El Palomillismo en la Música Italiana

Si algún mortal deseara tomar en serio la música italiana, le bastaría informarse con la autorizada opinión que al respecto posee don Samuel Fernández Montalva o la ñata Inés. Quien haya tenido el placer de saborear un caldo de cabeza o un bisteque a lo pobre donde la ñata Inés, habrá podido reparar en el respetable conjunto artístico que ha logrado reunir esta mantecosa señora para deleite de los comensales de su casa de cena: danzas y canciones; música de Verdi, Donizetti y otros autores de camiseta a listas suenan en ese ambiente.

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A la Italia se le ha llamado la patria del bel canto y también cuna de la música, porque allí nacieron en el año 1600 las formas del oratorio y la ópera, pero nunca produjeron en este genero obra de importancia. A escepción de Palestrina, Marcelló y los Scarlatti, únicos músicos de mérito que esa sierra ha producido, el resto no sirve para nada. Los compositores italianos del siglo dieciocho y diecinueve asfixiaron la Europa con su mal gusto. Tanto es así que el pobre Mozart, Beethoven, Meldelsshon y Wagner tuvieron que afrontar una tenaz lucha contra el mal gusto italiano que pretendía suplantar a la noble tradición musical alemana. Se cuenta que Beethoven una vez se manifestó regocijado ante una partitura de Rossini, pero el caso histórico que habla más en claro sobre este concepto, es aquel que se refiere al viaje especial que verificó Rossini a Viena para conocer personalmente a Beethoven; éste para evitar de todos modos la prometida visita del músico de Pésaro, se mudó de casa y dejó a Rossini en Viena con sus maletas, golpeando frente a una casa vacía... Se puede argumentar, también, que hoy día se interpretan con éxito las óperas de Verdi, Mascagni y Leoncavallo en todos los buenos teatros del mundo; pero ¡qué diablo! en todas partes se impone el mal gusto ante el número y nó ante la calidad de los oyentes; seguramente aquí en Santiago se venden más pequenes que alfajores de la Antonina Tapia, o en el caso dé nuestra literatura, el libro que más se ha vendido en Chile ha silo “El subterráneo de los jesuitas”, por un señor Pacheco; así la cosa no tiene vuelta. En el arte lírico, Chile ha conocido solamente compañías italianas: Allá por el año 1830 llegó a Santiago la primera compañía de ópera, que dirijió un compositor chileno, el autor del himno de Yungay, don José Zapiola, que dió a conocer entre nosotros el Barbero de Sevilla, Tancredo, Cenerentola y otras óperas italianas. Desde entonces hasta nuestros días se ha verificado un desfilar constante en los dos meses de invierno de todos los años, de tenores y sopranos que han hecho retumbar nuestro teatro Municipal. ¡Los tenores! ¡Ah il tenore! Ha sido entre nosotros un semi-dios. Se clasifica a los tenores en dos categorías: líricos y dramáticos. Estos tenores no saben música, como casi todos los cantantes, y están inflados por una petulancia ilimitada que resalta en la actitud que asumen para fotografiarse. Han nacido con buena voz y esto les satisface. Un hombrecito llamado concertador que trae toda compañía de ópera les enseña al oído las cavatinas y romanzas. ¿Qué se diría de un actor que no supiera leer? Sin embargo los músicos no censuran a un cantante que no sepa teoría. El tenor lírico, por lo general, viste de claro, es risueño, se retrata caracterizando algún príncipe de su ópera favorita, le hace el amor a una buena bailarina y paga bien al jefe de la clac. El tenor dramático viste trajes obscuros; se retrata en actitud pensativa, con la cabeza tomada a dos manos y tiene un carácter sumamente irritable (que aprovecha para no pagar los dos meses de pensión). En la escena luce zapatos puntiagudos, una media negra y otra blanca, calzoncillos englobados de casquetes de colores y, a menudo, con una mano en el espadín y otra en el corazón se lamenta, junto a la concha, porque no lo aman piú, en una romanza que irremediablemente termina en un prolongado do de pecho, que enloquece a la concurrencia. Y, a veces, este famoso do es tan forzado y largo que a muchos tenores se les asoma el intestino por el gaznate. La duración del do de pecho mide, entre los italianos, el mérito del cantante. Todas las óperas italianas tienen el mismo argumento: el tenor está enamorado de la soprano, el barítono siente celos y al bajo no le importa nada! Obras roñosas del arte italiano que en literatura equivalen a las novelas de misiá Carlota Breamme son las siguientes: El Trovador, El Rigoletto, La Traviata, Un vallo in Máschera, La Favorita, Lucía, La hija del Regimiento, Lucrecia Borgia, La Norma, Los Puritanos, La Sonámbula, La Straniera, El Barbero de Sevilla, Tancredo, Pagliaci, Zazá, Iris, La Gioconda, etc. Los compositores italianos contemporáneos de mérito son: Perosi, Floridia, Martucci, Segambati, Valle de Paz, Crescentini, Puccini; y que en realidad no tienen el mérito de un compositor chileno. El gran Busoni, por muchas razones, es más alemán que italiano. Bueno, esta es nuestra opinión, pero como en arte las opiniones están divididas, seguramente dou Samuel Fernández Montalva, el crítico arquitecto y flautista señor Cruz, y la ñata Inés piensan de otra manera.

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