GLOSAS DE LA PROVINCIA

BOMBAS Y BOMBEROS Aquí rara vez hay incendios. Por eso no se había fundado una compañía de bomberos. Pero he aquí que un día estalla un incendio padre, y se quema toda una tienda. Sensación, tema de charla hasta para dos o tres meses después: los días Domingo se van a contemplar las ruinas y los que presenciaron el incendio narran sus peripecias. A alguien se le ocurre que se puede fundar una compañía de bomba. La idea toma cuerpo: se habla, se discute. Por fin un jefe de taller mecánico, reúne a unos cuantos obreros y funda la 1.a compañía de bomba, poniéndole: “Bomba Obrera”. Se pide aquí, se pide allá, se hace un beneficio hoy, una colecta mañana, se hace ejercicio todas las noches, etc. Todo esto para presentar el 18 de Septiembre unos bomberos nuevecitos, uniformados, con su carro, con sus escaleras, sus cascos, etc. Una cosa simpática, agradable. Y así fue, y la gente vio y aplaudió. Pero los jóvenes de la “sociedad” no quieren ser menos que los obreros y fundan otra compañía de bombas. Gran entusiasmo: se reúnen, hablan etc. Después hacen colectas, piden dinero, etc. Se hacen estatutos, se aprueban; se nombra un directorio provisorio, etc. Mas, con la hermosa semilla del entusiasmo, cae, desgraciadamente, la cizaña de la discordia. ¿Quién fue el primero en sembrarla? ¡Chí lo sá! Pero la verdad es que ahora hay una pelotera muy gorda. Varios directores fueron donde el tesorero para que entregara los fondos. El tesorero se niega. Entonces los directores lo insultan, lo injurian; en una palabra; le sacan la madre. Se divide el campo y se ahondan las discusiones. Luego surge otro problema. ¿Será de hachas y escaleras o de agua la compañía? Nuevas discusiones y otra pelotera. Se presentan renuncias, se cambia directorio, se desaprueban los estatutos aprobados, se piden explicaciones, hay asambleas tumultuosas, tempestuosas. El tesorero entrega el dinero, etc. Pero he aquí que un nuevo inconveniente formidable hay para la armonía y organización de este cuerpo benemérito. Varios distinguidos jóvenes se retirarán porque hay gentes que no son de la misma “clase” de ellos. Con esto la compañía amenaza fenecer. ¿Se arreglarán estos líos? ¡Quién sabe! SOMBREROS Yo nunca había dado mucha importancia a los sombreros de las mujeres. Siempre había admirado de ellas los ojos, la boca, los trajes escotados, ligeros, vaporosos, etc. Pero...¡los sombreros! Aquí, he aprendido a conocer la trascendencia sombreril. En el pueblo no hay sombrererías, por lo menos para las mujeres. Preciso es, pues, que alguien venga de otras regiones, trayendo tan importante adminículo en la vida social. Y así es como vienen señoritas modistas, portando una legión de sombreros tras sus frágiles espaldas y hacen “negocio bárbaro” como dicen mis buenos amigos. Si yo tuviera la fortuna de ser leído por alguna simpática modistilla, le aconsejo con toda buena fe, que se venga acá. Si no, fijaos: la sombrerería ocasional es el rendez-vous de todas las señoras y señoritas de la muy distinguida sociedad. Oíd un diálogo matutino: “¿Dónde nos juntamos, niña, ahora a la tarde?– Donde la Aurelia, pues. (La Aurelia es la modista sombrerera).– ¿Irá la Hortensia?–¡Claro!–¿Y la Emilia?–¡Cómo no!”. Oíd ahora un diálogo vespertino: “¿Qué precioso sombrero el que compré!, ¿verdad, niña?–Y el mío no te gusta, ese con una cintita celeste?–¡Ah!, sí, muy bonito. Pero te fijaste en las Ramírez, niña, qué mal gusto tienen. Si se parecen a las Ríos esas cursis, o a las Martínez, esas cargosas.– ¿Qué mujer tan buena es la Aurelita, no? ¡Es ideal! Y así sigue el pelambre. Y si pasáis por el frente de la sombrerería, veréis el local atestado de señoritas que se ponen sombreros, que se miran, que se hacen observaciones, que dan grititos agudos, que charlan, ríen, pololean, etc. Eso sí: no se pierde el tiempo; se pololea más a gusto en la sombrerería. Y los pollos que lo saben ya, se instalan en los alrededores, lavados, perfumados, seductores, jugando con el bastón o dando estrepitosas carcajadas. Las mamás, (cuando andan) se hacen las lesas, mientras las muchachas se ríen, cuchichean, saludan, hacen mohines o ponen ojos de carnero. A la señorita Aurelia casi la vuelven loca: Aurelita, ¿por qué no me da a mí este sombrero?– Lo tengo prometido, señorita.–Pero, ¡cómo, Aurelita!..–Mire Aurelita... Oiga Aurelita...! ¡Cámbieme este, Aurelita! Aurelita!... Y así sigue el bullicio, pintoresco, chillón, oliente a agua colonia y pachulí. Y desde hace poco lo primero que miro en la mujer es el sombrero. Y cuando anda sin sombrero me parece que no es una mujer completa. VEJEZ Estamos un poquito viejos ya, corazón, viejos; y para nuestra vejez no hemos guardado nada, nada. Ni siquiera una ramita verde o una florcita seca para mirarla en las horas solas cuando se siente más cerca la muerte y más lejos la vida. Nada de eso tenemos, corazón. Sin embargo, tengo un vago recuerdo de que una mujer nos quiso y acaso alguna vez en sus arrebatos de ternura nos besó los labios. Pero debe hacer mucho tiempo, mucho, por que nada de ella nos queda sino este recuerdo vago, tan vago como el de las cosas que se soñaron pero que no sucedieron. Yo no sé qué sucedería para que la vida pasase y pasase ante nosotros dejándonos ¡así, así como estamos ahora; ya viejos y gastados. Será preciso conformarse y esperar que venga la muerte, la muerte que no ha de tardar mucho. Mientras tanto, sigamos en el carnaval de la vida disfrazando nuestra vejez con piruetas y risas que más agotados nos dejan y más viejos. Pero, ¿qué? no hemos de estar pensando siempre. Y si en una de estas piruetas se nos cortase este hilo que nos mueve, exclamaríamos en un suspiro de alivio: ¡por fin!

PABLO GERARDO.