Tótila Albert y su Monumento a Magallanes

Detalle del Monumento: Cabeza de Magallanes.

EL DON TRAGICO

Es cosa perjudicial, entre nosotros, tener talento. Quizás sea lo mismo en todas partes. Pero aquí, en nuestro país, la carga de la inteligencia gravita con pesadez trágica. Poseer una llamita viva en el cerebro, es peor que ser honrado. Donde lo patético del estigma intelectual de destaca con más claro relieve, es en las actividades artísticas. Colocadas en un plano saliente, descubiertas a todas las embestidas de la luz, cuanto a ellas concierne aparece ante las pupilas del observador más nítido, más definido. En sus soleados recintos todo es más, desde el genio hasta la estupidez. No son originales estas reflexiones. De vez en vez, alguien las adereza a su sabor y las sirve a quienes se preocupan aún de cosas tan inútiles como lo bueno y lo bello. Hoy me toca el turno. ¿Causas? El “Monumento a Manuel Magallanes”, y su autor: Tótila Albert. Cuando, hace casi un año, Tótila llegó de Berlín con su melena, su chamberguito estrambótico, sus sueños de intercambio artístico, sus anhelos de difusión de las últimas tendencias estéticas, y (lo imperdonable!) su centella de creador escondida bajo las raíces de la melena, las aldeanas y comerciantes gentes de Chile lo miraron como a un bicharraco exótico y, después se encogieron de hombros. Era lógico...

PARA APOYAR EL RECUERDO

Tiempo más tarde acontecieron cosas inesperadas. Manuel Magallanes, un nazareno fraternal y exquisito, tuvo la ocurrencia de irse lejos, tan lejos que ya no podrá volver nunca. Y los que fueron sus amigos, acaso dudosos de la fortaleza de su afecto, decidieron apoyar el recuerdo en la evocadora objetividad de un monumento. ¿A quién encomendarlo? –A. Tótila... naturalmente. Y Tótila se dio en carne y espíritu a la ejecución de la obra. ¿Se necesitaba un carpintero que construyera los andamios?... Pues, Tótila hacía de carpintero... ¿Era indispensable un peón que acarreara la greda? Allá estaba Tótila laborando de peón... ¿Precisábase un Job seráfico y humilde, que soportara las majaderías de los visitantes? Tótila no tenía inconveniente en hacer de Job... ¿Urgía, en fin, hallar alguien que adelantara dinero, pues, aunque las promesas abundaron, los billetes tardaban en hacerse presentes? ¡Bah!... Se recurría a Tótila; y éste iba entregado, poco a poco, el único dinero con que contaba, el de un pasaje de regreso a Alemania. Mas, era imposible continuar así; y hubo de llegar un momento en que no fue bastante el fervor del artista para seguir adelante. Exhausto física, espiritual y económicamente, Tótila suspendió su labor. Había ido hasta donde cabía ir. Ningún otro artista, en Chile, fuera capaz de igual heroísmo. Quizás para castigar tanta osadía, se apretaron en torno suyo y de creación las conspiraciones subterráneas de la intriga, del sarcasmo envenado, del activo, solapado y poderoso silencio. Contra todo ello, armas de quienes han dejado fluir su existencia engañando al tiempo con promesas, se alza la casi finiquitada mole del monumento, donde la devoción, el desinterés y la fuerza hacedora se inmovilizaron en claros y simples valores.

