LA PARÁBOLA DEL ESTANQUE

Había una vez una tierra muy árida donde los hombres sufrían grandes penurias por la falta de agua. Y de la mañana a la noche, se sacrificaban por descubrirla pero muchos perecían antes de haberla encontrado. Algunos de ellos, los más sagaces y los más hábiles, habiendo encontrado fuentes donde los otros no lo sospechaban, habían hecho gran provisión de agua y se les llamaba capitalistas. Y sucedió que los hombres de ese país se acercaron a los capitalistas a suplicarles que les dieran agua, porque su sed era muy grande. Pero los capitalistas respondieron: –“¡Qué tonta pretensión la vuestra! Beber el agua que hemos recogido! Pronto estaríamos como Uds. y no nos quedaría más que perecer juntos. Pero he aquí lo que os ofrecemos:– sed nuestros servidores y tendréis agua. Y los hombres respondieron: –“Dadnos no más de beber, y seremos vuestros servidores nosotros y nuestros hijos”. Y así se hizo. Los capitalistas eran hombres avisados y sabios para su tiempo. Dividieron sus servidores en cuadrillas con capitanes y oficiales, encargando a unos extraer el agua de las fuentes, a otros transportarla a otros todavía, de buscar nuevas fuentes. Y toda el agua era transportada a un solo punto donde los capitalistas establecieron un gran estanque para contenerla. Y este estanque se llamaba el Mercado, porque el pueblo y aún los servidores de los capitalistas venían a él a aprovisionarse de agua. Y los capitalistas dijeron al pueblo:

–“Por cada balde que nos traigáis para verterlo en el estanque que es el Mercado, os daremos un denario; pero por cada balde que extraigáis a fin de poder beber vosotros, vuestras mujeres y vuestros hijos nos daréis dos denarios. Y la diferencia representará nuestra ganancia, sin la cual no habría razón para que hiciéramos lo que hacemos por vosotros y todos vosotros deberíais perecer”. Y esto parecía legítimo a los hombres, porque eran pobres de entendimiento. Durante muchos años y con gran cuidado llevaron el agua al estanque y por cada balde recibían un denario pero los capitalistas reclamaban dos denarios por cada balde extraído del estanque. Y pasados numerosos días, el estanque que era el Mercado desbordó, porque los hombres por cada balde que en él vertían, recibían lo justo para comprar medio balde. Y gracias al exceso que quedaba de cada balde, el estanque desbordó, puesto que el pueblo era muy numeroso, mientras que los capitalistas eran muy pocos y no podían beber más que los otros. Cuando los capitalistas vieron que el agua desbordaba, dijeron al pueblo: –“¿No veis que el estanque que es el Mercado, desborda? Calmaos y descansad, porque no habrá necesidad de que nos traigáis agua mientras el estanque desborde. Pero no recibiendo el pueblo, dinero de los capitalistas por el agua que acarreaban, no podían comprarla, puesto que no tenían la más pequeña moneda para hacerlo. Y cuando los capitalistas vieron que ya no ganaban nada, porque nadie les compraba ya su agua, se asustaron mucho. Y enviaron pregoneros a anunciar por los caminos reales, por los senderos y a través de los cercados: “Si alguien tiene sed que venga al estanque a comprarnos el agua, porque desborda”. Y se decían unos a otros: “Los tiempos están malos; debemos hacer pregonar nuestra mercadería”. Pero el pueblo respondía diciendo: –“¿Cómo podemos comprarla sino ganamos nada? No conocemos otro medio de comprarla. Alquiladnos como antes y, gustosos, compraremos vuestra agua, puesto que estamos sedientos y no tendréis necesidad ya de pregoneros. Los capitalistas respondieron al pueblo:–“¿Acaso debemos pagaros por acarrear el agua cuando el estanque del Mercado desborda? Es preciso comprar primero el agua y cuando hayáis comprado bastante para vaciarlo, entonces os alquilaremos. Y sucedió así, que no pagándoles los capitalistas el acarreo de agua, el pueblo no pudo comprar la almacenada. Y entonces se oyó decir:”Estamos en crisis”. La sed de los hombres era grande, porque no sucedía como en tiempos de sus padres, en que el país estaba abierto a todos a fin de que cualquiera pudiera buscar el agua; los capitalistas lo tenían todo tomado: las fuentes, los pozos, las