KODAK

La Justicia Durand.– Tendero de comestibles, comparece ante el tribunal de justicia por haber despachado géneros adulterados. Presidente.– Durand. El Laboratorio ha comprobado que vuestro chocolate es un compuesto al que sobra tanto óxido de mercurio y tierra roja como le falta soconusco. Durand.– Sí, señor presidente. Presidente.– Vuestro café está fabricado con hígado de caballo asado al horno, polvo de madera de caoba y caramelo; vuestras lentejas las conserváis con sulfato de cobre; vuestra manteca no es más que grasa coloreada con plomo; y en cuanto a la cerveza, es una mezcla de belladona, cabezas de adormidera, datura de estramonio y ácido pícrico. ¿Es exacto todo esto? Duran.– Exacto. Presidente.– ¿Ignoráis que esos venenos son, en su mayor parte, por extremo violentos? Durand.– ¡Diablo! ¡Ya lo creo! La cerveza sobre todo. Yo no bebería ni un vaso de la que vendo por todo el oro del mundo. Presidente.– ¿De modo que habéis obrado con premeditación y conocimiento de causa? (Durand se retuerce el bigote, socarronamente). ¿Qué tenéis que alegar en defensa vuestra? Durand (con arrogancia). Tengo que decir que el comercio es la teta alimenticia de una nación, y que nadie tiene derecho a poner trabas a los negocios, que ya van demasiado mal. A pesar de esta elocuente defensa el Tribunal usando de su severidad acostumbrada, condena a Durand a cincuenta pesetas de multa y los gastos del juicio.

El Tribunal de justicia procede seguidamente al interrogatorio de un malhechor acusado de envenenamiento. Presidente.– ¿Entonces confesáis haber disuelto una caja de cerillas en la comida de vuestra suegra? Acusado. –Media caja nada más. Presidente.– ¡Sea! Gracias a un concurso de circunstancias, que yo calificaría de providenciales, vuestra infortunada víctima ha escapado a la muerte; pero la intención criminal y la premeditación estaban manifiestas. ¿Tenéis algo que alegar? Acusado.– Únicamente que estoy dispuesto a pagar la patente. Presidente.– ¿Qué patente? Acusado.– Una patente de tendero de comestibles, viñatero, pescadero .. cualquiera; no tengo preferencia por ninguna. (El presidente mueve la cabeza). De ese modo se me castigará con cincuenta pesetas de multa y los gastos del juicio. Presidente.– Acusado, no agravéis vuestra situación con bromas de mal gusto. El Tribunal, estimando los buenos antecedentes del acusado, le condena nada más que a veinte años de trabajos forzados. Acusado (filosofando en su prisión). Tratad de envenenar a una sola persona, y se os condenará a veinte años. Envenenad mil, y se os multará en cincuenta pesetas .. Diez mil y se os condecorará...” Para tener éxito en este bajo mundo, es preciso hacer las cosas en grande”.

MIGUEL THIVARS.

La colecta

I

Señoritas universitarias han recorrido las escuelas y algunas calles pidiendo dinero para costear el viaje a los estudiantes expulsados y, sin más armas que sus ojos, han logrado dejar nock-out a varios bolsillos. Desgraciadamente nuestras gentiles compañeras eran debutantes en el oficio y si les sobró entusiasmo y valentía, les faltó malicia...

II

Para confusión de los culpables y solaz de los inocentes transcribimos a continuación el inventario de los objetos encontrados en un canastillo de la colecta:

115 chauchas legitimas. 18 „ naturales. 376 dieses legítimos. 52 ” naturales. 5 cobres plateados. 13 hebillas de abrigo, zapatos, etc. 7 botones de camisas de ambos sexos. 6 botones de pantalones de ambos sexos. 1 pedazo de lata muy monono.

Total: 593 objetos surtidos.

¡No podemos quejarnos de monotonía, como se ve!

III

Nuestras compañeras vendieron los botones, hebillas, latas y el producto pasó a incrementar los fondos de la colecta. ¡Todo lo contrario de lo que pasa entre la aristocracia en que la plata de las colectas se transforma enseguida en hebillas de abrigo (con abrigo y todo), etc., etc., etc!

POIL DE CAROTTE.

