La declaración de Principios de la Federación do Estudiantes de Chile

Si analizamos, la declaración que se refiere a la «Educación Nacional» veremos que está enunciada con los mismos defectos de las anteriores declaraciones. Aún más. Diríase que en ella el espíritu es manifiestamente reaccionario y en contradicción con la nueva concepción de la sociedad a qué aspira la Federación de Estudiantes. El comienzo de la declaración es hermoso: «Todo sistema do educación supone un ideal del hombre y de la vida. La Federación de Estudiantes anhela que la educación pública de Chile, en todas sus formas y grados, tenga como su más alta aspiración formar hombres libres, que sólo se inclinen ante la Razón y el Deber; hombres idealistas, que tengan fe en los destinos de la Patria y de la Humanidad; hombres sanos y fuertes, que sean aptos para colaborar en el advenimiento de una vida más pura, más bella, más justa y fraternal que la vida presente. Nada podemos objetar a esta introducción, tan bella en la forma como en el fondo. Añade, a continuación: «La Federación mantiene el principio del Estado docente y de la educación nacional gratuita y laica. La enseñanza primaria deberá, además, ser obligatoria”. Esta parte de la declaración es esencialmente conservadora, En efecto, la Federación sostiene, por una parte, que el actual regimen es injusto y que debe reemplazarse. Por otra parte, acepta el Estado docente. Veamos qué significa este principio. Estado docente es el Estado que enseña. Por extensión, se denomina así en Chile a la obligación y exclusividad de la enseñanza por parte del Estado, en oposición a la doctrina, sostenida por los católicos, de la libre enseñanza, esto es, el derecho que cualquiera tiene para enseñar. Por una ironía de las circunstancias, los católicos chilenos -que, en general, son ultra reaccionarios,- defienden un principio más avanzado, más justo que el de los llamados liberales que tienen monopolizada la enseñanza secundaria y superior. Es lógico que un Estado que se atribuye la posesión de la verdad, enseñe todos aquellos principios que le sirven de base, como verdades eternas a inamovibles. Un Estado despótico enseñaría de tal modo que justificaría el despotismo. Un Estado militarista haría la apología de la fuerza armada y un Estado capitalista enseñará -como pasa en la Universidad de Chile- que el socialismo es un error profundo, que los ejércitos son indispensables, que siempre habrá guerras y que el sistema llamado democrático y el sufragio universal es la última palabra en materia social. El Estado enseñará, pues, siempre lo que convenga á sus intereses, y tratará, por medio de la enseñanza, de estabilizar sus instituciones, sean o no anacrónicas. Ahora bien. Si, por tener interés en mantener la explotación de una minoría sobre la mayoría que trabaja, consideramos al Estado actual como la encarnación de la tirania y de la violencia, deduciremos que la enseñanza actual, dada por el Estado, tendrá por objeto eternizar la explotación y la violencia. Y eso es lo que ocurre en realidad. En las escuelas se exaltan el valor militar, las hazañas guerreras y las conquistas. Se falsea la historia, haciendo aparecer al respectivo país como el más fuerte, el más valiente y el más disciplinado del continente. La historia patria enseñada por cada uno de los Estados habla siempre de grandes victorias y hazañas; rarísima vez de «retiradas estratégicas» o «sitios y defensas heróicas»; casi nunca de derrotas. Tomemos un ejemplo práctico. De la historia de la Revolución de la Independencia, en la forma como se enseña en Chile, los pequeños alumnos sacan como consecuencia que los españoles eran unos cobardes, dirigidos por capitanejos ibéricos de ningún valor. El inmenso valor intelectual, social y económico de esa Revolución desaparece, para el estudiante, ante la inmensidad de la victoria militar y la fiereza de los soldados nacionales. Todo esto crea en la mente del alumno un juicio falso, una hipertrofia del nacionalismo, del chauvinismo y del patrioterismo agresivo y egoísta, que causan enormes daños a la juventud. Si pasamos a la esfera social económica, el Estado nos enseñará que el derecho de propiedad