Sobre la Vacuna Obligatoria

Parece que se está cayendo, entre nosotros, en la inaudita aberración de la vacuna obligatoria. Si eso pasa, es, sin duda, porque Chile carece de Gobierno con plena y luminosa conciencia de su alta misión pública. No se concibe, en efecto, que estadistas, realmente tales, se dejen sugestionar por opiniones biológicas de los médicos que tienden a mirar la especie humana cual conjunto de bestias, y que, desconociendo la sociología y la moral, pretenden tratar de modo imperativo y veterinario al hombre, como a simple animal. La vacuna puede aconsejarse cuanto se quiera por quienes crean en su eficacia, pero no debe jamás imponerse forzosamente. De lo contrario se instituye un monstruoso despotismo sanitario. El pueblo que tolere semejante cosa, sería un pueblo degradado, que no sabe hacer respetar su dignidad cívica. Esto es de tal evidencia qué sólo vanos sofismas pueden levantarse a combatirlo. Los médicos si desean cumplir una labor benéfica de salubridad, han de abstenerse, sobre todo, de fomentar la cobardía y de sembrar el pavor respecto de las epidemias, que así no hacen más que preparar el terreno al desarrollo del contagio. Limpieza de cuerpo y fortaleza del alma son los mejores preservativos contra toda clase de dolencia. Prediquen, pues, los médicos generosamente, con energía incontrastable, la higiene física y moral, tanto del individuo como de la sociedad, y llenarán entonces un laudable sacerdocio que los enaltezca ante la opinión del mundo.

JUAN ENRIQUE LAGARRIGUE.