EL ESPIRITU DE CHILE

“Hasta ahora los atacados habían sido personas del bajo pueblo, gañanes y niños de familias humildes, pero hoy, según se nos informa, acaba de producirse un caso en el centro de la ciudad, y en una casa acomodada. Toma pues, la epidemia, caracteres de extrema gravedad que es necesario considerar con la mayor atención.”

En la sección provincias de “El Mercurio”, en una información de Angol, se insertó el parrafito que nos sirve de epígrafe: Nosotros encontramos en esas líneas el espíritu que dominan en Chile. Cuando el sufrimiento hinca su diente en la carne del gañán, en el hombre inculto, en el desvalido, no tiene importancia. Es un hecho pálido, sin relieve, que no preocupo a nadie. Ya pueden reventar todos, ya pueden perecen o sucumbir. Hay tantos gañanes! Sería majadería enternecerse… Pero cuando una epidemia o cualquiera cosa equivalente dentra en una casa acomodada, por poco no suenan las campanas, no se paraliza el tráfico o se atenúa la vida política. En la peor de las circunstancias, se declara que el caso es grave, se reune la Beneficencia, se agitan los vecinos y los parlamentarios de la oposición llevan un estremecimiento al Gobierno y los periodistas, reúnen antecedentes para las biografías. Los gañanes son considerados únicamente para el efecto de trabajar y también para el caso de imponer un nuevo impuesto. Nuestro país parece que existiese solamente para la clase usufructuaria. Todo nace en ella y a ella concurren todas las cosas, a su término. Es inútil que los obreros se desplomen de los andamios, sufran la explotación del grisú, sean invalidados por las máquinas, aplastados por los vehículos, consumidos por las industrias y lisiados por las actividades de la tierra y del mar. Es inútil. Ninguna ley los compensará de los accidentes, y en caso de perecer, nada ni nadie impedirá que su prole salve la zozobra del hambre. Sin embargo, cuando algún mal amenaza la casa del rico, con qué solicitud tan grande surge la ayuda; los que tienen el poder en su mano, se conmueven casi hasta las lágrimas. A veces, no es ni siquiera menester la sombra del peligro para solidarizarse con el que es fuerte. Basta que éste desee establecer una industria para que el Parlamento, solícito, grave la extranjera; es suficiente que exprese su deseo de explotar un bosque, para que, inmediatamente se le conceda una montaña; no tiene más que indicar su anhelo de vagancia, y prontamente se le costea un viaje y se le encomienda una misión ante majestades o dignidades lejanas; apenas quiere poseer una renta, se le crea un puesto que no le demanda sino el sacrificio de ir, mensualmente, a la tesorería; para él no se han creado ni las antesalas hostiles, ni las respuestas cortantes, ni las mentiras disfrazadas de promesas; para él todos los caminos están bañados de sol y se prolongan hacia un horizonte sin abismos. Empero, no son los acaudalados quienes investigan, crean las obras de arte, dan espíritu al hierro fecundan los campos; tampoco son ellos los que ponen su voluntad por sobre las tempestades del mar, ni son de esa clase los que languidecen en los laboratorios, ni los que en beneficio común exprimen los elementos, ni aún aquellos que hacen el pan, fabrican la tela, construyen las viviendas y realizan cuanto da variedad a la vida ciudadana. ¡Ah!, es empeño vano que levantemos nuestros puños, que nos dejemos esclavizar por la exaltación, que permitamos el estallido de nuestra sensibilidad. Los que investigan, los que crean y los que se consumen en un trabajo mecánico, están demasiado abstraídos en su tarea y muy distantes de la evidencia que nosotros entrevemos. Ellos, a pesar de soportar sobre sus hombros la montaña de los siglos y a pesar de sentir que el cansancio se les renueva, creen que todavía pueden resistir un poco más. Además, ellos temen volcar un volcan que han creado; pero, ¿acaso es lógico que estén las espaldas eternamente curvadas por temor a que ruede un mundo que no los ha dignificado ni les ha servido? ¿No es preferible que se rompa el equilibrio, a condición de que todos los hombres puedan, en el mismo instante, mirar abiertamente al sol?

GONZALEZ VERA.