La Huelga de Arrendatarios

Al fin se produjo en Chile la primera protesta en forma concreta contra los abusos de los arrendadores. Fue necesario que la expoliación asumiera caracteres inauditos para que entrara en acción el instinto natural de la defensa, de que están dotados hasta los animales inferiores. Hay que felicitarse de este buen comienzo, y estimular con voces de aliento a los arrendatarios de Santiago, empleados y obreros, para que tomen parte en este movimiento que es de salvación nacional. Ya no basta la mitad de los sueldos y jornales para satisfacer la avaricia de la gente «patriota» que se dedica al negocio, –al presente harto escandaloso,– de explotar con el arriendo la miseria de sus conciudadanos. Nadie sabe a punto fijo cuánto es lo que rentan las casas de arriendo, cités y conventillos, porque no hay una estadística que pueda servir de base a los cálculos. Cada arrendador obra por su cuenta, sin sujetarse a pauta alguna, y sólo consultando su mezquino egoísmo de explotador sin entrañas. Sin embargo, la vivienda debe ser considerada como un factor de salud pública y, por lo tanto, debe ser controlada por las Municipalidades en todo lo que tiene relación con la moral, con la comodidad, con la higiene del vecindario. Así como la autoridad se considera con derecho para velar por la buena calidad de los alimentos que se expenden al público; así como debe velar por la salubridad de los establecimientos industriales; así como debe interesarse por la moral pública; así también debe intervenir en la fijación de una pauta para el cobro de los arriendos, cosa ya vieja en los países europeos, y relativamente nueva en Brasil, Argentina y Uruguay. Esta base no sería otra que el avalúo municipal de las propiedades.

En este país, donde sólo legislan los ricos en consonancia con sus intereses, los movimientos de salvación tienen que iniciarse extra-parlamentariamente, de abajo para arriba. Está comprobado por la repetición consuetudinaria del mismo fenómeno social, que ninguna ley de alcance popular tiene origen en el Parlamento. Su génesis, sus primeros principios han surgido de la agitación producida por los propios afectados. La ley no hace más que concretar algo qué ya flotaba en la atmósfera. Lo cual, por cierto, no puede aducirse como una alabanza del parlamentarismo. Todo al contrario, este antecedente resta importancia a la acción y a las decisiones parlamentarias. No entra, no puede entrar en la imaginación de ningún ser normal que un Parlamento cuyos cuatro quintos son formados por ricos burgueses, todos o casi todos propietarios, pueda iniciar una ley equitativa contra el alza de los arriendos. Creer en eso sería como correr tras una quimera. Pensar en tal evento, sería como suponer que un comerciante tiene o puede tener algún parentesco con la Moral, aun cuando sólo sea por afinidad... Toda mejora de condiciones en el proletariado debe llevar el sello de su propio esfuerzo. Es una ley universal que se cumple una vez más con la huelga de arrendatarios de Santiago. Nacida esta huelga en un pequeño radio de la ciudad, está llamada a extenderse porque tiene de su lado la justicia, porque los expoliados, que son aquí innumerables, se sentirán con bríos para seguir el ejemplo del pequeño núcleo que la inició, así como una sola chispa suele ocasionar el más colosal de los incendios. Una rebaja en el monto de los arriendos significará salud y alegría en los hogares pobres. Lo que hoy se lleva el avaro para saciar apetitos deshonestos, para lujos suntuarios y derroches, servirá para que en el hogar del empleado y del obrero haya un mendrugo más, un poco de más calor en la lumbre, un poco de más alegría en los corazones. Por la consecución de tan nobilísimos propósitos ha empeñado su primera batalla el Comité Obrero de Acción Social. Todos los hombres de corazón bien puesto; todos aquellos para quienes la Moral es una palabra con significado propio; todos aquellos que de verdad luchan por un mejoramiento efectivo de la raza, deben secundar su acción en forma concreta y eficiente.

M. J. MONTENEGRO.