Escaramuzas Parlamentarias

Las instituciones públicas y el cuerpo entero de sus miembros se encuentran compenetrados por principios de solidaridad que constituyen un estrecho estatuto de relaciones. De este modo los organismos estatales asegúranse recíprocamente una existencia regular: complementándose unos a otros en la mentira y en la inmoralidad. El interés de uno jamás deja de ser el interés de los otros. Están ligados por una conveniencia común y por un mismo sentido. Más poderosas que los hombres que llegan a su seno, las instituciones concluyen por asimilárselos y modelarlos conforme a su estructura y a su funcionamiento. De esta fuerza nace la homogeneidad en el espacio y en el tiempo, contra la cual se ha estrellado y continuará estrellándose el esfuerzo de los reformadores y de los revolucionarios transigentes. Cuando un miembro cuya asimilación no ha terminado, amenaza con romper el estatuto interinstitucional, todas las fuerzas concurren a repeler el peligro, del mismo modo que los glóbulos blancos de un organismo vivo, acuden a los puntos de infección para destruir el amago microbiano. Suele insistir el protestante y entonces se le excomulga o estrangula. Pero si transige, si se amengua y adapta, la asimilación está asegurada y ya no hay cuidado. A la brillante luz del tinglado parlamentario, repítese, sin largos intervalos, este mismo espectáculo. Asistiendo a su desarrollo podemos observar cómo restallan las palabras y se mueven los pensamientos, dirigidos por una fuerza uniforme, poderosa y tácita. Un novato de la Cámara de Diputados, el señor Rojas Mery, que, en su ejercicio de abogado ha sufrido el relego y conocido la impudicia de los jueces, amanece un día con ganas de cantar claridades imprudentes. Va a la Cámara y dice, en efecto, que la Administración de Justicia está corrompida; que los jueces prevarican por una vaquilla; que modelan su conciencia a gusto de los poderosos; que desprecian el derecho de los humildes; que favorecen a sus amigos, y comercian y se enriquecen con sus puestos. Esto dicho desde un sillón del Parlamento, adquiere un valor disolvente y quebranta la reciprocidad de los Poderes Públicos. Es necesario, pues, hacer callar a Rojas Mery, paliar sus afirmaciones o distraerle... mientras tanto. Los diputados comprenden que profundizar acusaciones de venalidad es peligrosísimo. Porque si los jueces comercian y se enriquecen con sus puestos, los parlamentarios hacen lo mismo con los suyos. No hay que escudriñar el origen de las fortunas ajenas y así nadie se fijará en el de la propia. «Además los jueces gozan de sueldos escasos y los parlamentarios no tienen dieta...» Acuden, pues, en defensa del Poder Judicial: «Desde luego -dicen– los casos que señala el señor Rojas son excepciones, son golondrinas que no hacen verano». Pero Rojas Mery señala más golondrinas y deja comprender que son los jueces íntegros las excepciones. Los defensores hablan, entonces, del prestigio necesario a las instituciones (vulnerado por el descubrimiento de sus lacras; no por sus lacras mismas); de la sobriedad de los magistrados y... de sus sueldos exiguos. Tratan de bifurcar las acusaciones y de localizarlas en funcionarios menos representativos, con lo que no consiguen más que probar que lo de abajo está tan podrido como lo de arriba. Pero un pensamiento unánime de la Cámara la salva del divorcio herético de Rojas Mery, como antes aplastó la blasfemia apasionada de Cárdenas. Y prosiguen funcionando los órganos de la asimilación. El silencio y aun la observación discreta y acomodaticia, pueden encumbrar mañana a Rojas Mery, de igual modo que derribaron a Cárdenas las palabras con que indignó en otro tiempo a los «accionistas del patriotismo» (como les llama Unamuno), y como ha vuelto a levantarle un silencio precioso y comprensivo. Pero la mentira va quedando cada día más en el aire hasta que venga uno en que se derrumbe.

R. CABRERA MÉNDEZ.