Cosas del Día

CRITICA Y CRITICOS CHILENOS

Acaso la figura severa de Sainte- Beuve pudiera llevarnos a sentir simpatía respetuosa y digna por la critica literaria. Si no bastase ese nombre cubierto de una gloria ya indiscutible, pudiéramos avanzar en el tiempo e inclinarnos frente al complejo Gourmont. Pero si esto no bastase aún; si Gourmont –a pesar de ser moderno y de haber figurado siempre en la vanguardia– no nos place, creo firmemente que será Mateo Arnold quien nos decida al fin a manifestar en una forma u otra nuestro respeto por la crítica de los valores estéticos de las obras literarias. La pregunta esperada, la pregunta eterna ha brotado ya: “¿Quién es ese Mateo Arnold?...” Porque conocer a Arnold o mentar a Arnold es, en opinión del vulgo intelectual –la peor categoría de vulgo–, o una pose algo insustancial o un exceso chocante de erudición pedantesca. Conocer a un autor genial, ¡qué delito! Leer a Fulano, a Zutano o a Perengano, talentos ignorados o autores que todos consagraron sin investigar, ¡erudición inútil, mal gusto, polilla destructora de la sensibilidad! Y así va el tropel literario avanzando a trancos cortos por uno de los innúmeros caminos de la vida; así va derechamente a un fin ingrato una pléyade juvenil en la que ingenuamente habíamos puesto el tesoro virgen de nuestras indefinidas esperanzas. “Que las cosas se hagan –parecen decirnos esos individuos– si pueden hacerse solas. Ya queremos no tan sólo la espontaneidad sino también la improvisación...” Y por obra y gracia de la improvisación aquí estamos todos fomentando el ocio, la desgana y el esnobismo. Escribir no es ya el resultado de una pacienzuda y firme preparación cultural; escribir ya no es acrecentar el acervo de inteligencia y de sensibilidad que se ha de dejar a los hombres del futuro. Hoy escribir es una manera de pasar el tiempo, un modo de llenar los instantes –a veces excesivamente numerosos– de ociosidad absoluta, un simple deporte que se alterna con el tenis o el turf dominical. En tal forma desastrosa se presenta hoy en Chile –y parece que no sólo en Chile– el panorama literario. La vida muerde y envenena con sus colmillos fieros; pero el que no tiene en sus propias venas el antídoto, no merece seguir viviendo pues lo tendría que hacer por gracia de la ajena caridad. No echemos al culpa a lo extraño de nuestros males propios y personales: “el ambiente soy yo”, debe decir el escritor con Eugenio D'Ors, y siguiendo el ritmo cesáreo y galante de Luis XVI. Y ya que el escritor no lo dice, ya que está encenagado en la contemplación de su esterilidad, ya que tiene dormida la conciencia y agonizantes los impulsos vitales, que haya quien lo diga, y que lo diga muy fuerte. Ese es el papel del crítico. Ese es el papel del crítico... pero ¿quién es el crítico? Parece que por olvidarnos --------------- no debíamos haber olvidado ------------- no hemos adquirido cultura ----------- acrecentado la pobre parcela que nos ha tocado; y parece también que por no haber querido preparar y suscitar en su plenitud las cosas, por dejarlo todo a la improvisación, apenas tenemos indicios de lo que nos falta: una severa y eficaz crítica literaria. No habríamos querido citar nombres, pero no podemos hacer otra cosa. Armando Donoso no es un crítico... ni nada; es un catálogo mal llevado. Omer Emeth tuvo sensibilidad hasta hace algo más de cincuenta años a la fecha. Pedro Nolasco Crúz es un notario. Eliodoro Artorquiza fluctuó durante largo tiempo frente a dos senderos, y escogió –según desgraciadamente se ha visto– el que le ha de llevar a la locura y a la degradación. Hernán Díaz Arrieta es un hombre digno, pero limitado. Menos Francia y más humanidad piden los días actuales; y más humanidad que en Francia hay en España y en Rusia, sobre todo en Rusia. Julián Sorel nos llena de regocijo y de inquietud. No sabemos si es laborioso, y si lo fuera, todo porvenir en la critica se habría salvado, así como en la parábola bíblica, la ciudad habría sido perdonada si hubiese habido en sus ámbitos un justo... Luis David Crúz Ocampo nos suscita las mismas reflexiones que Sorel. ¿Y no hay más? Sí: Fernando García Oldini, meritorio y lleno de sensibilidad; aunque a sus años ya debía haber hecho algo más. Y, finalmente, Ramón Ricardo Bravo, a quien se ha recetado insistentemente el suicidio. El advenimiento total de una manera literaria tan respetable ha hecho que la vulgaridad ilustrada, que la mediocridad reptante la muerda con sus fauces innobles. Esa es una falta que no podrá perdonársele jamás a los que –inconscientemente o no– abandonaron a manos mercenarias un ministerio lleno de nobleza y de elevación. Y por eso hemos caído en la aberración de que se ataque la crítica por causa de los “críticos” –de los que así se hacen llamar–; que se nieguen su obra y sus posibilidades inagotables; que se rompa con pedradas de maledicencia y rencor la cristalinidad del remanso de su curso histórico. Entre Fray Apenta que es un hombre sin cultura, pues no la ha adquirido, y Omer Emeth que es un hombre también sin cultura, pero porque la perdió junto con la sensibilidad en los desvanes de la noticia y del prodigio de erudición, hay espacio para una gama de variedad infinita. Pero falta el que esté en medio, el que equidiste de los dos extremos inaceptables para la práctica eficaz de la crítica literaria. Y ese hombre grande que ha de ser “nuestro” crítico no bajará de pronto a aposentarse entre nosotros como el de la leyenda religiosa la lengua ígnea del Espíritu Santo. Hay que abandonar de una vez para siempre los criterios de improvisación. Nada se hace solo, y la obra misma de la Naturaleza, todos los productos de su libre fecundidad, nada vale si no ha sido enaltecida por el contacto de los esfuerzos del hombre aplicados en cualquier forma que sea. En la necesidad premiosa del médico que aplique la medicina penosa pero decisiva, vamos formando la síntesis que a nuestra literatura ha de salvar del abismo vergonzante en que la tienen sumida el esnobismo, la vulgaridad y la ridiculez de los que la cultivan y de los que pretenden justipreciarla en forma de crítica estética.

Raúl Silva Castro