KODAK

Colonización nacional La convulsionada lucha social que mantienen burgueses y obreros es una pesadilla para el Estado. Este quería estar bien con ambos porque sabe que ese sería el único medio que le permitiría prolongar su ya inútil vida. La desocupación, agría la situación y aumenta las posibilidades de volcarlo todo. El habilidoso Estado entonces, bajo el pretexto de amparar al pueblo, hace construir obras sociales y procura impulsar las Industrias básicas. Ahora sólo se habla de hacer producir a las tierras nacionales por medio de la colonización. Se dará a los pobres que lo soliciten algunas hectáreas en regiones sin movimiento, alejadas del tráfico. Los pobres, algunos cientos o algunos miles, harán sus chimilícos y se instalarán en plena naturaleza. Trabajarán heróicamente del día a la noche con sus mujeres y sus menores, y cosecharan; pero como no podrán, por su condición de pobres, transportar las cosechas, serán explotados por los intermedios, por los revendedores. Al cabo de algunos años, el campo se habrá transformado un poco al contacto de los hombres. Se transformará en zona agrícola. Los colonizadores, con un esfuerzo inmenso tendrán cierta independencia económica de las comodidades, que gozan los obreros industriales, los obreros de la ciudad. El colonizador no podrá ni instruir a sus hijos ni pensar ni cultivarse. Vivirá unido a la tierra, y comerá los productos de la tierra y será manso como la tierra. Ya no podrá separarse de ella porque lentamente se habrá hecho su esclavo. Un día, quien le dio la parcela que nutre, constatará el progreso de la región y construirá un ferrocarril y hará que una ilusión de progreso ponga cierta inquietud en el campo. Adquirirá entonces el derecho de gastar sus economias en impuestos y con su personal esfuerzo empezará a competir con las haciendas, en donde cientos de jornaleros trabajan para cualquier distinguido caballero. No perecerá en la lucha porque la tierra le dará a lo menos para comer; pero habrá contribuido a valorizar tierras muertas que desde ese momento empezarán a inflar la potencia de los grandes capitales. He insensiblemente se convertirá en tributarios de los terratenientes. Les dará su voto para que vayan al Parlamento a resolver sus negocios, y les facilitará sus hijos para que su fundo produzca y pueda gozar en los grandes centros de las ventajas del confort y de la cultura. Y si se le ocurriera recordar el instante en que todavía era de la ciudad, le acaecerá algo extraño.

Por los niños rusos Con su revolución, los rusos han sufrido materialmente más que todos los países vencidos en la nefasta guerra recién pasada. El bloqueo con que los gobiernos imperialistas aislaron a Rusia, produjo un rápido agotamiento de los vestidos y de las materias primas. La burguesía rusa destruyó los medios de producción y la internacional se negó a proporcionar repuestos. Y como ningún país puede pasarse sin el concurso de los demás, Rusia se desorganizó; y no tuvo ni vestidos ni alimentos que dar al pueblo y éste, sin vestidos ni alimentos, comenzó a decaer, a morirse materialmente de hambre. Los niños, sobre todo, han sido las víctimas del hambre y del frío. Con el rigor de los últimos inviernos la población infantil casi ha desaparecido. El mundo, que bien podía mantenerse hostil a la organización social de Rusia, no ha podido observar la misma actitud frente al hambre de varios millones de seres. Y las organizaciones intelectuales y obreras, han colectado fondos para enviar alimentos al Soviet. En nuestro país, un grupo de señoras está organizando una velada, cuyo producido será para los niños rusos. Esta velada, se efectuará el 15 de este mes en el Teatro Septiembre. Un deber de solidaridad nos impone el deber de contribuir a esta simpática obra.

¡Los pobres niños! Cuando la prensa no tiene de qué ocuparse, da una campanada para concentrar la atención pública en el aumento de los delitos, las enfermedades, la rebeldía, la desorganización administrativa, el juego, la morfina y otros muchos males. Entonces, los charlatanes, los políticos, los simples y los poseídos, opinan trascendentalmente sobre las características de la plaga hecha blanco; pero como en el fondo nadie siente la necesidad de que desaparezcan o aminoren, apenas ocurre algo nuevo, lo anterior queda olvidado en estado de comentario. Es de buen tono opinar en puritano, cualquiera puede hacerlo. Ahora acaba de efectuarse una nueva colecta para combatir la sífilis. El señor Fernández Peña hizo un llamado en nombre de la raza. Recalcó el hecho pavoroso de que de mil niños solo cinco eran sanos. No debía este caballero dolerse de un hecho tan baladí. Debía admirarse de que en nuestro país existan todavía niños. Con el estado, de salubridad de que disfrutamos no debía existir ninguno. Y tampoco debían quedar hombres y mujeres; pero la casualidad los mantiene todavía vivos. Seguiremos viendo cómo se pudren nuestros semejantes y constataremos que el remedio no existe en hacer colectas ni en desarrollar la órbita de acción de la beneficencia. El remedio momentáneo estaría en que el Estado tomara por su cuenta la realización de una metódica obra profiláctica; pero el Estado tiene su atención y su fortuna metidos en él engrandecimiento del ejército y en extender nuestro poder naval. Y esto es muy importante, muy patriótico y muy acertado, porque el militarismo como doctrina y organización es lo mejor que ha producido el mundo. No importa que los niños se pudran; lo interesante es que hagan su servicio militar. El ejército “es una escuela de virtudes físicas y morales” que “da a la nación ciudadanos sanos y aptos”. Amén.

Una pretendida extensión de dominio Sospecho que la ley de causa a efecto, ley esencialmente de orden físico, y que por extensión de aparente analogía, aplicamos al mundo entero y a nuestras fuerzas y voliciones espirituales, se encuentra en estas últimas fuera de su órbita. Con la lógica conocida no es facil comprobarlo, porque la lógica que poseemos es, precisamente, un instrumento adecuado para obrar, en el radio del pensamiento como si este fuese del orden físico. El determinismo sería verdad, en caso de que nuestras fuerzas espirituales perteneciesen al reino físico. Hay quienes así lo creen, y quienes que pertenece a otro reino distinto, En ninguna de ambas suposiciones basta creer, sería necesario probar. Y como esto no pueden hacerlo ni los unos, tanto el determinismo, pese a sus científicos defensores, como el libre arbitrio son fenómenos de creencia.