Notas de Valparaíso

BROMAS Este pueblo de comerciantes está infiltrado de hábitos ingleses. Durante el trabajo todos están serios y en una actividad ,febril. Por las calles hormiguean los porteños a paso de carga; se saludan secamente; cambian dos o tres frases y siguen su carrera tras las libras esterlinas. No se ve a nadie leyendo libros en los tranvías, calles o paseos; apenas hojean los diarios para informarse del cambio y de las noticias deportivas. Como los tranvías no andan como ellos quisieran (a pesar de tener velocidad 9 y no 8 como en Santiago), se trepan a los auto-ómnibus, que atraviesan la ciudad como relámpagos. Al atardecer, abandonan la ciudad y se van a los cerros, cambiando la oficina estrecha por el “home” bien aireado y rodeado de jardines. Como Valparaíso no tiene espacio suficiente, se han ido a Viña del Mar, la ciudad más confortable para la gran burguesía. Hasta en los chistes tienen la flema de los ingleses. Hace algunos años, apenas se comunicaban dos porteños, por teléfono, por carta, telégrafo o en un encuentro en el café, preguntaba uno de ellos: “¿Podría Ud. decirme cuándo se apagará la vela?” El otro reía a carcajadas, pero sin arrugarse, como los loros, como sólo lo saben hacer los ingleses. Se trataba de una vela que pesaba una tonelada, la cual permaneció encendida durante meses por una casa comercial, que pagó 1000 libras esterlinas al afortunado que adivinó la fecha en que la vela se apagó. Una reclame muy inglesa. Hoy me llamaron al teléfono. Yo estaba en la cama y pedí me transmitieran el recado. No quisieron y hube de levantarme. El que me llamaba me preguntó muy afablemente: “¿Con el doctor?” –Sí, ordene señor.–“¡Se trata de un asunto muy grave!”. “Diga señor, ¿algún accidente, algún ataque?” “Mucho más grave, doctor; es una consulta trascendental”.–“Voy en seguida”.–“No, así por teléfono, urge mucho”.–“Diga señor, soy todo oídos”.–“¿Me podría decir, doctor, si se aprobará el protocolo de Washington ¿”.–“¡Vaya a cantarle a su abuela!” En vez de indignarse, el otro respondió con una estruendosa carcajada de loro, muy inglesa, muy porteña. Era la última broma que corría en este pueblo de comerciantes.

GUANTES Esta mañana, subí a “Villa Moderna” para contemplar el mar. En la cumbre del cerro me estrellé con un convento de capuchinos. En el portón digería el pantagruélico desayuno un fraile café y gordo como un pulgón; con la calva coronada por una bicoca negra y la cara cubierta de una barba blanca que le llegaba al ombligo; los ojos eran pequeños y negros y, al mirar, punzaban como los de un ratón. Nos saludamos y conversamos. –“Ha aparecido la silla del gobernador, seguramente lloverá mañana”; me dijo, mientras señalaba un montículo en forma de letra U, que se divisaba más al norte de la playa de Quinteros. –“Seguramente”, respondí. “Los porteños no necesitamos el almanaque de Nuño ni los pronósticos de Julio Bustos; pues cada vez que aparece la silla del gobernador tenemos lluvia”. –“Mañana, suspenderemos las clases para que los niños no se resfríen. Tenemos aquí una escuela; el Gobierno nos da una subvención para 120 alumnos; pero son muy flojos y asisten apenas 60. Sin embargo, el dinero que sobra no se pierde; se invierte en obras piadosas; la capilla tiene 500 velas, que se encienden todos los días”. En esta parte el diálogo fue interrumpido por unos chasquidos, seguidos de gritos agudos, desgarradores. Me acerqué a una ventana y vi a un señor de aspecto araucano que pegaba con una correa y con una regla a algunos muchachos, los cuales estiraban las manos con ojos espantados y las retiraban, rápidamente, al recibir el azote, para mojárselas con saliva. Tenían los dedos regordidos y amoratados por la flagelación. Algunos ostentaban blancos tatuajes en la cabeza: viejas cicatrices de las caricias del maestro. Mi interlocutor se acercó y dijo: –“¡Le he advertido al señor Urbina que no use la regla para enseñar! La correa es preferible, pues duele más, no les fractura los dedos –lo que dejaría señales comprometedoras y que invalidan para el trabajo– y, sobre todo, carga mucho el presupuesto, porque con una correa se puede trabajar un año dando cien guantes diarios, mientras que una regla se quiebra en dos días! Indignado, respondí: –“¡Al señor Urbina debían enviárselo a los Alacalufes para que le den algunas lecciones de antropofagia y a Ud. lanzarlo a la silla del gobernador o a la silla eléctrica por previsor y económico!” Se sonrió seráficamente y, mientras cerraba el portón del convento, dijo: –“No sea nervioso, jovencito. La letra con sangre entra”. Era todo un camaleón erudito.

