El último libro de Pablo Neruda

Casta Susana – Friso tallado en ébano de Paschin Bustamante (Foto Valladares)

En medio de nuestro ambiente literario de mínima cantidad, la voz de los nuevos poetas toma impulsos de viento bravo, para balancear los espíritus en descomedida desorientación; quebrando la línea comprensiva, poniendo en trance a nuestra sensibilidad y por último haciendo nacer el choque y la antipatía. La nueva poesía precisa ante todo una iniciación, traducida en disciplina literaria, que al final acondicionaría nuestro espíritu para adaptarnos y escuchar sin recelo esta nueva tonalidad de la voz interior, vaciada quizás con demasiada brusquedad. Los viejos poetas con sus viejas formas han llegado al limite de su existencia. Empieza ahora a agigantarse el esprit nouveau con largas raíces en el subconsciente. Existe un retorno hacia la verdadera génesis imaginativa extraviada desde hace tiempo en medio de la frialdad del raciocinio y de la construcción verbal. Es Pablo Neruda, el poeta más valioso: de la nueva generación, que ha logrado concretar su fuerte personalidad en un canto único. Dióse a conocer con Crepusculario, libro lleno de sonoridades y cruzado de caminos. Más tarde entregó Veinte poemas de amor y una canción desesperada, en que la consistencia del verso crece tanto que se desborda hasta romper la forma y deslizarse en imágenes que se ponen de puntillas para sorprender el grito humano nacido de una garganta ancha para el amor. Ahora publica Tentativa del hombre infinito. ¿Qué podemos decir de este libro original en que las páginas se dan vuelta como los peces, evadiéndose de las manos y de los ojos? No podemos extenderlo sobre el molde de nuestra comprensión porque es más grande. Salta como el agua, deteniéndose a veces en la furtiva sugerencia o en la tranquila llama de la metagogía. También las figuras se anudan como los dedos, se mezclan, se disipan hasta arribar al esparcimiento total en que la incoherencia preñada como los silencios adquiere el valor de las minas inexploradas. Poco ha de iluminarnos en este intento de penetración a una obra rodeada de silencio natural y previsto, si no es la perspectiva de señalar su valor artístico más bien presentido que constatado. Desde el poeta despoblado de elogios y sólo detenido en un grupo reducido de artistas, arranca su acento intensamente extraño para prolongarse en resonancias desprendidas de la atención de quienes saben mirar intrépida y tenazmente la nueva obra de arte. Seria difícil nuestro empeño si pretendiéramos discutir esta personalidad de artista lastimada ya por los críticos en forma vaga y contradictoria. Huyendo de la decantación, sólo atinamos con nuestra voluntad a tantear la esencia vibrátil del temperamento que se nos expone. Sin esta voluntad de ver y penetrar no es posible enunciar siquiera un juicio. Tras de todo lo dicho al libro de Neruda, salta el reproche de haber extremado la abstracción de su caprichoso aliento lírico, de tal modo que olvidó infundirle la humanización posible para que la gente no reaccionara violentamente como lo ha hecho. Se ignora talvez que este acento exaltado es la capacidad anímica de los grandes creadores. Esta subjetividad intelectualizada de Neruda es el reverso de lo acostumbrado a manifestarse. De ahí que deprime. Debe estar muy lejos del ánimo de todos el intento de analizar este poema y buscar el principio o el fin con la misma voluntad con que entrábamos en la poesía de los poetas antiguos. Aquí es necesario abrir de otra manera los ojos, estilizar nuestra atención como antena, tornarnos de repente ciegos para palpar y no encontrar ahí donde el poeta expresa su yo íntimo y cerrado, sino que en las situaciones de luz donde la poesía avanza y nos coge aturdiéndonos. Nuestra visión transformada en mariposa sin afirmar sus pies, debe limitarse a seguir el camino de un perfume, por ejemplo, sin disgustarse si en seguida lo pierde.

Se mueren los versos como espejos que ocupa la suficiencia emotiva para significarte criaría una espiga de pronto una gaviota crece en tus sienes mi corazón está cansado soy la yegua que sola galopa a la siga del alba muy triste

Ya hemos dicho que la poesía actual huye del juicio y la percepción para atenerse a recoger los murmullos inciertos de la bestia dormida que vive en nuestro interior. Es menester muy buena voluntad para poner el oído y auscultar el laberinto que se desenrolla en la entraña del poeta. Situado a la orilla del sueño, el poema nace como el humo y como este se disipa sin que nuestras manos aproximen su forma. También las palabras tienen ahora existencia débil. No valen por ellas mismas sino como puntales. No valen en su esencia con limites, sino lo que queda entre ellas.

veo una abeja rondando no existe esa abeja ahora pequeña mosca con patas lacras mientras golpeas cada vez tu vuelo inclino la cabeza desvalidamente sigo un cordón que marca una presencia una situación cualquiera

El aspecto primero que intimida al lector que se encuentra ante una obra nueva es la construcción mecánica del verso. Han sido abolidas la rima, la puntuación y las mayúsculas. La duración del verso está subordinada a la intensidad de la emoción matriz. Sin embargo, esa aparente confusión es la línea pura de la poesía. Así es el último libro de Neruda. Desconcierta primero, invade después. Queda mientras tanto el baile maravilloso de las imágenes sueltas como hojas y la macisez del interior. Podemos decir que es un gran libro construido abandonado, intocado de influencias, de fuertes cantos, de magnitud dura y profundísima.

DIAZ CASANUEVA.