cisternas, los vasos, los baldes, en tal forma que nadie podía tomar agua sino en el estanque que era el Mercado el pueblo murmuraba a los capitalistas y les decía: –“Ved el estanque está lleno y nosotros morimos de sed. Dadnos, pues, agua, porque no debemos perecer”. Pero los capitalistas respondieron: –“¡No; el agua es nuestra. No beberéis a menos que la compréis con dinero. Y confirmaron esto con un juramento gritando: “¡Los negocios son los negocios!” Los capitalistas no estaban menos descontentos porque las gentes no les compraban ya agua, privándoles así de toda ganancia, y se interrogaban unos a otros:–“Parece que nuestras ganancias han impedido nuestras ganancias y que las ganancias ya hechas nos privan de hacer nuevas. ¿Cómo puede ser que nuestras ganancias no nos sean ya provechosas y que nuestros beneficios nos empobrezcan? Llamemos a los adivinos a fin de que nos interpreten está cosa”. Y los adivinos fueron llamados. Estos eran hombres sabios en lenguajes oscuros, que se entendían con los capitalistas para obtener agua y vivir ellos y sus hijos. Y hablaban al pueblo en nombre de los capitalistas, de quienes eran embajadores, porque los capitalistas formaban una tribu pobre en inteligencia y sin el don de la palabra. Los capitalistas entonces pidieron a los adivinos que les explicaran por qué el pueblo no les compraba ya agua, a pesar de que él estanque estaba lleno. Y uno de los adivinos respondió: “¡Es la producción excesiva!” y otros dijeron: “¡Es la obstrucción!”, pero el sentido de las dos palabras era el mismo. Otros dijeron también: “No, eso de debe a las manchas solares”. Y otros todavía respondieron diciendo: “Esto no se debe ni a la obstrucción ni a las manchas solares, sino a la falta de confianza”. Y mientras los adivinos disputaban entre sí según su costumbre, los hombres de las ganancias a fuerza de bostezar se quedaron dormidos. Cuando despertaron, dijeron a los adivinos: –“Basta ya. Vuestras palabras nos han encantado. Ahora idos y encantad también al pueblo, para que quede tranquilo y nos deje también tranquilos. Pero los adivinos, llamados también los hombres de la ciencia negra –habiéndose así llamado algunos de ellos mismos– no querían presentarse al pueblo por temor de ser lapidados ya que el pueblo no los amaba. Y dijeron a los capitalistas:–“Señores, es un secreto de nuestro arte que hace que los hombres ahítos y sin sed permanezcan tranquilos y puedan encontrar encanto en nuestros discursos, precisamente como vosotros. Pero, si están sedientos y en ayunas, no encuentran en ellos ningún atractivo y pronto hacen mofa de nosotros, porque se diría que a todo hombre que no está ahíto, nuestra ciencia parece vanidad. ¡Pero los capitalistas insistieron! –“¡Id a pesar de todo! ¿No sois, pues ya, nuestros embajadores? Los adivinos se presentaron al pueblo, exponiéndoles el misterio de la producción excesiva, y como sucedía que debían perecer de sed porque había mucho agua y como había suficiente porque había de más. Y hablaron también de las manchas solares, así como de la falta de confianza que eran la causa de todo. Y sucedió precisamente, como lo habían previsto los adivinos, que su ciencia pareció a las gentes pura vanidad. Y el pueblo los insultó diciéndoles: “¡Maldición sobre vosotros, cabezas vacías! ¿Queréis burlaros de nosotros? ¿La abundancia engendra acaso la escasez? ¿De mucho no sale nada?” Y recogieron guijarros para lapidarlos. Viendo los capitalistas que el pueblo continuaba murmurando y no escuchaba ya a los adivinos, y temiendo que viniera al estanque a apoderarse por fuerza del agua, le enviaron profetas (falsos profetas) que aconsejaron a los hombres mantenerse tranquilos y no molestar más a los capitalistas con su sed. Y estos falsos profetas aseguraban al pueblo que la desgracia había sido enviada por Dios para la salvación de las almas, y que si la soportaban con resignación, sin desear más el agua, una vez muertos irían a un país donde no habría ya capitalistas y sí agua en abundancia. Bien que así fuera, había también verdaderos profetas que condolidos de las miserias del pueblo, no quisieron profetizar para los capitalistas y en cambio