Notas Provincianas

Vida Pública El pueblo donde vivo, es pueblo chico, en el que una fiesta de beneficencia es un acontecimiento, por que hablará en ella el futuro candidato a diputado, y bailará la hijita de don Zutano y cantará la señora Fulana. El paseo principal es, ¡claro! la Plaza de Armas. Allí las muchachas y los muchachos se pasean y pololean, mientras los viejos y las viejas hablan y miran picarescamente, oyendo los vals y los shymmis que toca la banda militar. Los Domingos van a misa mayor y después vuelven a oír shymmis y vals a la Plaza. El cine no los cautiva mayormente. El empresario del único teatrito que hay, llena de carteles multicolores las esquinas de la Plaza, poniéndole sugestivos nombres a las películas que anuncia, vgr.: “Amarse mucho para después morir”. Y la poca gente que va, conversa familiarmente y comentan en voz alta las incidencias peliculescas, mientras el piano eléctrico toca y toca. Hay un Club Social, donde se lee los diarios de Santiago y se discute sobre política. Las mujeres se juntan en la paquetería del turco, o en la sombrerería o en la Pastelería y cuando no hablan de las sirvientes o de los niños, hablan de las amigas ausentes. Las muchachas cuchichean al oído y miran con ojos encandilados a los muchachos. No he podido saber todavía sobre qué cosas hablan las muchachas. Las tardes de los Domingos son proletarias. La gente pobre se acicala y pasea. Van por las calles con pasos tardos y torpes, con caras inexpresivas, con ojos bovinos, que tienen una angustia inmensa con una inmensa resignación y sumisión. Deformados por el trabajo diario, trabajo atroz, sin satisfacción, sin novedad, mecánico, gris, gris, gris... cuando quieren alegrarse producen el espanto horrible de los ciegos que quieren ver...

El Pino En la plaza hay un hermoso pino. En estos días que hace un sol primaveral, y a veces un calor de verano, su sombra es agradable y fresca. Bajo este pino los hombres serios y ancianos, que nada tienen que hacer, se sientan a platicar patriarcalmente mañana y tarde. Hacendados y rentistas, abogados y políticos discuten amigablemente, mientras los arrapiezos, haraposos y sucios, que, como los hombres serios, tampoco tienen que hacer nada escuchan embobados. Y desde allí los hacendados dan instrucciones a los mayordomos de sus fundos, que, chupalla en mano, vienen a pedírselas. Allí los políticos discuten las probabilidades de uno u otro candidato a diputado o a senador. Yo oí una acalorada discusión, que tardaría una hora en acabar. Se discutía si fue Cornelio Saavedra o Héctor Zañartu el que ganó un “cacho” de dos mil pesos. Era una cosa grave. Yo, que también me he puesto provinciano, veo en este pino frondoso y propicio un símbolo. Se me antoja que todos los hombres de negocios, nuestros gobernantes, nuestros rentistas, nuestros militares tienen “su” pino, donde platican, discuten, etc. La otra gente mira o recibe órdenes y trabaja.

La Luna Como el paseo de la plaza es solo; como ya conozco casi todas las calles, por las tardes al venir el crepúsculo, salgo a vagar por rurales caminos. A esta hora los carreteros van a guardar sus carretas cantando monótonamente antiguas canciones. Mujeres del pueblo pasan a mi lado con bultos en los brazos o en la cabeza. Muchachas humildes y recatadas, me miran ingenuamente extrañadas por mi rara figura. A esta hora la luna se va haciendo más y más luminosa. Es curiosa y simpática la luna de este pueblo. Cuando hacen ya muchas horas que el sol ha pasado el meridiano aparece ella lamida y pudorosa, igual a una dulce niña que se presenta por primera vez en un salón. Asoma, poco a poco, con cautela, cuidando, seguramente, de no molestar. Y allí se está quietecita, sin hacer ruido, puede decirse, esperando que el sol se vaya. Mientras tanto el crepúsculo organiza toda una fiesta campesina de colores. ¿Cómo deciros esta maravilla? ¿Cómo expresaros la belleza inaudita que tiene a esta hora el camino polvoriento, los álamos, los montes azules; sí, azules, la lejanía, el cantar de las ranas, el soplar del viento, el arroyo, el guijarro, todo, todo? Pasado esta hora, la luna poco a poco se va destacando y perdiendo su recato. Ahora es ella la que reina. Todo lo demás se apaga, se calla, se duerme. Sólo los álamos quedan; pero también cambian. Una estrella aparece y luego sigue otra y otra... Las ranas cantan con más desenfado. Las puertas se cierran y se encienden las luces. Todo lo ha cambiado la luna, y es ella ahora la reina, ella, que con tanta timidez había aparecido en el cielo. A media noche el silencio es más grande. La claridad de la luna, os hace llorar.

Pablo Gerardo.