NUESTRO TEATRO

Acevedo Hernández, uno de nuestros mas recios valores literarios, trabajador incansable que la vida ha tratado duramente, nos ofrece las primeras cuartillas de un libro próximo: Desde mi Sinceridad. Esta obra de Acevedo Hernández, que publicaremos continuadamente hasta su final, habrá de procurar hondamente la atención de nuestro mundo intelectual, ¡ay! tan reducido.

 

No es mi ánimo dedicar mi tiempo a estudiar la lentísima evolución de nuestro teatro desde su comienzo, porque si tomo en cuenta su relativo valor de hoy, llego matemáticamente a comprender que el de antes muy poco valía. Sin embargo, esbozaré algunas rápidas acotaciones. En su principio, es decir, después de la Independencia, fue patriótico o romántico, y por cierto no bueno, el patriótico no llegó a la epopeya, ni el romántico a tener vida propia, se redujo a la imitación, y sus cultivadores parecían ignora la vida; y, no me extraña pues, este fenómeno se repite a la luz de 1920. Sólo tres autores merecen mencionarse en el largo período que une la Independencia a 1869, época en que escribió D. Daniel Barroz Gres uno de nuestro mejores folletinistas. Por esa misma época aparecieron Román Vial y Juan Rafael Allende. Es de notar, que estos autores marcaron un progreso definitivo en la literatura chilena. Grandes observadores, supieron escribir la obra costumbrista con gran acierto, eran cáusticos y atrevidos, su época era mas hipócrita que la nuestra. Si bien es verdad que sólo Allende llegó a la comprensión transcendental de la vida, abordando valientemente el teatro social, Barros Grez y Vial ridiculizaron las costumbres, desgraciadamente con superficialidad. Ellos solo oyeron el eco de la carcajada, comentaron y ridiculizaron para hacer reir, no comprendieron el dolor que aunque más mundo o más cobarde en ese tiempo, era el mismo señor todo poderoso de siempre. Los costumbristas de esa época sólo estudiaban lo exterior. Y era digno de estudio el risible exterior de aquella gente semicivilizada, llena de prejuicios que hacía una manda cada cinco minutos, que se ocupaba preferentemente del prójimo, que para pecar apagaba la luz o cerraba los ojos, y que hasta para reír se colocaba sordina. Era una edad gris: el tricornio del sacerdote constituía el símbolo de la intolerancia, y su voz un anatema o una bendición. Las fortunas que se negaban para obras de progreso engrosaban las arcas de un San Gregorio avaro, o servían para adquirir plenaria. El cielo era la divina preocupación.... En esta, era soporífera y ambigua, escribieron los autores citados, y aún se escuchan sus carcajadas. Barros Grez escribió «La beatra», estrenada por la compañía Mackay en Valparaíso en 1869, «Como en Santiago», «El testarudo», «El casi casamiento» y otras. Román Vial produjo: «Los extremos se tocan», «Una votación popular», «La mujer hombre», «Choche y Bachicha», «Gratitud y amor» y el drama de carácter casi definitivo «Dignidad y orgullo», que dio a conocer en Valparaíso la Compañía Garay. Juan Rafael Allende fue el más valioso autor teatral de ese tiempo, lo creo un hombre legendario, batallador, terriblemente cáustico. que tuvo en su contra la sociedad de su tiempo, y que tuvo el valor de atacar en toda época al fraile y al politiquero. Este hombre fuertísimo afrontó la peor de las vidas: la del equivoco, talvez no supo regular sus pasiones ni sus impulsos, pero conoció como nadie la psicología del pueblo; el uno no se detuvo en la fachada. Sufrió persecuciones y conoció la tremenda expectativa del banquillo. Lleváronle a él los odios políticos, que nada perdonan ni valorizan. Allende se volvió contra la sociedad de su tiempo, porque la supo hipócrita y cruel, porque en su alma sintió las exaltaciones de un altísimo ideal de amor y porque supo comprender el dolor y el ansia enorme de este pueblo chileno, tan pasivo que lo permite todo. Ridiculizó, Allende, atrozmente la sociedad de medio pelo, es decir, los inadaptados que sueñan eternamente trasplantaciones, en sus obras «Para quien pelé la pava» y «Víctima de su propia lenguaje». Y abordó con voz potente, dolorosa, terrible, el drama del pueblo. Todo el dolor del desheredado que sólo sabe producir, que cae diezmando junto a la maquina de un industrial avaro o el mesón de un vendedor de vino, vampiro de todos los tiempos, fue expresado por Allende. El fué el profeta del dolor. Y alcanzó grandes éxitos aún oficiales, como los otorgados a su drama «De la taberna al cadalso», que como construcción no resiste el análisis, pero que es un monumento como obra educativa.

(Continuará)