PARENTESIS

Yo no soy ni escultor, ni esteta, ni crítico. Soy solamente hombre. Como tal, poseo sensibilidad y conciencia. A la acción de los estímulos exteriores, sean del orden que sean, mis nervios responden con un estremecimiento que, prolongándose hasta el cerebro, hace nacer y cabrillear en mí, imágenes, emociones y conceptos. Si el agente de excitación es un libro, una escultura o una sinfonía, mi reacción inicial será de pura índole emocional. Poco a poco, en la ancha y oscura onda de placer empezarán a encenderse.– así luciérnaga tan pronto radiantes como extinguidas– insólitas insinuaciones de pensamiento, esbozos de conceptos tímidos fragmentos de juicios, que, desarrollándose e integrándose concluirán por cristalizar en un todo que no es sino la expresión intelectual de mi emoción. Si he adquirido alguna cultura estética podré aún descubrir y discriminar las causales de mi emoción o, más precisamente aquellos rasgos o cualidades de la obra de arte que punzaron con mayor decisión mi sensibilidad, primero; mi conciencia, después. Esto constituiría la formulación de un juicio estético sobre el valor de la obra, juicio que, por supuesto, se diferenciará bastante de lo que podríamos llamar un dictamen técnico-pericial. Es obvio que en toda producción artística hay elementos cuyo juzgamiento debe reservarse al hombre del oficio. (Tales elementos relativamente escasos en literatura, aumentan en la plástica y llegan al máximum en la música). Partiendo de lo anterior, el crítico ideal parecería, a primera vista, el técnico. Más sucede, casi invariablemente, que el perito es: o un ser miope y limitado hasta la aberración; o (aparte su especialidad) un magistral profesor de ignorancia. El simple “gustador”, sobre todo el “gustador” culto, aunque está distante de ser el crítico ideal, es, de ordinario, quien “siente” y hasta (a veces) quien comprende mejor. De ahí el paradojal caso de que no hayan sido los profesionales, sino los amadores quienes siempre sostuvieron e hicieron triunfar los movimientos rejuvenecedores del arte. Así, por ejemplo, mientras los músicos dedicaban su sabiduría a enumerar las violaciones preceptivas de un Wagner, de un Debussy, o de un Strawinsky; los pintores y los poetas que no entendían nada de contrapunto, formaban ambiente y concluían por imponer la nueva orientación. Lo propio puede decirse de la pintura y la escultura. Fueron literatos los más clarividentes comentadores y paladines de Delacroix, del impresionismo, de Rodin. Son literatos los divulgadores de la estética de hoy; los exégetas de Bourdelle y de Picasso. Es que, por suerte, en cada arte hay algo que está más allá del oficio: aquello para lo cual el oficio sirve de medio. Yo no soy ni siquiera literato. Frente al “Monumento a Magallanes” reacciono, como un mortal cualquiera, y anoto lo que, en cuanto tal, y de acuerdo con mi concepción de la belleza plástica, más me place o me desconcierta más.

EL MONUMENTO

Audaz, con la ingenua audacia incontrarrestable de lo natural, Tótila ha prescindido de cuanto hasta hoy se considerara inherente a un monumento. Su espíritu aparece vuelto hacia una noción primitiva y elemental. En ella, la gran masa de piedra, de la que todo elemento exteriormente decorativo está ausente, asume un rol idéntico al que jugaban los lienzos murales en las concepciones de los primeros escultores caldeos y egipcios: el de una página sobre la cual el artista va fijando en símbolo su concepto emocional. Pero, nada más que hasta aquí llega la similitud. Cuanto viene después es actual, y sólo se hermana con la virginal edad antigua, por medio de aquellos nexos, que, a través del tiempo y la distancia, han unido siempre lo bello a lo bello. Las figuras en la obra de Tótila no son reproducciones de la realidad. Son valores creados, valores específicamente artísticos. Si tienen el contorno humano, sí sus elementos espaciales pueden ser equiparados (aunque lejanamente) a nuestra anatomía, es como una inevitable concesión a las limitaciones de los sentidos, que obligan a partir de lo objetivo y sensible si se quiere dar forma a elementos plásticos, objetivos y sensibles. “Arte es creación” – ha dicho no se quién– y ha repetido media humanidad. Ahora bien, sólo puede crearse lo que no existe. Debido a esto, los artistas modernos hablan de su verdad, del ánima substancial de su arte, de lo que le es propio, necesario y característico, de lo que en él se inicia y en él logra su fin. Debido a esto, también, los seres que en el “Monumento a Magallanes”, viven en singular vida de granito, aunque concuerdan linealmente con nuestra estructura, son, en puridad, miembros de una fauna original. Diversos de nosotros, ellos aparecen, sin embargo, como saturados de lo que en nosotros es esencial. Las fuerzas primarias que rampan en nuestro interior, y hallan una semi-verificación en la torpeza diaria de nuestros actos, surgen en el relieve, galvanizaba de potencia, transfiguradas, encarnadas en sí mismas y por sí mismas exteriorizadas.

