sabor de pesimismo. Me imagino yo que en su aislamiento la vida para el poeta será como un túnel o una cisterna sin luz sobre la que pasarán torvas ventoleras, venidas quizá de qué recodo. Posteriormente, el poeta ha evolucionado hacia una tendencia libertaria, iniciándose con bellos aciertos, insinuantes de una labor maciza y bella. A una serie de poemas de esta índole, pertenecen “Cantos Nuevos” y “Laboradores del Pan”, que publicamos no ha mucho en estas mismas columnas. En él cultivo de este aspecto poético Cifuentes Sepúlveda, no ha incurrido en la verborea hueca de poetoides declamatorios, conservando siempre su carácter de verdadero artista ávido de belleza y libertad: Este Cifuentes Sepúlveda es acaso uno de los poetas más fecundos. En breve lapso de tiempo ha lanzado a la multitud, tres volúmenes y actualmente conserva uno inédito y que será editado en esta capital. Los criticastros fosilizados que ofician en la prensa burguesa manosearon cobardemente esas páginas porque no las comprendieron, e hicieron malos chistes de Almanaque. En cambio los poetas honrados y decentes del país, como del extranjero, tendían hacia el poeta, manos fraternales, porque en su personalidad han adivinado la videncia de su elegido. En su honrosa independencia literaria Cifuentes Sepúlveda, ha tirado al canasto la gramática, y retórica prescindiendo de inútiles reglas que, aún, criterios tradicionalistas adocenados, se obstinan en defender e imponer a la juventud. Así se explica ¡oh Valvuenas de la mediocridad! que en sus versos encontréis incoherencias y desaliños, pero sabed que a los predios del arte no penetran los eunucos y que la obra de un poeta debe valorizarse por el caudal de sinceridad que ellas encierren. No por el sonsonete o musicalería de un Bórquez Solar, o un Timoteo cualquiera de la mediocridad literaria. Me he referido, trazando a grandes rasgos, a la obra de Cifuentes y he dicho que habita una celda carcelaria. Quizá muchos de los que estas líneas lean ignoren esta última desgraciada circunstancia. Hace ya cuatro años defendiéndose de enemigos de levita, los hermanos Carlos y Joaquín Cifuentes, epilogizaron su juventud en una tragedia sentimental. La croniquilla roja de los diarios de Talca, dió cuenta del hecho, a grandes caracteres, como si se hubiera tratado de un caso protagonizado por sujetos malandrines y vulgares. Y fueron engrillados y metidos a la Cárcel, a la inmunda Cárcel de Talca. Ante los Tribunales muy ilustres y sabiondos, Carlos declaró la desnuda veracidad del hecho. Y expresó que a su hermano menor no incumbía mayor responsabilidad que la de simple testigo. Pero, como siempre, los jueces abusaron, y hasta tergiversaron conceptos y declaraciones condenándoles a 30 años, después a 20, si no me equivoco, y posteriormente a 16 años de prisión. Estas alternativa discordantes, vienen una vez más a corroborar las incorrecciones que se han cometido en la tramitación de este extraño proceso, en cuyo fallo deben intervenir jurisconsultos bien preparados y de criterio sereno y amplio, si es que en Chile los haya.

Jorge González Bastías, el eglógico autor de “Misas de Primavera” desde hace algún tiempo viene difundiendo la idea de propulsar entre los intelectuales, un movimiento a favor de la libertad del poeta presidario, iniciativa que ha encontrado un eco de unísono entusiasmo no sólo en el país sino que aún en latitudes extranjeras. No puede tolerarse por más tiempo, una injusticia tan evidentemente manifiesta, sin concretar una actitud que interprete un sentir general. Un paisaje rústico, unos árboles amigos, y una casona antigua, aguardan al poeta... Y acaso las pupilas de alguna mujer, en el desvanecimiento turbio de la tarde se humedezcan, aguardando la hora de la reivindicación, ya presentida...

DEL VENCIMIENTO

(De “Noches”)

I Oh! dolor, oh! dolor el de saberse bueno y sentir la mirada de Dios como un castigo; tiene el orar un triste són de queja y de ruego: ¿“por qué me abandonaste, Señor”, si amé contigo? Y ver que la injusticia me derrumba la vida, (la malidicencia es planta que tú bien conociste) y en mis labios se cuaja la palabra vencida y mi protesta es verso demasiado triste. Oh! dolor, oh! dolor el de ver silenciada por el peso más bruto de la fuerza, mi voz, y ver que no me queda valor para hacer nada, ni siquiera la fe para esperar en Dios.

II ¿Es humano es humano que el decir serenado al tocar la conciencia del hombre, en el minuto que la injusticia es lanza que me hiere el costado al oído más suave suene como un insulto? Porque mi palabra ya perdió aquel extraño tono –suave caricia– que tomaba al orar... porque mi voz es dura, oh! Señor, no es humano, no es humano, que nadie me la quiera escuchar. Cuando el otro dolor, la couclusión tremenda, ahogue mi protesta –grito desfallecido– que nadie me prodigue su palabra serena y que el mundo me deje que me vaya perdido...

III Y si mi madre llora, como María, al pie de la cruz (mi cuerpo colgará como un racimo), si sus lágrimas se arden en pregunta, ¿por qué, tu respuesta, Señor será sonido o signo? Si no puedo ampararla con mi mano ya fría, tú me la cuidarás con las tuyas divinas? O como a la Otra Madre, ¿dejarás que la mía se ahogue entre sus mismas lágrimas cristalinas? Señor, que no me mire mi madrecita pía; que no vea en mis ojos muertos, las intranquilas luchas de la conciencia, que el dolor de la vida como una mancha impregnó en mis pupilas. Y yo me quedaré para siempre esperando tu respuesta serena. ¿Escucharé tu voz? Tal vez sea mi madre la que exclame llorando: hijo mío, hijo mío, no reniegues de Dios.

MADRE MIA Madre mía, por estos dolores que me saben a muerte, por mi pena y por estas angustias; no llores.

No llores. Sobre la senda está plena de santidad la luna y hay arriba un claror. Madre, la vida es buena.

Madre mía, por estos amargores, por estas desolaciones y por mi fracasos; yo no quiero que llores.

Yo no quiero que llores. Hay amor en las almas, y hay para nuestra pena madre mía un perfume de flor...