La política y otras cosas

Nada es más sugerente que el panorama político de este país en los días que corremos.

Los partidos han recobrado su potencialidad perdida en los negros días de la Dictadura; sus dirigentes, los mismos que aquélla desplazó al principio y domesticó en seguida, han subido al primer plano de las influencias y las sinecuras; nuevos organismos han nacido a decenas, como las callampas después de las lluvias otoñales; La Democracia, en suma, ha renacido de entre los escombros de esta nación envilecida, oprimida y desangrada por cinco o más años de régimen cuartelero.

Los corazones patriotas se han henchido de gozo, porque los organismos constitucionales y legales, han recobrado el pleno ejercicio de su potestad y porque el Gobierno se ejercerá de acuerdo con el sentir de las grandes corrientes de opinión, los partidos políticos que son como la síntesis orgánica de la soberanía popular.

Por lo menos ésta es la tesis.

¿Qué tenemos, en cambio, como realidad? La demostración más palmaria del sofisma de la Democracia.

Los partidos tienen programas, algunos que pretenden de avanzados, como el Radical, que proclamó la “expropiación de las tierras por su justo precio”; y tienen también dirigentes que deben servir el programa y procurar su cumplimiento. Pues bien, para no desmentir la grandeza de los principios de la “democracia”, los programas se dejan siempre en el desván y los dirigentes escalan los más altos puestos.

La política, el arte de gobernar al pueblo para su mayor facilidad y bienestar, se convierte en la argucia para mantenerse en los puestos ostentosos, a trueque de las más vergonzosas transacciones, con los grandes explotadores de las clases asalariadas.

Políticos radicales en contubernio con los clericales, presentaron al Congreso un proyecto de ley oprobioso contra la libertad, principio fundamental de sus programas partidistas, porque en el fondo no son más que un matiz de la mentalidad capitalista, dispuesta hoy, como siempre, a la persecución despiadada de los que piensan en la liberación económica, como base única de la dignificación de la personalidad humana.

El Congreso, siempre dispuesto a recibir los mandatos de los amos, deroga la ley que imponía contribuciones a las grandes fortunas y ningún organismo político protesta de esta iniquidad que va contra toda razón y justicia, aun en un régimen de Gobierno Conservador, medianamente prudente.

Todos, conservadores, liberales, radicales y Cía., en nombre de vagas conveniencias nacionales, proclaman la unión de todas las gentes, el afianzamiento de la civilidad, la reconstrucción de la democracia, la unión de la familia chilena; y todo esto en la práctica se traduce en la consolidación de los más irritantes privilegios alcanzados durante la dictadura y afianzados con el advenimiento del actual Gobierno oligárquico, genéricamente reaccionario.

Proclamar la unión, combatir el espíritu de crítica, no es otra cosa que mantener tal cual están las situaciones alcanzadas durante el Gobierno de Ibáñez.

En cambio, cualquier grupo político, aunque no fuera de los extremos y aunque se quedara con una mezquina doctrina nacionalista, tendría que proclamar como una bandera de salvación, ante la vida miserable de todo un pueblo en desunión, el combate tenaz e implacable contra los privilegios que el régimen pasado y el actual han afianzado en pugna con los intereses nacionales.

Para esta gente, la civilidad y la democracia, no es otra cosa que, unas cuantas representaciones en el Parlamento o en el Gobierno y otros tantos puestos en la Administración.

La entrega total de las riquezas del suelo y subsuelo nacionales, la dependencia financiera de potencias extranjeras; las contribuciones que gravan al consumidor, vale decir, al pobre; las leyes que liberan de impuesto a las grandes fortunas; la especulación con los artículos de primera necesidad, con el consiguiente encarecimiento de la vida; la cesantía que aumenta, para que el comerciante y el industrial extranjeros, puedan obtener siempre utilidades usurarias; la enorme carga de las fuerzas armadas, etc., etc., son materias que producirían la desunión de la familia chilena.

Necesariamente, en estos terrenos, tendrían que formarse dos bandos: los que estrujan, que son los que gobiernan en la actualidad y los estrujados, que son los gobernados.

Los voceros de los partidos, les aconsejan a estos últimos que soporten con resignación su noble misión de estrujados, para mantener la civilidad y afianzar la Democracia.

Formemos en las filas de los estrujados y pueda ser que así, algún día, nos convirtamos en estrujadores.

PIO QUINTO.