ESTETICA DEL CONTEMPLADOR

La emoción que suscitan en mí las figuras del “Monumento a Magallanes” es de dos dimensiones: intrínseca y puramente plástica una; humana la otra. Y se explica: Si un pintor o un escultor crea su universo formal, tomando como bases los valores angulares de la anatomía del hombre, por mucho que en la plasmación artística se aleje de dichos valores, siempre dejará en su obra una referencia, una alusión a la forma humana.

Una fase del Monumento.

En una línea que recuerde su silueta, en una masa que cargue su andamiaje óseo o su ramazón muscular, convergerá íntegro el ser físico. Bajo atomizaba apariencia, la vida es colaboración y totalidad. No es posible un rasgo del hombre, sin la presencia tácita de todo el hombre. Si recordamos que donde esté lo físico está el espíritu, y donde se halla la forma se halla el movimiento, tendremos que todo arte amasado con elementos exteriores que aludan a la anatomía del hombre, deberá ser una especie de transubstanciación integral de vida humana. Como la vida humana es síntesis, la obra plástica que la encarne, logrará tanta mayor intensidad expresiva, cuanto más firme sea la subyacencia, en el motivo principal, de esa suma de fuerzas, ya férvidas, ya pasivas, que hacen de toda función humana, un centro de convergencia material y espiritual; o –dicho con otras palabras – cuanto más poderoso sea el enraizamiento de la parte en el todo. Si el intento artístico no se orienta hacia la totalización; o, si sus prolongaciones hacia lo complementario virtual, se rompen o desmayan sobre sí mismas, la obra adquiere ante nuestra sensibilidad un significado anecdótico y literario. Al revés, experimentamos la sensación de algo definitivo cuando los componentes estructurales de un cuadro o de una cultura, además de sostener su unidad objetiva se tienden en múltiple y atrevida red animadora hacia las negras galerías de su inevitable pluralidad interior. Esta clase de obras, junto con determinar en nosotros la actitud de atenta y deleitosa contemplación que los psicólogos llaman “concentración hacia fuera”, nos llevan en virtud de esa misma atención al goce máximo de la expresión subjetiva humana, realizada en valores extrahumanos.

Busto de Alberto Einstein

REALIZACIÓN VITAL Y REALIZACIÓN ESTETICA

Los modernos han escrito bastante sobre el asunto. No obstante la gente se niega a entenderlo. Insistir en él acaso sea una majadería. Pero... Existe una diferencia irreducible entre lo esencial humano vivido por el hombre, y lo esencial humano traspuesto al arte. Lo que constituye nuestra dinámica y compleja realidad vital sólo asoma a la conciencia por períodos y en forma anemiada y parcial. Es condición de nuestra existencia la palidez e intermitencia pasional y emotiva. Cuando, debido a ignoradas desnivelaciones sub-concientes, el oleaje afectivo se acelera, aumenta y permanece, la vida del hombre se rompe.

En arte sucede lo contrario. El artista va mas allá de la capacidad sensitiva individual; penetra en lo que Platón llamaba la “idea” la capta y saturándola de una prodigiosa e irradiante vitalidad, la fija, como un monolito palpitante, en medio y en contra del tiempo fugitivo. Así los relieves de Tótila. Cuando nos acercamos a ellos no reconocemos ni nuestro dolor, ni nuestra alegría, ni nuestra exaltación. Estos eran olas aisladas de un mar tan subterráneamente hundido en nosotros, que lo ignorábamos. A veces las mareas crecían y el océano se nos asomaba a la conciencia. Pero nuestra ingenua ignorancia creía que el hirviente flujo era todo el mar. Tótila nos coloca súbitamente ante nuestra inmensidad desconocida; nos muestra. en su totalidad lo que nosotros no hemos vivido ni podríamos vivir sino parcialmente.

