LOS LIBROS

“BARCO EBRIO”, POR SALVADOR REYES

INTROITO.

El barco, loco, con “el velamen empapado en la charca de la tarde”, va sobre el tumulto sinfónico de las olas y lleva en sí la íntegra maravilla del mar. Después, bajo la magia nocturna, que “cuatro estrellas crucifican”, la goleta guarda, “colgada de la noche”, todos los firmamentos y sus constelaciones. La noche ondula ante el navío y una estrella filante la parte por mitad. El barco marcha en pos de los cuatro hemisferios y sincroniaza el temblor cromático de todos los horizontes. Y sabe todos los cantos; ha sentido todas las emociones. Y también la tierra. Simultaneíza el Futuro y el Pretérito. Vibra más allá del espacio y del tiempo. Es igual a Dios.

DIVAGACION.

No es de hoy ni es de ayer el intento. Quizá viene haciendo su camino desde el minuto mismo en que nació la poesía. Si lirismo es (como define Ortega y Gasset) “la proyección estética de nuestra tonalidad afectiva”, no deben haber faltado desde un principio quienes comprendieran y sintieran la insuficiencia—más que eso, la inhabilidad—de los elementos y medios usados. El hombre escribe para traducirse. Por eso, no es osado suponer que junto con percatarse de las limitaciones y deficiencias de sus modos de traducción, debió iniciar la búsqueda de otros más apropiados y más justos. Yo me imagino la dramática angustia con que estos apolonidas, precursores del revolucionarismo de los tiempos futuros, hurgarían dentro de sí, luchando con su imperfecto cerebro y su idioma restringido, para encontrar el ritmo exacto de las pulsaciones de su alma y para volcarlo vivo y entero, en la savia de sus obras. Por siglos y siglos el empeño heroico ha sido continuado. Por siglos y siglos… Y nadie conoce el nombre de los mártires que quemaron su existencia y renunciaron a la gloria probable, explorando las tineblas, buscando en la negra selva interior la armonía única que duerme esperando el que habrá de arrancarla a la inmovilidad de un dormir embrujado. Pero, en la economía que rige la vida, ningún esfuerzo es, en definitiva, estéril. Por inescrutables y maravillosos procedimientos, todo impulso, aunque aparentemente fracasado, encuentra su ruta de perfección, y reencarna, siempre más evolucionado, un espíritu cada vez más vasto. Así el genio liberador de la poesía. Hoy, el hombre es casi el soberano de la selva de los sortilegios. Ante el horror de trasgos y de dragones custodios, se halla a punto de adueñarse de la virgen modalidad esencial. Sus asaltos a la sintaxis, a la lógica expresiva, a todo lo que perteneciendo a una actividad mental, y siendo de pasta silogística, ha constituido el tiránico camino obligatorio de la emoción, hacen pensar en la proximidad del día en que el espíritu hable su propio y hondo lenguaje. Algo que parece absurdo y que solamente es natural está gestándose: la expresión de la sensibilidad por medios propios, con prescindencia de los métodos, de las trabas y de las imposiciones intelectuales. ¡Locura!—claman alarmados los señores de cerebro sesudo y ordenado. Y nosotros: La emoción ha debido pedir prestados hasta hoy sus modos expresionales… ¿Es forzoso que siempre siga siendo así?

PARENTESIS CASI INDISPENSABLE.

Fué hace mucho tiempo. El salón silencioso se diluía en el crepúsculo. Aquí y allá, en los muros desvanecidos, algunos retratos porfiaban por defender de la sombra invasora las figuras, sutilizadas y cada vez más fantasmales, de legendarios caballeros y damas anacrónicas. Un perfume intraducible penetraba al espíritu, y, como en los poemas de Baudelaire, lo arrastraba en vertiginosos viajes por continentes quiméricos y mares de locura. De improviso, en los últimos planos de la sombra el reloj sonó la hora. ¡Extraña y penetrante música; sinfonía sin tema, sin frases, sin sentido!… Como un toque de tam-tam, generado en la insondable India de los misterios, suavizado y profundizado en un largo vagar por los innumerables senderos del mundo, así era, envuelta en el oscuro terciopelo de la hora, la difusa música, sin tema y sin sentido, del reloj. En la raíz de mis células resurgieron las mil metempsicosis de mí yo. En mi sensibilidad se produjo la síntesis inimaginable de cuantas encarnaciones hacen la suma de mi ser. Por algunos instantes tembló en “mi infinito desconocido” la vida integral del Cosmos, con su fabuloso ayer y su mañana posible: la totalidad de las alegrías fusionada con la totalidad de los dolores y de los espantos: toda la luz y todas las tinieblas. ¡Extasis extra-humano! En una concreción divina y oscura y fugaz fué en mí todo lo que desde el primer latido de la vida ha sido, todo lo que será. El reloj cesó su sinfonía sin frases y sin sentido. Yo volví a ser el manojo de nervios que va entre los hombres, absorto y lancinado. Sentí al ansia de prolongar el momento inefable. Para lograrlo quise reunir en mi mente sus elementos dispersos. ¡Burdo empeño! Mi facultad de concentración, mi ansia anhelosa sólo pudieron arribar a la construcción de un esquema rígido, yerto y vacío. El instante con sus incontables componentes heterógenos no era un instante mental. Tendía anular el raciocinio en beneficio de la sensibilidad, en función amplificadora del ignoto mundo intuitivo. El sonido misterioso del gong llegó a golpear en mis centros emotivos, exaltándolos hasta la hiperestesia. Y se produjo, con la perfecta prescindencia de la razón y de !a inteligencia, el prodigio exclusivamente emocional, el rebalse de cuanto vive en nosotros más allá de las facultades intelectuales. Mas tarde, cuando yo trataba de reconstruir el éxtasis, hacíalo por conducto cerebral, a base de conceptos, mentalmente. Usaba, por paradoja sin sentido los materiales que no habían intervenido en el milagro. Y sólo conseguía poner en pie un cadáver; galvanizado, acaso, pero siempre un cadáver. Idéntico proceso se sigue en la creación poética. Vivimos una emoción. Intentamos proongarla o reproducirla o vaciarla en el verso. Mas, por restricción fatal de nuestros recursos, vémosnos compelidos a transportar la vibración desde el trémulo recinto nebuloso y vago de la sensibilidad, al terreno claro, precise, inmóvil y helado del pensamiento. Tenemos que moldear con palabras, alineadas en disposición conceptual, algo que ignora el léxico, que desconoce la geometría y que es refractario al pensamiento. Realizamos, en verdad, una falsificación.