hablaron a menudo contra ellos. Cuando los capitalistas vieron que el pueblo seguía murmurando y no se calmaba, a pesar de las palabras de los adivinos y de los falsos profetas, fueron ellos mismos hacia él y habiendo humedecido el extremo de sus dedos en el agua que desbordaba el estanque, rociaron con algunas gotas a la muchedumbre que se apiñaba alrededor de ellos y esa gotas, llamadas caridad, eran extrañamente amargas. Pero los capitalistas vieron todavía que el pueblo se apaciguaba menos con las gotas llamadas caridad, que con las palabras de los adivinos y las de los falsos profetas. Al contrario, se volvía cada vez más amenazante y se apiñaba alrededor del estanque como si fuera a vaciarlo por la fuerza. Entonces, después de haberse aconsejado entre sí, enviaron secretamente emisarios al medio del pueblo. Y estos buscaron a los más fuertes de la turba, y a todos aquellos que eran expertos en el arte de la guerra, y habiéndolos llamado aparte, les dijeron solapadamente: –“¿Por qué no tomáis la defensa de los capitalistas? Sí queréis estar con ellos y servirles contra el pueblo a fin de que no pueda apoderarse del estanque, tendréis agua suficiente para vosotros y vuestros hijos”. Y los fuertes y los expertos en el arte de la guerra escucharon estos razonamientos y luego se convencieron, porque tenían sed. Se fueron con los emisarios hacia los capitalistas, quienes les dieron bastones y espadas. Y habiendo llegado así a ser los defensores de los capitalistas, golpearon a los hombres que manifestaban intención de acercarse al estanque. Pasado algún tiempo el agua disminuyó en el estanque, pues los capitalistas se habían servido de ella para hacer pilas y surtidores, que eran la alegría de sus mujeres y de sus hijos al mismo tiempo que la propia. Cuando vieron que el estanque iba a quedar vacío, exclamaron: “!La crisis ha terminado! y contrataron otra vez al pueblo, pagándole para que acarreara el agua al estanque y lo llenara de nuevo. Y por cada balde que los hombres acarreaban, recibían un denario, mientras que por cada balde comprado a los capitalistas, éstos exigían dos denarios para obtener su ganancia. Y después de algún tiempo el estanque desbordó como la primera vez. Y después que los hombres hubieron llenado el estanque varias veces hasta hacerlo desbordar, sufriendo en seguida sed hasta que el sobrante de agua era derrochado por los capitalistas –sucedió que aparecieron en el país unos hombres, que fueron llamado agitadores, porque excitaban al pueblo. Y éstos hablaron a la muchedumbre, diciéndole que debían entenderse entre sí, para no tener necesidad de servir más a los capitalistas y para cesar de sufrir sed. Y a los ojos de los capitalistas, éstos agitadores eran hombres culpables y de buenas ganas los habrían crucificado, a no ser por el temor al pueblo. Y he aquí las palabras que los agitadores dirigían al pueblo: –“Hombres tontos, hasta cuándo os dejáis prender en las trampas de los capitalistas, creyendo para vuestra perdición lo que no es? En verdad os lo decimos, todo lo que los adivinos y los capitalistas os han repetido no son sino mentiras hábilmente preparadas. Y también los profetas, que afirman que Dios quiere que seáis siempre pobres, miserables y sedientos, son mentirosos más culpables que los otros. ¿Cómo es que no podéis obtener el agua que desborda del estanque? ¿No es acaso porque carecéis de dinero? ¿Y por qué no tenéis dinero? ¿No es acaso porque recibís un denario por cada balde traído al estanque que es el Mercado, mientras que debéis pagar dos por cada balde comprado, ya que los capitalistas pretenden obtener su ganancia? ¿No veis que así el estanque desborda, puesto que se colma con lo que os hace falta y su abundancia se hace a costa de vuestras privación? ¿No veis que mientras más os apliquéis mayor actividad y celo desplegaréis en acarrear el agua y por lo tanto seréis más miserables a causa de la ganancia extraída de vuestro trabajo, y que así será hasta la consumación de los siglos? Durante muchos días los agitadores hablaron así al pueblo en medio de la indiferencia general, pero terminaron por hacerse oír de los hombres. Y éstos