LA VOZ DISONANTE...

La política como profesión individual supone un renunciamiento espiritual casi absoluto y hace que los hombres pospongan sus propias ideas en beneficio de las ideas dominantes. El aspirante a un sillón o a una cartera ministerial renuncia a pensar por sí mismo y obra de acuerdo con las ideas protocolizadas, con los moldes mentales impuestos por los ancianos. Ya casi nadie se respeta. El ansia de triunfar, el arribismo desesperado de cierta juventud permite que el pensamiento nacional tenga un sello de unanimidad y que las acciones oficiales sean cuadradas. No vivimos de acuerdo con nuestros sentimientos ni con nuestras ideas. Hacemos lo que se hizo. Frente a los problemas nacionales adoptamos una actitud blanda para el fuerte y dura para el débil y cuando nuestra acción debe proyectarse hacia el exterior, nuestra posición es la de un troglodita contemplativo. Ni siquiera podemos ilusionarnos con el advenimiento de otras generaciones porque de la marea juvenil fluyen solamente esclavos, charlatanes y lacayos. Todo el país está bajo la tenaza de un centenar de hombres que no representan a nadie. Este círculo se abre sólo para los que se subordinan al rito oficial. Y todos juntos convertidos en nación, obran, piensan y deciden por los millones de personas que a lo largo del territorio sufren y trabajan sin esperanza ninguna. El ejecutivo se renueva de personal; pero mantiene siempre su principio de posposición. Es un ejecutivo sin acción propia, incapacitado para toda iniciativa. Se declara partidario de la “libertad de trabajo” cuando los obreros tienen alguna probabilidad de imponer su derecho, y reposa cuando los patrones disminuyen el salario, despiden a los obreros o establecen cualquier gabela. Y frente al poder legislativo su actitud es todavía más extraña. La insinuación más leve de un vejete más o menos senador es interpretada como orden por los secretarios de estado. Gracias a este consentimiento tradicional la conducta funcionaria de un ministro se nivela a la de un portero. Y si la tendencia a dar gusto a los hombres centenarios del Senado terminará en el asentimiento, habría que regocijarse. Sin embargo no es así. El señor ministro ansioso de congraciarse, hambriento de importancia, brincará, si es necesario, por sobre la ley que es el Alah político. Por esto no debe sorprender que un ministro haya dicho en el Senado que no tolerará que funcionarios públicos opinen en desacuerdo con el gobierno. Esta declaración se refiere al profesor Carlos Vicuña Fuentes que hace poco incurrió en la temeridad de pensar que la política internacional de Chile se desarrollaba en un plano de error. El señor ministro olvidó que el derecho de pensar todavía ocupa algunas líneas en nuestra constitución y olvidó que el señor Vicuña no es un profesor de opiniones sino de pedagogía. Cree el señor ministro que las opiniones de Vicuña Fuentes pueden perturbar la acción gubernativa. Nunca la opinión de un hombre desprovisto de autoridad material ha tenido la fuerza de impedir o desviar los hechos oficiales. No es obstáculo a la labor gubernamental la oposición de una masa. Siempre ha obrado por cuenta propia y la masa ha llegado también a despegarse de la vida funcionaria. Menos lógico es, pues, afirmar que una voz aislada se transforme en fuerza. En un país de almas inactivas como el nuestro es motivo de regocijo espiritual, oir una voz disonante. Puede que ella interrumpa el silencio mental de algunos...

GONZÁLEZ VERA.