NOTAS MAGALLANICAS

PUNTA ARENAS

La prensa de Santiago ha demostrado recientemente verdadero interés por ocuparse de algunos problemas que atañen a la zona magallánica. El abandono proverbial en que esta importante fracción del país se encuentra, el escaso o nulo cuidado que las autoridades centrales se toman por dicho territorio, nos mueven a secundar con entusiasmo esta campaña. Magallanes en general merece atención. En el curso de estas “notas” trataremos de mostrar al público de “Claridad” las fases más importantes de su vida, señalando de paso las deficiencias innúmeras que quisiéramos ver subsanadas para bien de las poblaciones, de aquella zona, la más desamparada de la República.

Todavía se recuerda en Punta Arenas, con cierta nostalgia, los días en que su puerto era libre, sin aduanas, sin fiscalizaciones administrativas tan engorrosas como inútiles. El aislamiento entre Punta Arenas y la zona central del país que aun hoy se siente con perfecta claridad, era en esos días fuente de casi un sentimiento de autonomía. Y si se preocupaba la población de Punta Arenas de lo que sucedía en Santiago era en los casos muy contados de los grandes acontecimientos o bien en las ocasiones en que, desde la capital, se tendía hacia aquélla la rapacidad administrativa de fauces insaciables. En el caso de este hecho particular que citamos, se supo de la existencia de un poder central cuando se comenzó a experimentar en el puerto, antes libre, las molestias que acarrea una aduana. Pero es ya un aforismo viejo y suficientemente probado que las calamidades no se presentan jamás solas. Poco después, en efecto, se empezó a abogar en Santiago por la Ley de Cabotaje, o sea de protección a una marina mercante nacional que no existe sino en las disposiciones reglamentarias de la ley aludida. Cierta firma naviera, dueña además de poderosos intereses en toda la zona magallánica, fué la gestora de la dictación de dicha ley. Poseedora de tres o cuatro barcos, necesitaba un impulso para realizar cumplidamente sus inquietudes de predominio comercial y de acrecentamiento de sus ganancias ya fabulosas. No se trepidó entonces en medios para llegar al fin que se había propuesto. La compañía a que aludimos hizo un derroche de libras esterlinas al cual no fueron insensibles algunos distinguidos miembros del Congreso, de tal modo que la ley fue aprobada. Se consagro así, en la realidad, un monopolio de cuya odiosa trascendencia no se tiene idea en Santiago, en donde todos estos asuntos se miran al través del prisma de intereses bajos y bastardos. Las consecuencias de la famosa Ley de Cabotaje no se han hecho esperar. Las tarifas marítimas de pasajes y fletes en los barcos de la compañía a que nos referimos han sufrido una gran alteración, por cierto no orientada en el sentido de facilitar al público, en general modesto, el empleo de sus servicios. Por eso, y a pesar de las gentilezas y las atenciones que la oficialidad de aquellos barcos veteranos prodiga a los pasajeros, las personas que habitualmente viajan entre Punta Arenas y los puertos del centro esperan el paso de los vapores correos que más de tarde en tarde hacen la travesía. Los vapores inseguros de la firma favorecida por la Ley de Cabotaje son tan incómodos, tan sucios y antihigiénicos, que nadie los tomaría a no ser por el casi monopolio que han establecido con su carrera. Como se comprenderá fácilmente, para Magallanes es fundamental este problema de la inovilización. Veríamos con agrado que la zona emprendiera una campaña sostenida, si no con la intención de abolir la Ley de Cabotaje cuyos inconvenientes para ella hemos representado, al menos para que se pusiera coto a las exacciones desagradables que a su amparo realiza aquella firma todopoderosa a que nos hemos referido. En la carrera entre Valparaíso y los puertos del norte la misma Compañía, obligada por la competencia casi indominable que le hacen otras empresas navieras de mayor conciencia, se ve forzada a conceder rebajas importantísimas en sus tarifas, a trueque de ver vacíos los vaporcitos que dedica a la movilización de pasajeros que merecen un poco de más consideración, al menos por el hecho simple de pagar los elevados precios de sus pasajes.

Cuando se visita Punta Arenas se admiran en ella la limpieza ordenada, el aseo y otras diversas manifestaciones de sus servicios municipales. Claro es que no hay lujo, ni el clima permite los adornos de los parques y jardines, reduciendo a lo más raquítico la vegetación en la ciudad. Pero de todos modos, parece que en Punta Arenas no se producen esas filtraciones de los fondos municipales a que nos tienen acostumbrados los ediles del centro del país. Ciudad de trabajo intenso, Punta Arenas se encuentra adecuada estrictamente a las necesidades que éste establece. Sus habitantes tienen un concepto de la vida acaso más severo que en el resto del país, y en todo caso brindan más importancia a ciertos hechos e ideas que acá en el norte no alcanzan semejante favor. En el curso de nuestros artículos iremos señalando estas diferencias entre el poblador de esas tierras australes y las gentes del centro y del norte del país.