PEAJE La noche del Sábado se inauguró la Avenida España, camino que une Valparaíso a Viña del Mar. ¡Un millón de bujías! inundaban en un río de luz el camino, enturbiado por otro río de carruajes y peatones. La iluminación plateaba el mar, que aparecía apuñaleado por las imágenes de un rosario de focos, las cuales al sumergirse en las aguas, simulaban algas enormes, tortuosas y rutilantes. Los tranvías se arrastraban como gusanos de luz y el ruido de su campanilleo se sumaba al producido por el choque de las copas de champagne, alzadas por la burguesía alborozada, que bailaba y reía en el “Balneario de Recreo”, poblado de arbolitos florecidos en infinitas ampolletas multicolores. La burguesía celebraba su triunfo embriagándose, mientras el pueblo arrastraba sus pies por el pavimento, con la boca abierta y la mirada embobada. El triunfo estaba representado por 5 kiosquitos modestos, ubicados al principio y la término del camino. En ellos se cobrará derecho de peaje: camiones: 80 centavos; autos, 60 centavos; carretelas y golondrinas, 40 centavos; motos, 20 centavos; caballos y bicicletas, 10 centavos. Todo esto para pagar la construcción de la vía. ¡Muy bien, muy justo! Ya se paga por transitar por un camino, después se pagará por respirar en las ciudades... Recuerdo un letrerito que vi en un “garaje” de Santiago, rezaba así: SE REGALA AIRE. Sí, amigos; se regalaba aire, metido en bombas, para insuflar las gomas de los autos. En otras partes lo venden: 20 centavos la insuflación de cada rueda. Los buenos burgueses han ido apropiándose de toda la naturaleza y declarando sus partes propiedad privada. Primero fue la tierra, después el agua, luego el fuego; les va quedando el aire para enterar los cuatro elementos de los antiguos alquimistas. Le venden a uno el alimento, la bebida y el calor, ¿qué de extraño tiene que más tarde nos vendan el aire? Así como el Congreso piensa dar privilegio a una empresa de aviación para traficar desde Iquique a Concepción, puede votar, más tarde, una ley para explotar la atmósfera de Santiago y Valparaíso. Y para poder respirar, a gusto, habrá que tener un medidor de aire en cada casa, al cual deberá echarse todos los días una chaucha como a los viejos medidores de gas. ¡Y naturalmente la caridad burguesa, extenderá sus servicios a los nuevos menesterosos y creará “La cámara de los asfixiados” institución similar a la “Olla del Pobre”, a la “Gota de Leche”, a los “Albergues”, etc., etc. Allí, algunas damas de nuestra sociedad, atenderán a los indigentes que no han podido comprar aire dándoles fricciones con sus finas manos y embriagándolos en una borrachera de aire medicinal. Y los obreros, hostigados por la carencia del precioso elemento, se conglomerarán en una “Asamblea Obrera de Aireación Nacional” similar al amasijo que se llamó Asamblea Obrera de Alimentación Nacional. Y, naturalmente, gritarán mucho, patalearán a rabiar y concluirán presentando un pliego de peticiones al amoroso Gobierno, para irse, después resignadamente a sus casas a respirar peor que antes. Pero me iba saliendo del tiesto. Volvamos al derecho de peaje de la Avenida España. Lo verdaderamente irritante es que, mientras pagarán derecho de tránsito los carreteleros y golondrineros, los tranvías no pagarán nada. Y aquí está el triunfo, pues la compañía ha creado el servicio de carga a 30 centavos los 100 kilos en carro completo y 50 centavos los 100 kilos a sobornal. Con esto no podrían competir los pobres obreros de los transportes y tendrán que irse con su música a otra parte. ¡Se lo merecen!, pues –en vez de organizarse en resistencia– se dedican a adular al gobierno y a la burguesía. Días antes de la inauguración de la Avenida España, los vi desfilar bajo el estandarte de la “Sociedad de Conductores de Carruajes Bernardo O`Higgins”, tras los huesos apolillados de los generales Alzérreca y Barbosa...

J. GANDULFO.