AL MARGEN DE UN CONGRESO

No hace mucho se celebró en Concepción un Congreso de sociedades obreras mutualistas con gran aparato y pompa oficial. Especialmente invitados asistieron el funcionario que representa al Gobierno en la provincia, el celebre obispo de la pastoral política, diversas otras personalidades (burgueses todas) y hasta un conspicuo representante del ejército. Como se puede ver, la sesión inaugural estuvo un tanto bien adornada y prestigiada. Como preliminar hubo una avalancha de discurso en que se preconizó la solidaridad obrera y se propició la ayuda mutua amplia y más de acuerdo con las necesidades de esta época moderna (textual). En seguida se discutió larga e insustancialmente acerca de tópicos capaces de cimentar una mediocre fama oratoria de sus sostenedores y se llegó, finalmente, a bellas conclusiones. No es nuestro ánimo comentar estas conclusiones de un congreso al que asistió lo más granado que tiene el mutualismo penquista sino glosar brevemente lo que nos sugiere la realización de este congreso de “socorros mutuos”. Alguien aseguró con mucho acierto en cierta ocasión, que las sociedades mutualistas tenían como exclusivo objeto el cuidado de los enfermos y la sepultación de los muertos. Y desde el siglo pasado, época en que tuvo su origen esta especie de organización obrera, esa ha sido la base única de su formación y mantenimiento. Y por espacio de cincuenta años el obrero le ahorra ingenuamente al patrón el pago de atención médica de enfermedades contraídas, las más de las veces, en la propia fábrica o taller, antihigiénicos como con la mayoría. El obrero, explotado como lo es por el capitalismo absorbente y avaro, sacrifica parte de su escaso jormal para mantener organizaciones que le presten la mezquina ayuda que pueden darle en algunos casos determinados, en vez de exigir el apoyo amplio y justo a que tiene derecho de su patrón. Aparte del mantenimiento de la salud y de la sepultación de sus consocios fallecidos, las sociedades de socorros mutuos no tienen por delante otra obligación que satisfacer respecto del bienestar de los obreros. No es cuestión que preocupe a estos organismos, generalmente dirigidos por obreros aburguesados y con cierto ascendiente oratorio sobre sus compañeros, la situación económica justa y holgada a que tiene derecho el proletariado; asimismo no le preocupa el abandono total y vergonzoso en que mantiene a las clases obreras el gobierno oligárquico que, desgraciadamente, todavía gobierna a nuestra nación; ni siguiera solidariza, por ultimo, con los obreros caídos en desgracia a causa de patrones tiranos que explotan a sus operarios en una u otra forma. Las organizaciones mutuales dejan a estos camaradas entregados a su propia suerte. Resumiendo: se limitan a su estrecha labor de la botica y de la empresa de funerales. Y no se puede esperar otra cosa de organizaciones nacidas en el siglo pasado respondiendo a las necesidades de su tiempo, cuando aún no se planteaba con toda su intensidad y realidad el problema social que hoy existe con toda su fuerza arrolladora de necesidad imperiosa que necesita una amplia y justa solución. Las sociedades mutualistas son instituciones anacrónicas que ya, por la fuerza de las circunstancias, tienden a desaparecer, acabándose con ellas la suplantación injusta de la cooperación patronal que lógicamente corresponde al obrero en vez de la sacrificada ayuda mutual. El médico, la botica, los subsidios, así como numerosas otras garantías, corresponde darlos al patrón. Por lo tanto las sociedades de socorros mutuos deben pasar a la historia de las patillas que nos legó el pasado siglo.

L. A. Sepúlveda M.

Concepción, 23-V-23.