VIRTUDES Y VICIOS NACIONALES

EL PATRIOTISMO

Estamos viviendo un mes cívico que sirve para demostrar, de año en año, la sólida, inquebrantable consecuencia de nuestro grueso público nacional. Nosotros tenemos la debilidad de ser muy confiados: creemos todo cuanto se nos dice, basados en la honorabilidad y en la buena fe de nuestros semejantes. Se nos ha dicho por ejemplo, que le chileno es sumamente patriota y en ningún momento lo dudamos ya. Esta virtud nacional—hemos pensado—tiene mucha importancia y ha de servir sin duda para equilibrar en el espíritu de todos la presencia de ciertos vicios que no podemos negar. El chileno es tardo para asimilara las ideas generales, poco amigo de entregarse a la meditación y escasamente propenso al idealismo. En este sentido no hemos avanzado junto con la historia. Permanecemos aún, en 1923, donde nos dejaron espíritus de otros días fecundados al contacto de civilización extranjeras. Tal sucede con la literatura social y filosófica que no ha ganado ningún campo nuevo, o poco menos, después de aquella brillante generación que en 1842 suscitó el romanticismo que trajeron hasta nosotros los emigrados argentinos. Pasando a otro orden de cosas, el chileno no es precisamente el hombre más sobrio. Existen aún muchos senadores que no tendrían de qué vivir si no fuera por las laudables aficiones de la mayoría. En Chile nadie se abisma del vicio, nadie lo repudia, nadie lo aleja de sí excepto ese desvergonzado gestor del Nuevo Régimen que es el doctor Fernández Peña. Ser alcohólico es para un chileno neto una prueba de chilenidad irrecusable; el que no bebe, en cambio—“¡por fortuna (dicen) son tan pocos!”—, es un ser sospechoso: del que jamás se ha emborrachado se llega a veces a poner en duda la integridad masculina… El alcoholismo es toda una virtud, aún más: una religión nacional, a la que sólo por antipatriotismo hemos renunciado unos cuantos deschavetados. En el terreno de la lucha de conveniencias que es la política entre nosotros, sólo un chileno que se precie de serlo en alto grado puede figurar dignamente, escalar las alturas y mandar y repartir a su arbitrio prebendas y cargos. Un extranjero o un natural de aquí que no tenga espíritu nacional se perdería lamentablemente en el fango. Nuestro parlamentarismo es la charlatanería sin embages, encubriendo la falta de ideas y el nulo predominio que entre nosotros tienen las concepciones de equidad y discreción. La política—tan vinculada al parlamento que es como su sombra y sólo de su vida puede malamente subsistir—; la política es aquí cubileteo, astucia, cambullón e hipocresía. Una pequeñez cubre a la otra y ambas se complementan en una síntesis que todos conocemos. ¿Qué más? Hacer una enumeración de los vicios nacionales sería una tarea que demandaría paciencia de masoreta en el escritor no menos que en el lector, y una edición entera de “Claridad” para darle cabida. Y no hay necesidad de que nos tomemos este trabajo ni impongamos esta molestia. Cada uno de nosotros agregará una pincelada al cuadro esbozado, completará un detalle, integrará las perspectivas. Ahora bien, para equilibrar el número prodigioso de vicios nacionales, una sola virtud, antídoto de carácter homeopático para tanto virus. El patriotismo es nuestra única salvación. Si se interroga desde el extranjero a Chile si hay un gran movimiento de ideas, si hay pensadores, filósofos y grandes artistas, se responderá: “El pueblo chileno es muy patriota.” Si se cuestiona sobre las condiciones en que se desarrolla nuestra vida de relación y se nos pretende mirar por debajo de la máscara democrática y representativa que en política ostentamos, se replicará. “El pueblo de Chile es muy patriota.” Si se pregunta por el resultado que entre nosotros obtiene la universal campaña contra el veneno del alcohol, hay derecho para reponer: “El pueblo chileno es muy patriota.” Así somos nosotros. Puede faltarnos capacidad para las ideas, finura para el arte, intensidad para el cultivo de las tareas; puede faltarnos sobriedad hasta el punto de que toda fiesta nuestra pasa por tres períodos: el primero es funeral por la falta de alegría, el segundo es frenético por exceso de licor, y el tercero vuelve a ser funeral porque ya corre la sangre; puede, en fin, faltarnos nobleza y elevación en las luchas de las alturas, en las esferas que pretenden gobernarnos. Lo que jamás nos faltará es el patriotismo Pobres oradores políticos, pobres periodistas a sueldo si el patriotismo no existiera. ¿Qué sería de la gente que comercia con la alarma, con la turbación internacional? Este peligro no existe en Chile, donde el patriotismo es tan potente que basta para equiparar el número infinito de vicios que entre nosotros se desarrolla con tanta lozanía.

Manuel SALINAS M.