Los Nuevos: Miriam Elim, por R. Meza Fuentes

Bajo un sencillo pseudónimo misterioso, que tiene un lejano prestigio, como de palabra oída en un cuento de hadas, un nuevo poeta dá una nota personal en nuestro Parnaso Es clara y vibrante su voz, de compararla recurriríamos a la naturaleza: el agua, el viento, un árbol. Nada hay en ella de artificial, el verso fluye sin esfuerzo alguno, la espontaneidad canta en sus estrofas serenas. Es mística y suave su palabra, diriase una oración inefable en el altar ideal de un Dios desconocido. El amor, un amor sin sensualismo, tiembla en cada palabra de Miriam Elim, que arde, a veces, en una llamarada blanca como la de la luna. Antes de ahora esta mujer admirable, que no se parece a ninguna de las que entre nosotros escribe en palabras musicales, era completamente desconocida. En secciones anónimas y ocultas que nadie lee, la prensa seria había publicado más de una vez sus pequeños poemas maravillosos. En ellos palpita, desnudo, un corazón lleno de luz. Un libro suyo será una revelación. Está imprimiéndose y se titula “Los Ojos Extasiados”.

 

CANTARES

Llora el alma si te busca; tiembla el labio si te nombra. En la noche de mi vida voy perdiendo hasta tu sombra.

Por saber que tu alma es blanca como flor de limonero, ha gemido el corazón por no saberse más bueno.

Por saber que a tu mirada otra antorcha dió su luz, siente mi alma la nostalgia de ser como el cielo: azul.

Tu nombre llevo en mi pecho como una queja muy honda, por eso sube a mis labios que aun, temblando, te nombran.

 

NOSTALGIA

Esta vida que vivo, no es la vida que sueño... Locas, locas las horas, se atropellan inquietas. Cuando yo río, el llanto se me queda en el alma, así como a Pierrot, cuando hace sus piruetas.

Me han traído quizá, de muy lejos, muy lejos, y en mis ojos no ha muerto, del todo la visión de otros senderos suaves, que mis pies recorrieron, en que un beso, la ofrenda era de cada flor. Este dolor que muerde en mis carnes, porfiado, y que deja en mis labios un lamento apagado, todas, todas mis horas él las ha mancillado.

Esta vida, que vivo, no es el vivir que espero.. que no ha de ser más dulce, ni ha de ser más austero pero ha de ungirlo todo: como el decir postrero.

 

ANGUSTIA

Por mirar hacia arriba has dejado que en el polvo me vuelva más ruin. Sin querer tú, mi vida has tronchado. ¡Y este pena no acaba en morir!

Está mi alma llorando su angustia y la tuya esperando al morir! Los espinos me han dado su dardo y ellos mismos te dieron su flor!

Por mi senda pasó tu cariño como el sol que la espiga doró. Y en tu vida yo habré sido un trino del ave que anuncia al Amor.

Se han teñido de angustia mis manos por ungir tu recuerdo de albor y tú esquivas así la mirada. por no ver lo que ayer floreció

 

Y SANGRA, SANGRA EL CORAZON

En la amargura de saber que es el amor como una flor que ha de morir, es la inquietud como una sierpe que se me enrosca al corazón.

Cuando no escucho tus palabras que traen más consolación a mi alma enferma, que si subieran los jazmines a florecer en mi balcón, viene la duda, entierra el dardo y sangra, sangra el corazón.

 

INQUIETUD

¡Qué pusiste en mi alma! ¿Qué pusiste, Señor? Lo que así me tortura ¿es espina o es flor?

¿Por qué voy caminando inquieta la mirada, deseándolo todo y no encontrando nada?

¡Qué ansias de ser de fango algunas veces siento! Y por serlo, otras veces, me duelo y atormento!

¡Qué ansias de dejar luego la carne que traiciona! ¡Que ansias de abandonar los muros que aprisionan!

Y no ir más caminando inquieta la mirada, deseándolo todo y no encontrando rada!

¡Qué pusiste en mi alma! ¿Que pusiste, Señor? Sí una espina: haz que hiera; que perfume, si es flor!

 

VEN!

Ven a ungir con nardo todas mis tristezas, tu palabra es óleo de consolación. El aroma suave que hay en tus ternezas me perfuma el alma, más que toda flor.

Yo no vivo ahora sin mirar tus ojos: para mi existir no alumbra otro sol. Sepúltame en ellos y cese este antojo de esa luz que ciega con vivo fulgor.

Me has llagado el alma con tu sentir hondo Hay algo en tu amor que otro amor no dió: de aquel iba huyendo, de este no me escondo, para el es, pequeño todo el corazón.

Venga a ungir mis horas plenas de tristezas tu decir henchido de consolación. Dame del aroma que hay en tus ternezas que perfuma mi alma más que toda flor.

MIRIAM. ELIM.