EL LIBRO.

Quizá nadie entre nosotros, separando el acre y desigual Pablo de Rokha, haya plasmado, como Salvador Reyes, poemas tan temerariamente encaminados a dar la ardua complejidad de sensación, la cambiante heterogeneidad de motivos que confluyan en una emoción. No cabe, sin embargo mayor distancia, entre uno y otro. Pablo de Rokha trata de abarcar la Vida desde sus más extensos círculos: la contempla con despiadadas pupilas, que quisieran ser impasibles. Tiene un sentido cósmico del horror de ser: percibe al individuo en su realización total: busca, encuentra y lanza a la violencia rítmica del canto junto a su creadora exaltación vital, el complemento trágico de sus grotescos aspectos interiores. Reyes, extraño al vértigo multitudinario, displicente despreciador de complicaciones universales, aristocráticamente concentrado en su interior, desmenuza sus melancolías y escucha la música desteñida de su corazón. Canta la canción de sus fibras. Para el solo existe el mundo en cuanto es prolongación vibrante de sus nervios, o en cuanto es el necesario ambiente donde repercute la pulsación quintaesenciada de sus horas. Y la totalidad de los puertos forman el núcleo de sus nostalgias brumosas; y aunque a todos ellos está amarrado por cadenas de pasión; y a pesar de que se halla identificado con cada uno por el desgarrón de las despedidas, siempre su numen se reduce exquisitamente, se condensa, y nos da, en definitiva, una faceta nueva, un inédito matiz de los más sabidos temblores del alma. Pero esta faceta y este matiz constituyen un universo enredado a otros universos. Y es para entregarnos la sutil interpretación de uno con los otros, para hacernos sentir su fusión inexpresable, que Reyes rompe con la clásica manera expresiva. Muy al revés de tanto Ingenuo bien intencionado, él no violenta el metro, ni el ritmo exterior; no pide al diccionario su socorro de palabras. Ha ido a la esencia del problema; se ha adelantado en el pensamiento, se ha sumergido en las fuentes generadoras; ha cogido las tremolaciones iniciales; ha descompuesto sensaciones y perfecciones, se ha posesionado del hondo secreto melodioso; y ha tornado de su imersión a la propia profundidad rico de arcanas tonalidades, millonario de imprevistas sugerencias. Naturalísimamente ha reemplazado la prosodia de la razón por la prosodia de la emoción; y su voz, su ritmo, su cantar, pasan, desbordados de osadía, sobre los límites de la conciencia, para ir a clavarse en la ignorada región de sombra del sentimiento. Así, la comunión estética se verifica en toda su plenitud; el canto que naciera de la cima negra del sor ve a sumirse tersamente en las almas, y vuelca su mensaje en el divino mar sin contornos que está más allá de la comprensión lógica, y en cuyos límites nocturnos se extravían los intentos de avance del pensamiento.

ELOGIO.

Salvador Reyes es un poeta nuevo. Y lo es, en toda la amplitud de esta afirmación, no por tener veinte años y haber publicado un primer volumen de versos, sino porque ha mirado y ha sentido con la virginal originalidad de un hombre nuevo; porque dentro de un mundo ha recorrido caminos que antes nadie entre nosotros había transitado; y porque al salir de esos subterráneos resonantes, agitando tal un florecido tirso de polifonías, la reminiscencia orquestal de su yo, no se ha preocupado de que los acomodaticios burgueses del siglo XX lo comprendan. Reyes ha sido uno de los primeros en afirmar (con el argumento de la propia obra) que la poesía es música, y que la música no se piensa: se siente. ¿Que su numen es limitado? ¿Que acaso podría reducirse a las esbeltas y lánguidas líneas seleccionadas de una silueta femenil? Si: ya lo dijimos. Pero conviene no olvidar que el conjunto es como una fina y sensitiva antena encantada a la cual convergen las vibraciones de todos los polos. Y así cada armonía confusa de las nubes y de las estrellas. Salvador Reyes parte por medio la sensibilidad de los hombres. La estela de su barco inicia dos lasgos escalofríos: uno que sacude de espanto o de indignación a las mentes ya cristalizadas; otro que inunda, tal una oleada de deleite, los nervios de quienes creen que la última palabra no se dirá nunca; que las posibilidades humanas son infinitas, y que quién sabe si (¡oh herejía) sea más allá de la conciencia donde principia el hombre.

Fernando G. OLDINI