LITERATURA y... OTRAS COSAS

Si alguien se acerca a la “Vierge a POffrande” de Bourdelle, y graba en su pedestal los versos de Francois Villon:

“Vierge portant, sau rompure encourir, le sacrement qu`on célébre á la messe.”

o, mejor aún, la salutación del arcángel Gabriel: “Bendita eres entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre”, el bloque maravilloso seguirá tan maravilloso como antes, Las palabras arcangélicas no le robaran ni un átomo de su riqueza ni de su pureza plástica; no le agregarán tampoco un átomo de virus literario. ¡La literatura! He aquí el cuco del arte contemporáneo. En verdad, los artistas tienen razón. Más, ¿cuantos son los que, como diría Cocteau, han adquirido el derecho de usar esa razón? Peor aún: ¿cuántos son los que están capacitados para diferenciar lo contaminado de lo no contaminado?... Y, todavía: ¿quiénes son los que no tienen “tejado de vidrio”? Pasa con esto como con todo lo nuevo. Los mediocres, los fracasados y los filisteos, se lo apropian, lo manosean, lo desvalorizan, lo convierten en un “clisé”, y concluyen por hacer de él exactamente lo mismo que él estaba llamado a destruir. Tal ha sucedido con el terror a la literatura. En la mayoría de los casos no es sino... literatura... Hoy, cuando se quiere combatir algo, el primer cargo que se le formula es el de ser literario. Naturalmente, esto debía acontecerle, y le ha acontecido al “Monumento a Magallanes”. ¡Cosa sacrílega! Tenía en el zócalo unos versos del poeta; versos que podían estar y podían no estar, sin que nada se alterara en la fuerza y en el equilibrio del conjunto. Los propios “enemigos de Magallanes” lo reconocieron al pedir su supresión. En efecto, si el “Monumento” hubiese sido literario de nada sirviera suprimir o agregar palabras. La literatura no estaría en el zócalo, sino infiltrada en cada una de las líneas, en cada uno de los volúmenes. Pero debían hallarla en cualquier parte quienes excomulgaron la obra antes de conocerla, quienes no han vacilado después en inventarle el pecado –tan extra-artístico– de... inmoralidad. ¡Inmoralidad! Por lo visto, no adelantó mucho Jesucristo con vivir, con predicar y con morir. A pesar de sus trenos, a pesar de su vida y de su muerte, los fariseos continúan dueños de la tierra.

MI ALEGRIA

Parece que Magallanes no tendrá monumento no sé si merecía o no merecía tenerlo. Tampoco me importa. No obstante, me alegraba pensar que gracias a él, o, mejor dicho, gracias a su muerte, había nacido una obra ante la cual las pupilas podrían ir a aprender el amoroso y estático oficio de la contemplación.

Ritmo Eterno

Me alegraba saber que gracias a su muerte se llegaría a crear una sinfonía de formas en la que el eurítmico acordamiento de dos líneas encerrara más belleza de angustia que cuanta puede caber en un centenar de corazones. Me alegraba imaginar que por esta armonía animada de la piedra, en la cual el escultor puso tanto de nosotros y tanto que no es de nosotros; por esta armonía, únicamente, el universo cordial que latió en el alma de Magallanes, tendría una prolongación viva hacia el Futuro. Gente que no pudo sino ignorarlo, tomaría conocimiento de su espíritu, y sabría que allá, por el amanecer del siglo, su planta resbaló, con un ingrávido ritmo de serenidad, por sobre los hostiles caminos del mundo; y descubriría que (excepción milagrosa) siendo poeta no dejó de ser hombre; y viviendo entre los humanos supo alejar de sus entrañas la envidia y el odio. y ser puro y cristalino hermano de los árboles, de las nubes, y de... los hombres.

FERNANDO G. OLDINI.