LA TORRE DE MARFIL

Lástima es que se metan a escribir los que no saben, y mayor lastima que abandonen la pluma los que podrían manejarla. El inepto, a fuerza de trabajar, se hace menos inepto. A fuerza de caminar, aunque sea a ciegas, algo alcanza. Los tropezones le guían; los fracasos le enseñan, y, en todo caso, resta el recurso de no leerle y de negarle la circulación y el aliento. Pero el talento, ocioso disminuye, y no hay defensa contra los daños que causa la esterilidad. El necio charlatán nos fastidia; el sabio que calla, nos roba. Estos avaros de su inteligencia, estos traidores de su fama, se dividen en dos clases. Los unos pretextan que el oficio de las letras es criadero de pobres, y prefieren lucrar en un rincón. Con tal de cenar, renunciarían a conducir el 'Quijote.' Los otros, enredados en su pereza, dicen que se preparan, que aún es tiempo, y que de no producir cosas notables, mejor es no producir cosa alguna. La defección de los primeros no es tan calamitosa como la de los segundos. Debemos desconfiar de los que no estiman bastante su carrera. Entre escribir y ser ricos, eligieron ser ricos. Demostraron que no merecían ser escritores. Nacieron verdaderamente para picar pleitos o para vender porotos o, lo que es peor, para mandar. No lloremos demasiado la fuga de los infieles al arte que se acomodan con el destino de un Rotschild, y llamemos a la torre de marfil donde se encierran los indecisos: —¡Salid! Perfumemos los pies en el rocío de los campos. Descubramos lo que el monte oculta. Viajemos. —Nuestra torre es muy bella. —No hay cárcel en ella. —Estamos cerca del cielo. —¿De qué os servirá lanzar al cielo vuestra simiente, si no cae a tierra? Sólo la humilde tierra es fecunda. —El polvo nos asfixia. El pataleo de la plebe nos da asco. EI sudor de la soldadesca hiede. La realidad mancha y aflige: es fea. —Porqué no sois bastante agudos para penetrar su hermosura. El mundo os abruma, porque no sois bastante fuertes para transformarlo. Os parece obscuro y triste, porque sois, antorchas apagadas. —En cambio, nos entregamos al maravilloso resplandor de nuestros sueños. —¿Qué valen nuestros sueños, si no los comunicáis? Hacadlos universales y los haréis verídicos. Mientras los guardéis para vosotros, los tendremos por falsos. —Nuestras ideas solitarias baten sus alas en el silencio. —Ideas de plomo, incapaces de marchar diez pasos. Alas da gallina. De los muros de nuestra torre de marfil, nada se desprende, nada parte. Decoráis vuestro egoísmo: bostezáis con elegancia. Complicáis vuestra inutilidad. Prisioneros el humo de nuestra pipa, confundís la filosofía con la “toilette”, el genio con la pulcritud. Tomáis la timidez por el buen gusto; envejecéis satisfechos de vuestros modales. Alejados de la ciudad nadie os busca porque nadie os necesita. Sois muy distinguidos: os distingue vuestra debilidad Desdeñáis; pero ya se os ha olvidado. —El presente nos rechaza tal vez, por no doblegarnos a sus exigentes miserias. Nos refugiamos en el pasado. Somos los eruditos de la tumba. En nuestras salas, vagan los tintes tenues de los venerables tapices. La claridad discreta idea las lámparas de bronce arranca un noble relámpago sombrío a las armaduras milanesas, y en la paz nocturna, sólo se oye el pasar de las rígidas hojas de pergamino bajo nuestros dedos pálidos, donde brilla un sobrio y denso sello antiguo.

—Os refugiáis en el pasado, como muertos que sois. Si estuviérais en el porvenir. Desenterrad en buena hora, más no cadáveres. Resucitad a los difuntos o dejadlos tranquilos. ¿Para qué traer su padre al sol? Y a que tanto afán tenéis en frecuentarlos, id vosotros a ellos: huid a la región de la eterna sombra. Mas si os decidís a vivir con nosotros, vivid de veras no en simulacro; vivid en vida no en muerte. Repirad el aire de combate común y empezad vuestra propia obra. —La queremos perfecta. La perfección a que aspiramos nos paraliza. Apenas trazamos una línea, nos detenemos, porque la reputamos indigna de nuestro ideal. Lo perfecto o nada. ¡Suicidas! Lo primero y lo último y lo perfecto es vivir. Esa perfección es una forma de egoísmo. Ansiáis lo perfecto, es decir, lo acabado, lo intangible, aquello en que nadie colabora ya, aquello a que nadie llega, lo que aparta y humilla, lo que os eleva y aísla, el mármol impecable y frío, la torre de marfil. Por aparecer perfectos según vuestros patrones del minuto, os inutilizáis y mentís. Atentáis a la secreta armonía de vuestro ser, destruís en vosotros y alrededor de vosotros, la misteriosa, exquisita, salvaje belleza de la vida. Sobre lo perfecto está lo imperfecto. Sobre la augusta serenidad de las estatuas, hay que poner nuestros espasmos y nuestros sollozos y nuestras muecas de criaturas efímeras. Llevad vuestra alma, encontradla y dadla toda entera, con sus grandezas y con sus bajezas, con sus fulgores sublimes y con tinieblas opacas, con sus cobardías y hasta con sus monstruosidades. Libertaos de vosotros mismos y os salvaréis y nos salvaréis a nosotros. Habréis aumentado la sinceridad y la luz del universo. Abrid la mano del todo, ¡oh sembradores! Que no quede en ella un sólo germen.

Rafael BARRET