LA VIDA LEJANA

LOS DIAS INÚTILES

El mal tiempo me quitaba deseos de salir, y a medida que los días corrían me iba quedando más solo. En las tardes nadie venía a buscarme, y—sin libros—las horas resbalaban sobre mi absorta inactividad. A veces una mala angustia me tiraba, hecho nudo, sobre el lecho. La lluvia caía densamente y largamente; los vientos roncantes descendían de los cerros; y la luz del crepúsculo se acongojaba como una moribunda detrás de la ventana que daba al río.

LA TORMENTA DEL AMOR

Quise refugiarme en el anochecido país de sus ojos, contener en ella las fuerzas oscuras que me poseían, aquietar los tumultuosos impulsos que como agua sin cauce me invadían y me desesperaban. Escogía las tardes tranquilas para hablarla, las noches puras. También para callar solos, en el pueblo pobre, lejos de todas las voces. Amábamos fijar nuestros ojos juntos en un mismo arrebol del día terminado. O besarnos largamente bajo las altas estrellas numerosas. Pero dedos desconocidos trabajaban en silencio la arcilla de nuestros corazones. Hacían lámparas de incendio, ánforas de pasión, vasos de la sed infinita. Un gran viento de fiebre precipitó nuestras palabras y aleteó como un pájaro siniestro sobre nuestros cuerpos enamorados. Huí de ella como huyen los pájaros de los incendios. Ahora, demasiado tarde, la nostalgia; mi corazón sigue incendiando las cosas que toca y huyendo de ellas como un pájaro de fuego.

HOSPITAL

Un dedo de sol amarillo que podía atravesar el cortinaje era, a menudo, el único centro de mi existencia. Lo miraba abrillantarse, distenderse, diluirse. Los gemidos de mis compañeros de sala me sacaban, a veces, de aquella obsedante observación, y toda la tristeza mortal de aquellas salas de enfermos se vaciaba de súbito sobre mi corazón derrotado. Convaleciente, recorría a pasos lentos los corredores extrañamente silenciosos. Las Hermanas cruzaban a mi lado en sus trajines de todos los días, y, a veces, un trémulo grito angustioso me detenía cerca de una ventana o frente al hueco de una puerta. Fragantes matas de azaleas llenaban las orillas del patio, frente a mi sala. Me sentaba entre ellas, por las tardes, desgranado desvariadas meditaciones. La noche caía de bruces sobre el Hospital; sus oscuros dedos palpaban las heridas de los moribundos, y se acostaba al lado de ellos, infinitamente acechante. Posesos de la fiebre, deliraban los enfermos en la alta noche. En centro del patio las monjas tenían un altar a la Virgen: una gruta roquediza, trepada de enredaderas. Era el único punto luminoso en medio del Hospital en sombras. De día y de noche estaban encendidas todas las velas de aquella hornacina, y yo iba encendiendo uno a uno mis cigarros en aquellas sagradas llamas que el viento de la noche hacía vacilar.

TIO LORENZO

Nunca escuché tus historias tío Lorenzo, tus viejas historias campesinas. Oía tu voz y tus simples palabras, el rosario ferviente de tu malaventurera vida, la gesta oscura de tu existencia poblada de recuerdos. Pero entonces nada supe de ti, y, mientras hablabas, mi alma distante iba viajando, tío Lorenzo, por otros países, y si te veía era a través de un humo que hacía vagas y lejanas todas las cosas. El brasero crepitaba y ardía su incendio familiar. La lluvia resbalaba sus ramajes transparentes sobre la casa dormida. Tu hablabas, tío Lorenzo, contabas largamente; y muchas veces mientras hablabas, oscuras mariposas de ensueño cruzaban aleteando desde mi corazón hacia lo desconocido.

EL CAZADOR DE RECUERDOS

No quiero revivirlos, y casi los odio. Los desentierro, y rompo de nuevo sus viejos surcos para que ahora queden enterrados para siempre. No son mi riqueza: soy más del minuto ignorado que del conocido. Amo prolongarlos en una lucha desigual contra la vida y el tiempo. He hundido mi brazo en el pasado y, al levantarlo hacia el futuro, gotea cosas extrañas, como las algas chorrean azules del mar. Vivo inconteniblemente alzado bajo el fugante látigo del tiempo; y mi corazón prepara el ubicuo flechazo que ha de rebotar temblando en el último horario de las últimas tinieblas.

Pablo NERUDA.