respondieron al fin a los agitadores: “–Lo que decís es cierto. A los capitalistas y sus ganancias debemos nuestra miseria, porque ellos y sus ganancias nos impiden recoger el fruto de nuestras fatigas, que resultan así inútiles. Mientras más nos esforzamos por colmar el estanque más pronto desborda y entonces no podemos obtener nada, porque hay mucho agua como nos lo afirman los adivinos. Pero los capitalistas son gentes duras y sus limosnas son crueles. Decidnos si conocéis un medio de librarnos de nuestra esclavitud. Si no conocéis uno seguro no nos atormentéis más y dejadnos en paz a fin de que podamos olvidar nuestra miseria.” Y habiendo respondido a su vez los agitadores: “–¡Conocemos un medio!”– los hombres replicaron: “–No nos engañéis, porque muchos no han hablado de ello desde un comienzo, pero nadie ha encontrado hasta hoy ningún medio de liberación si bien algunos lo han buscado con ansia dolorosa. ¡Ah, si conocéis un medio decidlo luego!” Entonces los agitadores hablaron al pueblo de este medio y respondieron: “–Nosotros os decimos: ¿Por qué os dejáis explotar vuestro trabajo por estos capitalistas? ¿Cuál es el gran servicio que os prestan para que les paguéis tal tributo? En verdad, es sólo porque os colocan en cuadrillas, os conducen para allá y para acá, os reparten el trabajo y os dan en seguida un poco de agua acarreada por vosotros y no ciertamente por ellos. Pues he aquí el medio para que os libertéis de esta esclavitud. Haced vosotros mismos lo que hacen los capitalistas –es decir,– organizad vosotros mismos vuestro trabajo, dirigid vuestras cuadrillas y repartios cada labor. Así no tendréis ya necesidad de los capitalistas ni de acordarle ningún beneficio y en cambio os dividiréis como hermanos todo el producto de vuestro trabajo en partes equivalentes a cada cual. El estanque no desbordará entretanto, cada uno de vosotros calme su sed y no desdeñe abrir la boca para reclamar más agua. Entonces os serviréis del exceso para construir pilas y surtidores, entreteniéndoos todos juntos, como lo hacían los capitalistas; pero vuestro placer será el placer de todos. Y los hombres respondieron: “–Lo que decís nos parece, justo, pero ¿cómo podemos hacerlo? Los agitadores replicaron: “–Los capitalistas os han enseñado ya a repartiros las diferentes tareas; a guiaros los uno a los otros. Podéis constituir libremente vuestras cuadrillas y organizar vuestro trabajo en forma que no haya más entre Uds. ni patrones ni servidores, sino simplemente hermanos. Nadie obtendrá ganancias, pero cada cual gozará en común del fruto del trabajo común. Sois esclavos sólo porque trabajáis por cuenta de los capitalistas y vuestra libertad necesita ante todo que estéis en condiciones de trabajar por vuestra propia cuenta. Todo es de todos: el estanque, las fuentes, los pozos, las cisternas, los vasos, los baldes son del pueblo todo y no sólo de los capitalistas. Haced que así sea: es el único medio de liberación”. Y el pueblo los escuchó, pareciéndole buena la cosa. Además no parecía difícil. Todos los hombres exclamaron a una: “¡No queremos obrar de otro modo. Así sea!” Los capitalistas oyeron los gritos y lo que decían los hombres y los oyeron también los adivinos, los falsos profetas y los hombres fuertes expertos en el arte de la guerra, que defendían a los capitalistas. Todos temblaban en tal forma que entrechocaban sus rodillas, mientras ser repetían unos a otros: “Ha sonado nuestro hora “. En cambio, los verdaderos profetas que, llenos de piedad por el pueblo, jamás profetizaron para los capitalistas, se regocijaron profundamente sintiendo la libertad cercana. Y el pueblo obró e hizo todas las cosas que le habían sido aconsejadas por los agitadores. Y sucedió que todo se hizo como lo habían anunciado. En ese país no hubo más hombres que sufrieran hambre, sed, frío ni otras necesidades. Y cada hombre decía a su compañero: “hermano” y cada mujer a la suya “hermana”, porque eran los unos para los otros como hermanos y hermanas, que vivían juntos en el país. Y la justicia, reinó eternamente sobre esta tierra.–

Edourad Bellamy.

( Traducido especialmente para “Claridad” por A. S. y S. A.).