Alejada de todo centro oficial y político de importancia, sin representación parlamentaria, Punta Arenas vive ignorando, acaso voluntariamente, los debates, las luchas enconadas que en las otras provincias de Chile suscita la política. La idea, general a los hombres de trabajo de todo el país, de que el político es una sanguijuela dañosa, adquiere e Punta Arenas caracteres de dogma irrecusable. No hay quien la discuta siquiera, y no se necesita imponerla porque al parecer, se nace con ella y se mantiene hasta la muerte. La gente de allá de más importancia ciertamente al precio de una oveja siempre tan discutible—de uno cualquiera de esos seres infaustos que se llaman políticos. Este desprecio razonado y reflexivo. y acaso fruto de una serie de factores diversos, entre los cuales no es el menor el extraordinario porcentaje de extranjeros que radican en Punta Arenas, se encuentra ligado íntimamente a otro fenómeno. En aquella población no se tiene aprecio por el arte, ni aun en esas manifestaciones más limitadas de él, como lo son los espectáculos teatrales. Las compañías de comedias o de dramas que han hecho el ensayo de dedicar algunas funciones a Punta Arenas, han tenido que reconocer que su fantochada, como la política, no place a los habitantes de ese puerto. En cambio se mantienen con evidente agrado de la generalidad unos cuantos cines, y es en ellos donde se puede apreciar que entre una serial y un drama de Benavente o de Ibsen no cabe discusión para el término medio de Punta Arenas.

Como en el centro de Chile no se conoce ni aproximadamente esta zona, es común creer que en Punta Arenas el invierno dura nueve meses y que durante esos tres cuartos del año la ciudad permanece enterrada bajo la nieve. Pero esto no es exacto. Un turista inglés. que en años pasados estuvo en la bahía a bordo del “Cap. Polonio”, generalizó estúpidamente y dió origen a seta leyenda. En Punta Arenas, es claro, no hace el calor que en Quito, lo que quiere decir que no se producen los cocos en la abundancia que es proverbial en aquellas zonas ecuatorianas, pero no reina una temperatura que haga imposible la vida. para combatir el frío, ya se sabe que la generalidad no encuentra nada mejor que el alcohol. Añádase a esto el concepto especial que da a la vida el hecho de que una faena de dos o tres meses pueda colocar en manos de un hombre unos cuantos miles de pesos, y se tendrá en Punta Arenas la más variada escala de la orgía. El alcoholismo, acompañado de todo los placeres, constituye un verdadero problema, acaso con caracteres más alarmantes que en el centro del país. No han faltado iniciativas para combatirlo, tendiéndose, como es natural, a anularlo, pero la acción emprendida en ese sentido se presenta hasta hoy como inútil. Hay en Punta Arenas “zonas secas” en que, según se dice, la venta de alcohol está prohibida. Pero visitándolas no se encuentra diferencia entre las “secas” y las “húmedas” porque unas y otras están igualmente empapadas en el veneno del licor.

Una palabra también sobre la juventud, entre la cual se cuentan educacionistas, empleados de comercio y de las oficinas, fiscales o no. La mayoría de los jóvenes no tienen preocupaciones ni pensamientos elevados y trascendentes. Hemos dicho ya que el arte no agrada en Punta Arenas. Lo mismo sucede con la literatura, que es una cosa ajena por entero a una población empeñada en un trabajo puramente material que no deja libre ni el tiempo ni el ánimo necesario para cultivarla. En diversas oportunidades se ha intentado fundar instituciones juveniles que mantengan propósitos culturales y realicen una obra espiritual, pero no han fructilicado. Ojalá dentro de poco Punta Arenas cuente con alguna corporación semejante, porque la vida resulta dentro de sus ámbitos demasiado unilateral sin el cultivo de los encantos del arte y de las letras que son el índice del grado de cultura de un pueblo. Todo este estado de espíritu anteriormente esbozado se refleja con justeza en la prensa diaria de Punta Arenas que cuenta con cuatro órganos acreditados ya. Son periódicos que dedican, como es natural en un puerto, muchas columnas a cuestiones de índole comercial y financiera locales, pero que cuentan con buenos servicios de informaciones del país y del extranjero. Punta Arenas, confinada en el extremo más austral de Chile—y del mundo—no está sin embargo aislada enteramente y recibe, algo apagadas es cierto, las palpitaciones de la vida de todo el orbe. Para finalizar, haremos una pequeña disquisición ética que se ha formado en nosotros desde que conocemos esas tierras en que tan bien se ve traducido el esfuerzo humano. En Punta Arenas se tiene un concepto de la moral, de la vida de relación, que pudiera llamarse yanqui. Se ama y estima antes que a nadie al ser que ha triunfado, al que ha conseguido el éxito material, cualesquiera que sean las condiciones en que ese triunfo se produjo y las circunstancias personales en que se alcanzó. No hay allá, como aquí en Santiago, preeminencias de familias por sus abolengos rancios o su predominio político, como ya lo hemos dicho. El que se enriquece pasa a ser personaje respetado y mientras más rico sea, mayor será el valor de sus actos y el influjo de su persona. En una palabra: en Punta Arenas se es tanto cuanto se tiene. Comparable en muchos respectos a una población norteamericana. Punta Arenas—al igual de todo el territorio de que es capital—labra hoy solamente la base, el cimiento material de su civilización futura.

En crónicas posteriores haremos referencia a Puerto Natales, la población seguramente más importante de la región, después de Punta Arenas.

Capítulo aparte dedicaremos a los compañeros de la Federación Obrera de Magallanes.