La Conversión Metálica

Tan pronto como los militares se acomodaron en el gobierno, después de haber tranquilizado a las clases populares ofreciéndoles el oro y el moro, toda la prensa que mantiene la oligarquía bancaria, empezó una cerrada campaña en favor de la dictación de un decreto-ley que estableciera de inmediato la conversión metálica en el país. Las razones sobraban: El papel moneda es el causante del desconcierto comercial. El papel moneda aleja los capitales extranjeros que desean radicarse en el país. El papel moneda reduce a nada las entradas de toda persona que vive de salario. El papel moneda es antihigiénico. El papel moneda nos desprestigia, etc. Se alegaba que un gobierno poderoso como el actual, que no tiene el menor control, que nadie puede desviar, podía, en un momento, hacer la felicidad de la nación, dictando la conversión metálica. Bastaría que se encargara al señor Ministro de Hacienda la redacción de un decreto-ley, y en un periquete la reluciente e higiénica moneda sería el circulante obligado en nuestro país. Y entonces se estabilizaría la moneda; los salarios tendrían un valor real, del extranjero nos llegarían grandes capitales que buscan una inversión segura y firme; el comercio se desarrollaría sobre un plano de seguridad; se acrecentaría nuestro prestigio, etc. Agotado en todos los diarios el arsenal de razonamientos en favor de la conversión metálica inmediata y por un decreto-ley, la campaña se paralizó, seguramente para dar tiempo al gobierno para su estudio. Últimamente se ha publicado la información de que el señor Ministro de Hacienda estudia un proyecto de decreto-ley de conversión metálica, basado en la necesidad que hay de resolver este problema el 1.º de Enero próximo, fecha en que vence la última postergación de la conversión metálica. Esa conversión se haría, según la información de nuestra referencia, sobre la base del actual cambio, es decir, a 6 peniques. El actual padrón de oro es a base de 18 peniques. Quedaría, pues, en circulación, una moneda de oro de valor de un tercio del actual padrón de oro. Dejo a los financistas que hagan las consideraciones que esta situación les sugiera. Al escribir estas líneas es mi propósito hacer otra clase de razonamientos. Las razones que han alegado los partidarios de la conversión inmediata y por un decreto-ley, son evidentemente ciertas, pero, a todas luces esas razones son sólo el biombo chino con que encubren los verdaderos propósitos que persigue ese grupo de millonarios. En efecto, si fuera cierto el propósito de esos caballeros, no sería la inmediata conversión metálica lo que pedirían, sino el aumento de la producción, el término absoluto de la especulación, la ampliación del crédito industrial, la subdivisión del latifundio, la nacionalización de los servicios eléctricos y otra serie de medidas que entonaran el valor de nuestra actual moneda hasta que fuera posible que llegara a los 18 peniques, valor legal de nuestro billete. Entonces sería fácil la circulación dual del oro y del billete. Y si se deseaba el retiro del papel moneda por antihigiénico u otras razones, se podría hacer sin que nadie sufriera por ello. Pero como no ese el propósito perseguido, se pide la inmediata conversión metálica, por decreto-ley y a corto plazo. ¿Cuáles serían sus consecuencias? Se dice que existe en Tesorería un fondo llamado “fondo de conversión”. Este fondo de conversión está calculado en unos 300 millones de pesos. Este fondo es oro puro y sonante. Está guardadito en los rincones misteriosos de la Moneda desde hace muchos años, sin salir a la circulación. Es posible que se esté “oxidando”. El especulador piensa siempre que “lo que está guardado no le sirve a nadie”. De ahí el interés por que aquellos millones no sigan guardados; porque salgan a la circulación. No importa que sea a 18, a 12 o a 6 peniques por peso. Eso, para ellos, es un detalle sin importancia. Lo que importa es que aquellos millones salgan a la calle, salgan a la circulación. Indudablemente en el primer tiempo, el comercio se estabiliza, la confianza pública se anima, el tiempo parece mejor. De pronto, se empieza a notar una fuerte escasez de circulante. No existe en plaza el dinero necesario para las transacciones comerciales: ¿Qué pasa? Que todo aquel que dispone de millones ha dado en la treta de ir recogiendo el oro en circulación y guardándoselo en su casa, en las cajas fuertes de que dispone. Entre todos los millonarios y algunos acaudalados, se han recogido casi todo el dinero circulante, y se lo han guardado. Otros lo han mandado al extranjero. No hay en plaza circulante para las transacciones comerciales. Se produce la alarma, primero en los bancos, en el comercio después y por último en el público. ¿Qué hacer? Es muy sencillo. Si el actual gobierno subsiste hasta entonces, el asunto se arregla con otro decreto-ley; y si la nación ha caído en manos de un Congreso, el asunto se arregla por medio de una ley. ¿En qué consistirá esa ley o decreto-ley? Como las circunstancias son apremiantes y la falta de circulante será un hecho imposible de negar, se dictará una moratoria de 30 o de 60 días para mientras. Después se dictará una ley de curso forzoso de papel moneda y habrá, entonces, circulante en abundancia. Todo aquel que tuvo capital para poder guardar, tendrá en su poder fuertes sumas de oro sellado, de seis peniques. Con la ley de curso forzoso el cambio bajará, como ahora, a un tercio del padrón de oro: por consiguiente, el papel moneda valdrá dos peniques. El oro de 6 peniques tendrá, lo mismo que ahora el oro de 18, 200 o más por ciento de premio. Y los 300 millones del fondo de conversión habrán desaparecido. El asalariado ganará su sueldo con una moneda de dos peniques y el capitalista cambiará su oro con 200 por ciento de ganancia. De aquí infiero, amigo lector, que cuando alguien os hable de la conveniencia de la inmediata conversión metálica, debéis alborotar toda la casa gritando: –¡Ladrones!

JULIO E. VALIENTE.