Que se arregle en cualquier forma Ahora que existe la expectativa de reanudar definitivamente las relaciones con el Perú, algunos sutiles patriotas han descubierto que el honor nacional se compromete si se sigue por el camino elegido. Y han tocado la campana del patriotismo y nadie ha respondido. Este silencio no acusa falta de patriotismo. Acusa intoxicación de patriotismo, hastío de patriotismo. La gente, la pobre gente que paga contribuciones, está harta de mentiras, está harta de engaños. Algunas personas que ocupan cargos de senadores por su propia y única voluntad, han declarado sin que les tiemble la voz ni se les ruboricen las mejillas que, –oíd bien,– el pueblo no tolerará que se solucione el conflicto con el Perú por el camino hasta ahora seguido. Si nosotros fuéramos marxistas, diríamos: ¿Qué negocio tendrán entre manos, estos caballeros? Pero, como no lo somos, preferimos raciocinar en otro sentido y decir a manera de monólogo: Ah! Esos caballeros son muy optimistas... Creer que el pueblo pueda negarse a tolerar un hecho, aunque le perjudique, es sólo una exclamación optimista... ¿No nos está demostrando la aborrecida y querida realidad que ocurre todo lo contrario? ¿No es evidente que el pueblo tolera que sean senadores los que él no ha designado? ¿No está constatado que el pueblo soporta sin angustias un enorme ejército, que admite la presencia de millares de frailes y monjas, que recibe sin protestar el salario que le fija el amo; que sonríe a toda la turba de comerciantes, que acepta vivir en malas habitaciones, que edifica cárceles para que le disminuyan su libertad, que bebe alcohol, que sufre hambre, que se degenera? Todo es puro optimismo por desgracia. La palabra tolerar se ha inventado para el pueblo. El pueblo tolerará todo lo que quieran los señores senadores. El pueblo es ecléctico... Por estas y otras pocas razones, vaticinamos que el pueblo aceptará que el gobierno se arregle con el otro gobierno. Y creemos, sin el menor ánimo de molestar a los señores senadores, que en esta ocasión el pueblo tolerará algo que no le ocasionará ningún daño. Es cierto, que los señores senadores pueden haberse acostumbrado con el conflicto; pueden sentir por él algún cariño; pueden tenerle apego. Pero es cierto también que hay que renovarse. No resulta de muy buen gusto estar insistiendo eternamente sobre una misma cosa, sobre todo, cuando no es tan difícil inventar un conflicto con otro país. ¡No insistan señores senadores!

Protección a los animales Nos hemos civilizado mucho... Cada vez son más numerosas las sociedades protectoras de animales. Con los caballos hemos llegado al colmo. Casi los consideramos como de nuestra familia. No es raro ver en los árboles, grandes manifiestos en que se dice “trata al caballo como quisieras que te trataran a ti mismo”. Las damas y los caballeros les obsequian bebederos de alabastro, de mármol o hierro reluciente. Cuando algún carretelero los carga demasiado el público protesta, injuria al carretelero y lo hostiliza hasta que le disminuye la carga. Con los perros ocurre otro tanto. Las damas los cuidan con sus propias y hermosas manos. Les obsequian pastas de chocolate; les preservan del frío con capas de terciopelo y los bañan en agua tibia y perfumada. Los literatos escriben sobre ellos lindas páginas y los moralistas los ponen como un ejemplo que debían los hombres tener siempre presente. A los pájaros ¿no les ocurre acaso lo mismo? Manos piadosas ponen en los parques lindos chalecitos para que habiten con sus crías. ¿Qué podemos decir de los gatos? Ellos reciben la primicia de las caricias más delicadas; son peinados con peine de oro y son alimentados con ratas de confitura. Todos los animales, hasta los más atorrantes, son el objetivo de las más puras exaltaciones filantrópicas. ¿Acaso no existe en Inglaterra un pensionado para los perros extraviados en la urbe principal? ¿Las mil instituciones que para proteger a los animales mantiene la mejor sociedad chilena, no prueban algo? No podemos negar que nos hemos civilizado mucho.. Hoy para lisonjear a un hombre hay que decirle: “tú eres un animal”. Los políticos, esos seres sibilinos y ricos de visión, se han dado cuenta de que el pueblo está para los animales. Y para no perder su popularidad han comenzado a imitarlos. Algunos que tienen rostros apropiados se afeitan el bigote y se cortan el pelo de modo que resulte fácil identificarlos con gatos, conejos, perros, toros y otros animales. Hasta un senador ha dado en la chifladura de semejarse a un asno. ¡Y el pícaro ha conseguido su objeto! Otros políticos que tienen la desgracia de parecer hombres por todos los costados, han dado en la bonita estratagema de adoptar posiciones espirituales equivalentes a las asumidas corporalmente por sus colegas. Así, cuando unos hablan dan la impresión más perfecta de estar haciéndolo como podrían hacerlo los caballos, los peces o los orangutanes. Nos hemos civilizado mucho...

DEMOS.