Lo que se olvida

Con la organización defensiva y ofensiva del capitalismo los sindicatos obreros están sufriendo una prueba difícil. El capitalismo tiene la llave de todas las armas y cuando es oportuno sabe utilizarlas maravillosamente. Los sindicatos no pueden oponer al frente burgués un frente capaz de sobreponerse a los quebrantos. Contra los sindicatos, está, en un momento determinado, la prensa, la fuerza armada, el cierre de los establecimientos y mil otros medios represivos. Los trabajadores organizados no pueden oponer más que la huelga. En este caso, los burgueses los reemplazarían o los dejarían fatigarse en la impotencia. Al parecer el triunfo está siempre de parte del capital. Si se presentara el caso de un levantamiento parcial de los obreros organizados, caería sobre ellos al mismo tiempo que la fuerzas la reprobación de todo el mundo, incluso la de los obreros que no participaran. Y esto se debe a la desconfianza que inspiran todas las novedades. No hay un solo ciudadano que esté de acuerdo con el régimen; pero si se le propusiera cambiarlo, optarían por seguir tolerando el existente antes que correr la aventura de luchar por uno nuevo. Los políticos con sus promesas desvergonzadas han contribuido a que el pueblo se haga escéptico. Ya nadie puede arrastrarlo a nada. Sin embargo, esto no puede ser un motivo para que el proletariado organizado desista de luchar. La lucha de clases es sagrada. Debe continuar hasta que desaparezcan los privilegios de las minorías. Me figuro que la labor que más precisa el momento actual, es la interior. Los sindicatos además de la práctica de la lucha de clases, deben fortificarse ampliando la cultura de sus adherentes. La labor educativa debía ser la mayor preocupación de los Consejos. En cada uno debía existir una escuela organizada de acuerdo con las circunstancias, una sala de conferencias, una pequeña biblioteca. Una obra así encaminada daría a los sindicatos una fuerza invulnerable por que haría de cada asociado un hombre con conciencia de su misión. Lo que más necesitan nuestros sindicatos, es conciencia. La conciencia es una fuerza menos tumultuosa que el entusiasmo; pero es más persistente, más constructiva y más benéfica. La mayoría de los trabajadores organizados sienten entusiasmo por la transformación social. Mas, no sabe como poder efectuarla en forma que sea un progreso y no un retroceso. A muchos los anima un sentimiento impuro. Desearían solamente que la burguesía fuese humillada y ultrajada. No se preocupan de meditar bien el paso deseado. No piensan que el material de la nueva organización debe salir de la actual. Lo que se pretende destruir no es la sociedad sino el régimen. Por eso es menester impulsar a la sociedad, estimularla, estremecerla para que su pasividad criminal se convierta en actividad fructífera. El aniquilamiento de las malas instituciones de hoy, requiere una preparación más completa, un esfuerzo más intenso que el que nos exige cualquiera obra. Los orientadores del movimiento social no deben contentarse con expresar vaguedades, no deben dedicarse a pronunciar discursos líricos. El efecto del discurso es talvez más fugaz que la alegría. Es preferible, es más fundamental la silenciosa obra de enseñar a los demás, de capacitarlos para que resuelvan los problemas con su propia cabeza y de incitarlos a que vivan como hombres en todos los instantes. Conviene que los guías se cultiven el sentido de la responsabilidad. Así la acción de los sindicatos será más reconcentrada, más firme, más oportuna. Habrá menos huelgas desorganizadas y menos actitudes frágiles. Y se evitará que la burguesía eche mano de cualquier pretexto para masacrar y aniquilar al pueblo.

DEMETRIO RUBIO.