POEMAS

Una voz nueva y leve “como la sombra de una rosa sobre la yerba” y el armonioso encanto de un amor que es rumor de fuente bajo la luna de su espíritu. Los poemas de Eleonora Sawa... ¡Que se haga el silencio y que nuestro corazón sea la estática María oyendo la dulce palabra...

AL AMADO Amado! cuando tu tienes, mi vida toda florece –milagro luminoso– y mi corazón es como un labio que hubiera probado el vino. A tu contacto se doblan mis pensamientos y se tienden a tus pies como una alfombra. Y cuando te alejas -¡oh, mi amado!– la angustia se ovilla a mi carne, y las dudas van, trémulas, por el aire como palomas ciegas. Amado! pon la rosa de tus labios sobre mi vida y toda ella adquirirá el hondo sentido y la curva armoniosa de un pensamiento sereno.

MI AMADO Con la gracia tímida y fuerte de una ala de paloma, así se muestra mi amado entre los hombres. Dulce de gustar –miel rubia– su boca, ha acogido mi corazón –manso prisionero en la suave oquedad de su sombra. Y bajo el armonioso arco de sus cejas, corre mi vida como un arroyuelo bajo una selva.

LA VOZ DEL AMADO La voz de mi amado entró en mi corazón con el gallardo vuelo de una águila. La voz de mi amado entró y dijo: “Tórnate, amada, leve como una hoja que hace apenas un rumor en el bosque. Sea tu corazón como una fuente para mis labios. Que la dulzura te doble, unciosa, como una mujer ante el estremecimiento de sus entrañas. Mira las luciérnagas: en la noche son como estrellas. Que tus pensamientos se ciernan, luminosos, en nuestra causa!” Callose la voz de mi amado y mi boca dijo palabras de buena ventura.

COMO LA SOMBRA DE UNA ROSA... Soy para mi amado tan pobrecilla y leve, como la sombra de una rosa sobre la yerba. Cuando la seda de sus párpados, a semejanza de dos quitasoles velan su mirada, yo me escurro tan dulcemente por sus contornos, como un niño que apenas quisiera meter ruido. Ah! pero sobre sus labios me quedo como un recién nacido sobre su cuna!

MI SERENIDAD Cuando te dobles, cargado de presentimientos sobre la tierra gris, y mi sombra sea sólo un tenue aletear en la lejanía –oh, mi amado!– yo tendré una frescura de laureles sobre la frente, y en mi pensamiento una inmensa serenidad triste y mansa de saber que sólo a tierra va a guardar la risa vibrante de tu boca. Sólo la tierra...

MADRE! Cuando te lo contaron, madre, se apretó tu corazón como la flor de magnolia, y no digiste nada, nada. Te habías equivocado. Creías conocer a tu hija como a tu libro de misa que te sabes de memoria, y no sabes nada, nada. Y el orgullo se agitó como un ser vivo en las entrañas; pero no dijiste nada, nada. Después, una tristeza mansa aleteó bajo tus párpados y se quedó allí -¡Dios mío, para siempre!– como un pájaro bajo su alero

ELEONORA SAWA.

1920.