MI AMIGO

Nos tratábamos de esplicar y de justificarnos. Le decía yo como había luchado para ahogar en mí aquella aversión que sentía, incontenible, ante su modo de ser, sus gestos, sus palabras, hasta sus pensamientos, pues tanto lo conocía ya, que me era fácil adivinarlos. Él, negaba que fuese así como yo afirmaba. Me contaba sus esfuerzos por borrar todo defecto. Rechazaba las intenciones que yo le atribuía, afirmándose que sus actos y sus pensamientos eran siempre guiados por una intención noble y pura. E íbamos como dos ciegos, uno al lado del otro, que se buscan y no se encuentran. Queríamos seguir siendo amigos, pero veíamos que no podía ser. De seguir juntos concluiríamos por odiarnos. y esto nos dolía. En la soledad de la media noche nuestros pasos resonaban agrandados por el silencio. Y las casas y el cielo y las estrellas parecían más inmóviles y más impasible ¡Y nosotros atormentándonos por nuestros malos sentimientos: ¿Cómo fué esto amigo mío? ¿Te acuerdas tú que buenos muchachos éramos antaño y cuanto loco y hermoso sueño fabricábamos para el futuro? ¿Por qué es esto? De todo aquello sólo queda esta nuestra animadversión que nos amarga los instantes. Sí, amigo mío, tienes razón. Es mejor que nos separáramos porque nunca nos pondremos de acuerdo. La vida nos ha enturbiado el claro cristal de nuestra juventud y hoy hechamos de menos la sencilla esperanza y el ingenuo y tibio entusiasmo de antes. Por qué ha sido esto? ¡Ah! ni tu ni yo sabremos esplicar la causa de nuestra angustia. Hemos nacido con ella y tan acostumbrados estamos ya que no sabernos discernir que cosa es. Pero la presentimos. ¿No es verdad? Pero ahora nada podemos hacer. Tú seguirás con tu dolor, y yo seguiré con el mío sin que nos sea posible ayudarnos. Tratemos de ser fuerte ante esto que a tí y a mí nos separa sin que nosotros tengamos culpa alguna.

RENATO MONESTIER