De Rafael Barrel

 

La Madre

Una larga noche de invierno. Y la mujer gritaba sin cesar, retorciendo su cuerpo flaco, mordiendo las sábanas sucias. Una vieja vecina de buhardilla, se obstinaba en hacerla tragar un vino espeso y azul. La llama del quinqué moría lentamente. El papel de los muros, podrido por el agua, se despegaban en grandes harapos que oscilaban al soplo nocturno. Junto a la ventana dormía la máquina de coser, con la labor prendida aún entre los dientes. La luz se extinguió, y la mujer bajo los dedos temblorosos, de la vieja, siguió gritando en la sombra. Parió de madrugada. Ahora un extraño y hondo bienestar la invadía. Las lágrimas caían dulcemente de sus ojos entornados. Estaba sola con su hijo. Porque aquel paquetito de carne blanda, y cálida, pegado a su piel, era su hijo... Amanecía. Un fulgor lívido vino a manchar la miserable estancia. A fuera, la tristeza del viento y de la lluvia. La mujer miró al niño que lanzaba su gemido nuevo y abría y acercaba la boca, la roja boca, ancha ventosa sedienta de vida y de dolor. Y entonces la madre sintió inmensa ternura subiendo su garganta. -En vez de dar seno a su hijo, le dio las manos, sus secas manos de obrera; agarró el cuello frágil, apretó. Apretó generosamente, amorosamente, implacablemente. Apretó hasta el fin.

 

La huelga

Huelgas por todas partes, de Rusia a la Argentina. Y qué huelgas! Veinte, cincuenta mil hombres que de pronto, a una señal se cruzan de brazos. Los esclavos rebeldes de hoy no devastan los campos, ni incendian las aldeas; no necesitan organizarse militarmente bajo jefes conquistadores como Espartaco para hacer temblar al imperio No destruyen, se abstienen. Su arma terrible es la inmovilidad. Es que el mundo descansa sobre los músculos crispados de los miserables. Y los miserables son muchos, cincuenta mil cariátides humanas que se retiran no es nada todavía. El año próximo serán cien mil, luego un millón. El edificio social no parece en peligro; está cerrado a todo ataque por sus puertas de acero, sus muros colosales, sus largos cañones; esta rodeado de fosos, y fortificado hasta la mitad de las llanuras. Pero mirad el suelo, enfermo de una blandura sospechosa; sentidlo cede aquí y allí. Mañana, con suavidad formidable, se desmoronará en silencio la montaña de arena, y nuestra generación habrá vivido.