LA JORNADA HEROICA

Trasladamos al amable lector al 21 de Julio de 1920. Frente a la Moneda aullaban las turbas “decentes” en el paroxismo del odio hacia los que predican la fraternidad entre pueblos y razas, como el único medio de mantener la paz y alejar la guerra entre los hombres. Eran los sectarios de un patriotismo egoísta, estrecho, sórdido, mezquino; de ese patriotismo degenerado, convertido en patrioterismo vulgar en fuerza de exagerarlo, y destinado a encubrir los negociados de la casta gubernamental. La baba de la hidrofobia caía en hilos de sus bocas vociferantes; un halo de muerte y destrucción trasudaban aquellas turbas rabiosas, armadas de garrote y protegidas por “detentes” y escapularios. De pronto apareció en los balcones de la Moneda la diminuta figurilla de un senador de la República, senador por su dinero, que se encargó de señalar rumbos y objetivo a la demencia organizada con fines que serán eternamente una vergüenza para nuestra incipiente cultura. En tan triste ocasión, aquel senador se encargó de probar prácticamente que la moralidad y mentalidad media de los pretendidos representantes del pueblo, están muy por bajo de la moralidad y mentalidad media de los hijos del trabajo. Probó, con su actitud de azuzador de turbas, que superviven en él los morbos del salvajismo primitivo. La incendiaria arenga del representante del pueblo produjo sus frutos. Aquella muchedumbre exaltada, aquellos sectarios, borrachos de un patrioterismo enfermizo, sedientos de exterminio, se dirigieron al Club de Estudiantes, como deben haberse dirigido las hordas de Atila sobre los pueblos de Occidente. La complicidad del Gobierno, la colaboración tácita de la Policía, centuplicaban la audacia de aquellos bravucones, que a plena luz meridiana iban a cubrirse de gloria en la jornada más vergonzosa que registra la cronología de este país. Y el local de los estudiantes fué asaltado y destruído; sus muebles despedazados: su biblioteca, al igual que la de Alejandría en los tiempos bárbaros, quemada en público auto de fe; y todo esto bajo la mirada estúpida de los agentes de la autoridad. Todavía, como epílogo de tan heroica jornada, los asaltados que se hallaban a la sazón en el local destruído, fueron golpeados, presos y procesados!... Esta escandalosa hazaña debe cargarse por entero a la cuenta del gobierno de Sanfuentes y sus colaboradores, y a las Cortes de Justicia, microcéfalos incapaces de comprender las mutaciones progresivas de la Humanidad, tendientes a depurar el gobierno de las sociedades de prácticas viciosas, de impudicias que a través del tiempo han arraigado en el Poder, y que han podido perpetuarse mediante el engaño o la violencia hechos sistema.

Pero si bien la Jornada Heroica del 21 de Julio se tradujo en la destrucción de la Casa de los Estudiantes; si bien aquella jornada fué una afrenta para la chilenidad y puso en relieve las bajas pasiones de ciertas gentes, que presumen de cultas por el abolengo y por vestir a la moda, ella se tradujo también en la excecración del país honrado, contra todo un régimen de gobierno. Puede afirmarse categóricamente que desde el momento de consumarse el salvaje atentado contra el Hogar de los Estudiantes, el régimen que representaba en el gobierno don Juan Luis Sanfuentes, quedó sentenciado a muerte. Los hechos posteriores fueron la confirmación de este juicio. Aplastado por la condenación del país, por todo lo que tiene de sano y de viril, el sanfuentismo retrocedió espantado ante su propia obra. Jamás se produjo entre nosotros una reacción más formidable contra los atropellos gubernativos. Jamás se vió al pueblo de Chile más decididamente resuelto a hacerse respetar. Fueron aquellas las más hermosas jornadas cívicas que ha vivido el país. ¿Y qué diremos del enorme ensanche de las ideas de emancipación que, como contragolpe, trajo el atentado contra los estudiantes? La serie de atropellos contra la moral y la ley, del gobierno sanfuentista, elevó al cubo la intensidad de la propaganda. Una vez más quedó constatado el fenómeno social de que las persecuciones, lejos de servir al objeto que buscan sus autores, sirven, por el contrario, para organizar contra ellas la resistencia, no ya solamente de los perseguidos, sino también de muchos, de muchísimos no militantes que antes fueron perfectamente indiferentes. Mientras mayor es la brutalidad empleada, mayor es también la fuerza de resistencia que tal brutalidad levanta en su contra. Aparte los perjuicios materiales sufridos; aparte los vejámenes a las personas; aparte las injusticias de la llamada Justicia por ironía, las violencias sanfuentistas hicieron más por la propaganda, que todo lo que pudieron hacer los «agitadores» y (página siguiente) «subversivos» en un lustro de tesonera labor!...

Vamos a terminar comentando brevemente la afirmación de un senador demócrata, que hizo, en la corporación a que pertenece, el elogio de las «democráticas» instituciones chilenas. Después de enumerar en su discurso las libertades de que gozamos en este país, -que no son sino bellas mentiras escritas en el papel- se detuvo en la más importante de nuestras conquistas democráticas: la Igualdad ante la Ley. Exaltó hasta el lirismo el valor filosófico y legal de esta Igualdad, para demostrar que Chile es el país más libre e igualitario del mundo... Al leer en su oportunidad aquel discurso en la prensa, golpeó a nuestra imaginación el recuerdo de la Jornada Heroica del 21 de Julio de 1920, y no pudimos menos que establecer la diferencia que existe éntre la declaración hueca y mentirosa de politicastros adocenados, y la realidad brutal de los hechos!... ¡La Jornada Heroica del 21 de Julio se alzará como un perenne desmentido contra los embustes de los políticos profesionales! ¡La igualdad ante la ley, así como todas las libertades públicas, son en Chile un mito, cuando están de por medio los intereses creados de la casta gobernante y de sus allegados! ¡Mentira, todo mentira!

M. J. MONTENEGRO.