es inamovible y que el Parlamento es la encarnación del gobierno del pueblo; de la misma manera que tiempo atrás consideraba delito la huelga o quemaba a los que no tenían la religión que el Estado consideraba verdadera. Dejamos, con esto, demostrado que el Estado no puede tener la arrogancia de enseñar la verdad. La historia y la razón nos dicen lo contrario. La Federación de Estudiantes ha caído en una contradicción: si establece que el regimen actual es injusto, no debe permitir que el Estado enseñe como verdad el imperio de la injusticia. Continúa la declaración: «Todos los establecimientos públicos de educación deben formar un conjunto armonioso que funcione, bajo la suprema dirección de un sólo Consejo General de Enseñanza en que estén representadas las diversas actividades de la vida nacional”. La realización de este ideal -teóricamente lógico- traería, como consecuencia, los mismos inconvenientes que encontramos en el Estado docente: La dirección única de la enseñanza, si aceptamos el principio del Estado docente, es una tiranía contra la cual todo hombre libre debe rebelarse. ¿Piensan acaso los jóvenes de la Federación de Estudiantes que el Estado, a través de un Consejo General de Enseñanza en donde estén representadas las actividades esenciales de la vida, permitiría que se enseñase otra cosa que lo que le conviniera a su existencia aunque ella estuviese reñida con la verdad? “La enseñanza general. en sus dos ciclos, primario y secundario, deberá tender -agena a todo fin utilitario inmediato- al desarrollo integral de la persona física y psicológica del educando, dentro del justo respeto de su carácter individual. Deberá instruir y educar a la vez, es decir; que junto con dar conocimiento al niño o al adolescente, desarrollará en el buenos hábitos biológicos, morales, intelectuales y estéticos, que lo hagan capaz de continuar indefinidamente el proceso do su auto-educación”, añade en seguida la declaración de principios. La declaración es exacta y ojalá sirviera de norma a aquellos pseudo-educadores que pretenden que los alumnos de los liceos, en vez de adquirir cultura, aprendan a manejar el martillo para que trabajen pronto para los «buenos» burgueses. Termina: «La Universidad debe estar formada no sólo de escuelas profesionales, sino también de institutos de altos estudios científicos, literarios y filosóficos. -Son anhelos importantes de la Federación la autonomía económica de la Universidad y la formación especial del profesorado de instrucción superior. -La enseñanza especial debe desarrollarse en las distintas regiones del país atendiendo a las necesidades de cada una. -Para cooperar al triunfo de estas aspiraciones, la Federación luchará por obtener la representación de los estudiantes en los organismos directivos de la enseñanza». Dos puntos importantes encierra esta declaración: el señalar que la actual Universidad de Chile es sólo una fábrica de profesionales, y el derecho de los estudiantes a estar representados. La escasez de espació nos obliga a suprimir el comentario de estos dos puntos. Los lectores pueden leer la, importancia, del primero en el folleto de José Ingenieros: «La Universidad del Porvenir».

Resumiendo: las declaraciones de la Federación de Estudiantes de Chile acerca de la enseñanza, adolecen de los mismos defectos que el conjunto de la «Declaración de Principios»: contradicciones y olvido de que siempre es necesario tener una idea central, básica, para exponer doctrinas. Tenemos la seguridad de que; en la Segunda Convención Estudiantil, que ha de verificarse en 1922; los estudiantes chilenos harán una Declaración de Principios digna de los hermosos ideales que sustentan. Y si la Declaración de Principios de la Primera Convención es, a pesar de todo, uno de los más hermosos documentos que puede exhibir la juventud estudiosa del mundo, ojalá la Declaración de la Segunda la supere en ideales justos, bellos y fraternales. El valor de la «Declaración de Principios se acrecienta más aún si consideramos que fué redactada en una época anterior en un mes al «terror blanco», o sea, el imperio de la violencia y del «chauvinismo» gubernamental.

EDGARDO TAGLE. Temuco, Mayo de 1921.