Habla un Estudiante de Concepción (Al margen de los problemas obreros)

Un sordo rumor de descontento salido de las clases obreras, como esteriorización desesperante de un malestar hondo y grave, se viene dejando sentir desde hace tiempo, de uno a otro extremo de la República. Las huelgas, las agitaciones y comicios populares que se suceden con frecuencia, prueban en parte lo que hemos anotado. No debemos, no podemos entonces los estudiantes sustraernos a la atención que merece, porque, en nuestro corazón de muchachos, excento de egoísmos, la causa de los débiles y explotados, nos inspira la más espontánea y cariñosa adhesión. Y no puede ser de otro modo; noble y bello es el esfuerzo de los de abajo, que al sentirse afixiados en un ambiente miserable, pechan por alcanzar condiciones de vida, más equitativas y humanas. Sin embargo, ante esta anomalía evidente que requiere pronta y eficaz medida, ha habido, de parte de nuestro Gobierno y autoridades, si no canallesca indolencia, por lo menos muy poco tino en los procedimientos y medios harto estúpidos de que se ha hecho uso. Y, si no fuera así ¿cómo explicar esta lamentable situación? Una de dos; o es el proletariado el que obra sin cordura haciendo alardes de un malestar que en verdad no existe, lo que resulta irrisorio y no debe enunciarse siquiera, dadas las razones de calma y de prudencia extremada que ha observado siempre nuestro pueblo; o son sus representantes qne pisoteando los compromisos contraidos para con éste, enteran los años en el mundillo infecto de las ramillas politiqueras sin preocuparse de dictar las leyes que le son necesarias. Nosotros declaramos pues, modestamente, optar por lo último! Para reforzar esta opinión, obvio sería enunciar el sin número de problemas que afectan directamente a las clases populares y que, sin embargo, no han sido resueltos ni se piensa resolver. Pero ¡que pretensión! Habría para algo... Los extranjeros ven mejor que nuestros gobernantes los males de que adolece el país. Así, por vía de ejemplo, al entrevistar a principios de este año a un representante del Ministerio de Comercio de Gran Bretaña, en lo tocante al problema obrero se expresó en términos que en, parte transcribimos. “Ustedes, dijo -tienen aquí un grave problema nacional que solucionar; que no admite que se le deje pendiente. Faltan leyes que protejan al obrero. Aquí se descuida su higiene y su salud; no se le dan facilidades de ninguna especie para que puedan formar su hogar y alejarse de los vicios etc. Es éste, en resumen un problema grave que afecta tanto a la vitalidad de la raza como al equilibrio social”. Y a pesar de todo los flamantes “servidores públicos” de esta tierra no están convencidos de los males señalados, más exacto, no quieren convencerse! Doloroso es decirlo, pero habremos de ser sinceros y francos: aquí hay hombres refractorios a todo cambio, a toda innovación, pero refractorios a conciencia y es lo criminal, que pretenden mantener en vacío un estado de cosas que es favorable única y exlusivamente a sus ambiciones personales o sectáreos, sin mirar para nada los intereses de la colectividad. Que haya injusticia; que mientras unos hombres viven sanchamente sin trabajar, y entretanto, otros revientan trabajando y no alcanzan para comer ¡que importa! Es lo de menos... No obstante, cabe preguntar con toda la serenidad que es posible mantener ¿Acaso no es todo convencional en el mundo? ¿acaso las leyes que nos rigen, marco que unos pocos favorecidos se esfuerzan por mantener intacto, no tienen modificación? ¿no es el privilegio obra de los hombres? Ante la elocuencia de las verdades formuladas, se insinúa en nuestros labios, no sin un dejo amargo, una protesta airada y rebelde, y que apenas se puede reprimir! ¡Ah! Por suerte los prejuicios, los ídolos y los añejos moldes coloniales ya no resisten y comienzan a desmoronarse ridícula, estrepitosamente, en este país, al golpe de la piqueta regeneradora de la Verdad, que los proletarios y estudiantes se han decidido empuñar, en un esfuerzo supremo de voluntad y de energía, y poder de este modo, abrir el camino a una era nueva que ya se vislumbra, y en la cual los principios de organización política y social estén más en armonía con los ideales de libertad, de justicia y de progreso.

ANÍBAL NORAMBUENA F. Concepción, Noviembre 20 de 1920.