ESFUERZOS EN EL VACIO

La política del militarismo ha promovido la formación de un “Comité pro-libertades públicas”, que viene funcionando desde hace unas seis semanas aproximadamente y en el cual pueden contarse unas veinte, acaso unas veinticinco delegaciones de organismos obreros. Se registra en este Comité la conciencia acaso más libre de preocupaciones exclusivamente materiales que se haya manifestado en todo el curso de la dictadura y él reviste, en cuanto a eso, mayor trascendencia que otras iniciativas encaminadas– como la de los empleados particulares o las de los pequeños vendedores ambulantes– a obtener determinadas aplicaciones legales, sin afrontar el problema, digamos humano, de la tiranía. Pero caben muchas observaciones al margen de esta asamblea de representantes. La formación de comités obreros, para luchar por algún objetivo, es ya una práctica que tiene su tradición entre nosotros. Tradición, en verdad, infortunada, en que las raras y pobres ventajas obtenidas se tornaron falaces demasiado pronto. Cuando más hondo fue el problema abordado, más incompetente, más limitado y más estéril pareció resultar el trabajo de los comités. Y es que ellos no han podido sino reflejar la impotencia, la desorientación, el letargo de los organismos que concurrían a formarlos, y la insensibilidad de las mayorías, extraviadas en preocupaciones insignificantes. Era, pues, otra y sigue siendo otra la acción reclamada en primer término por el estado general del ambiente obrero. Mientras ella no sea iniciada, mientras no llegue a obtener algunos resultados, los comités no serán sino esfuerzos perdidos, pasos en falso, porque ellos obrarán por la sugestión aparente de algo que no existe, aspirarán a acrecentar, a infundir movimientos especiales, a coordinar una fuerza puramente imaginaria. ¿Pero, es que las organizaciones, la masa de las organizaciones, no son una fuerza? Sí; lógicamente, hay que reconocer que son una fuerza latente, en bruto, una fuerza que duerme en sí misma. Antes que trazar líneas para que se mueva en sentidos pre-indicados, es preciso despertarla y reconocerle de hecho, sin trabas de mecanismos institucionales, sin la mengua que siempre le ha impuesto al funcionarismo representativo, una completa y permanente soberanía. Y esto no puede ser obra de comités, ni de delegados. No saldrá, seguramente de un grupo de representantes encerrados en un gabinete. El debate directo y la participación total y efectivamente determinante de la masa en todos los asuntos, son los resortes naturales capaces de irla desplazando hacia un valimiento creciente y verdadero. Por el ejercicio, de todas sus facultades, es que ella irá aproximándose a la plenitud. Nada más opuesto a este fin, nada más pueril ni nada más frívolo que ese empeño, que parece prevalecer en el movimiento obrero del último tiempo, ese empeño, que por encima de todo, quiere forjar obediencia y desdeña forjar conciencia. De la rutina impuesta por semejante política han surgido con todos los errores de esta, los comités. Así, el que hoy quiere suscitar y coordinar energías para la defensa de las libertades públicas, habiendo sido generado por los mismos factores internos y el mismo espíritu que dio origen a los otros, se halla lejos de ser una excepción respecto de ellos. Hay que reconocerle alguna iniciativa feliz, alguna impaciencia, que en otro medio hubieran sido fecundas; pero lleva, como los anteriores, su mal hereditario, y pasará. Pasará sin haber aportado, quizás, otra cosa que una nueva enseñanza contra esta mala obcecación con que se persigue levantar fuerzas de disciplina con ausencia de alma.

R. CABRERA MENDEZ.