VALORES SINDICALISTAS

En otras ocasiones lo hemos enunciado y lo reafirmamos hoy: el sindicato es esencialmente una agrupación defensiva de productores asalariados, determinada por el régimen capitalista. Y de aquí desprendemos dos conclusiones dignas de Pero Grullo, pero que a fuer de sabidas pasan desapercibidas, originando la desorientación en la acción de los trabajadores: al sindicato deben pertenecer únicamente los que viven de un salario, es decir, del pago de su trabajo manual o intelectual; esta es la primera verdad gorda como un astro. Y, los movimientos realizados por los sindicalistas deben efectuarse por la acción directa de los trabajadores y mediante la fuerza que les dá su organización funcional; esta es la segunda verdad gorda como otro astro. Y coronando esto debemos sentar otros dos enunciados de negación: debe impedirse la incorporación al sindicato a todo individuo que viva del trabajo de otro, llámese patrón, contratista o “tratero”; y, debe abolirse en la lucha sindical el uso de los medios proporcionados por otro sistema de organización, como ser los suministrados por los partidos políticos, aunque estos estén constituidos en su mayor parte por trabajadores. Traemos todo esto a colación, pues así podremos conocer una de las razones que explican el marasmo—o peor quizá—el retroceso, experimentado en los últimos años en el movimiento obrero del país. Decimos, una de las razones, porque ellas son muchas, siendo la fundamental la paralización de las faenas de estracción mineral, (salitre, carbón, cobre), de la cual derivó el estancamiento de la industria y el comercio (fabricación de tejidos, calzado, cecinas, embarque de carnes, verduras y frutas), pues el principal mercado constituido por las regiones salitrera y carbonífera no tenía compradores, ya que la gente del norte fue trasladada al centro y sur del país en calidad de albergados, que relajados y desorganizados por la cesantía, sirvieron para fomentar el lock-out dictado por los capitalistas del centro y sur de Chile contra sus obreros, en una forma brutal y sistemática (lock-out de la gente de mar de Valparaíso y de la región del carbón, por ej.) Este malestar debido a la cesantía—o sea al exceso de brazos—ha sido la causa principal del decaimiento del movimiento obrero, ya que cuando hay exceso de trabajo y las brazos productores escasean, es cuando la lucha entre obreros y patrones se presenta más ventajosa para el proletariado, pues cuenta a su favor con la huelga que no puede ser rota por obreros cesantes, que en este caso no existen. Pero—a pesar de reconocer la importancia de la cesantía como determinante del marasmo o estancamiento de la agitación obrera—no podemos desconocer el valor de la constitución de los sindicatos, pues ella juega un rol esencial tratándose de movimientos de índole económica, los cuales predominan en las organizaciones funcionales revolucionarias. Y pecan de este vicio tondos los sindicatos del país. Con un pretexto u otro se introducen en ellos una serie de individuos no asalariados, dándose razones infantiles para justificar su presencia: se habla de que se necesita “cierta” independencia económica para ponerse al frente de un movimiento a objeto de poder resistir, en seguida, el boycott patronal; otras veces se justifica este vicio diciendo que son hombres “preparados” o de “ideas afines”, etc., etc. Todo esto no sirve sino para fomentar un vicio que a la corta o la larga produce mayores daño que beneficios. No negamos, en absoluto, la posibilidad de la capacidad y buena intención de estos pequeños patrones pero nada compensa el daño que su presencia acarrea al sindicato. Es preciso entonces tirar lejos estas “muletas” del proletariado organizado y—si bien es cierto—que la marcha será un poco vacilante al principio luego se enderezará y tendrá la ventaja de realizarse con las propias piernas. Y si en realidad se encuentran entre ellos algunos revolucionarios de verdad, no les faltarán medios—ya individuales o de agrupaciones afines—para realizar una obra vasta y profunda en pro de la libertad y la justicia.

J. GANDULFO.