Vida Obrera

EL PRIMER ESTREMECIMIENTO AGRARIO

Hasta los comienzos del año actual, las relaciones entre terrateniente y cultivadores no habían sido amagadas ni desquiciadas por un fenómeno huelguista. Un desacuerdo tan abierto, tan decidido y tan manifiesto como el acaecido en el centro y en el sur del país, era algo que la muerte ciudadana no podía concebir ni figurárselo. Desde la colonia el agricultor ejercía un dominio absoluto en sus tierras. El inquilino nacía, trabajaba y moría sin pensar nunca en que la vida le acordaba tantos derechos como a su patrón. Sus hijos continuaban trabajando para los sucesores del amo con la misma sumisión, con la misma ausencia de perspectivas nuevas y con idénticas limitación de raciocinio. El campesino vegetaba; no recibía instrucción ni ventaja de ninguna especie. Vivía, comparado al obrero de la ciudad, en un estado de pobreza absoluta. Sufría miseria material y moral. En algunos fundos era agarrotado y vejado en sus hijos, cuando su conducta no agradaba al dueño. Sin embargo, estas pobres gentes soportaban todas las innoblezas y cobardías patroniles, porque consideraban a sus patrones miembros de un casta superior que debía ser obedecida y mantenida. En los primeros años de la república, cuando la oligarquía no estaba contaminada por el lujo ni corrompida por la depravación, el terrateniente era como el padre de sus trabajadores. Existía algo semejante al patriarcado. El dueño se creía hecho de carne más noble; pero estaba unido a sus inquilinos por un sentimiento de solidaridad y hasta de afecto. Después el propietario perdió el cariño de la tierra y se dedicó a vivir parasitariamente en las ciudades. La distancia empezó a carcomer el afecto, a destruir el acuerdo espiritual. Más tarde, cuando los labradores fueron iniciados en el conocimiento del alfabeto, una revolución subterránea, individual y por coincidencia, colectiva, dio nueva fisonomía al campo. Nuevos conceptos hirieron de muerte las antiguas costumbres e hicieron desagradables la esclavitud y el abandono. El lazo afectivo desapareció junto con la resignación. Los sembradores, los trabajadores agrícolas quedaron unidos a los poseedores del suelo, únicamente por el interés económico. Y como éste se ensancha sin interrupción ha llegado el instante del conflicto. Ya no se contentan con los que se les da. Quieren mejor retribución, piden habitaciones más higiénicas, exigen más respeto. Los propietarios comienzan por negarse, claman, se enardecen y finalmente concluyen por aceptar las condiciones. Sin inquilinos las tierras no producen y ellos se morirían de hambre porque no saben trabajarlas. Tanto las huelga de Culiprán como las producidas en otros puntos, son absolutamente económicas; pero se trata del comienzo. Con el sucederse de los días comprenderán los obreros campesinos que la opresión material no se resuelve con un mayor salario. También llegarán a comprender que la tierra como capital anterior a los hombres no puede ser privilegio de nadie. Y deducirán entonces que los que efectivamente la trabajan son los únicos merecedores de beneficiarse con cuanto produce. Este movimiento insignificante como realidad, tiene trascendencia porque incorpora a los campesinos a la acción emancipadora sostenida por los obreros industriales y manufacturados. Las condiciones de trabajo agrícola se oponen bastante al desenvolvimiento intelectual de los agricultores asalariados. Viven más absorvidos por el ambiente y también más separados; hay lógicamente menos intercambio mental, menos progreso en cualesquier sentido. Los obreros de las ciudades si se compenetran de la importancia que los campesinos tienen para la liberación común, deberán establecer relaciones de propaganda a fin de que los impresos lleguen a todos los rincones conduciendo las inquietudes renovadoras. Y se obtiene además que la obra de rectificación social sea conocida por todos e impulsada por todos.

GONZALEZ VERA.