CONSIDERACIONES CONTRA EL PARLAMENTO

CARTA A DON CARLOS VICUÑA FUENTES

Estimado amigo: Desde que comenzó el presente año, su nombre ha sido vinculado a un cargo político. Algunos jóvenes que todavía creen en la eficacia del medio parlamentario, desean llevarlo como diputado en las próximas elecciones. Nosotros querríamos saber hasta qué punto esa iniciativa cuenta con su aceptación y querríamos conocer, además, su opinión acerca de la acción parlamentaria. Para nosotros, la moral y el parlamentarismo son términos opuestos. Comprendemos perfectamente que anhele ser diputado un comerciante, un vividor, un humorista o un escéptico; pero nos resulta incomprensible este deseo en un hombre de honradez intransigente y de ideales puros. Sabemos que usted no desdeñaría ninguna tribuna, siempre que desde ella pudiese exponer libremente sus principios; y creemos que si decide ir al Parlamento, lo hace impulsado por el deseo de servir a los demás; pero nos figuramos a la vez, que para cumplir ese deber es menester servirse de medios honestos. Y vemos que nadie puede llegar al Parlamento sin transigir, sin ser un poco tolerante con las prácticas viciosas, sin someterse a condiciones que en otra situación serían ofensivas para un hombre íntegro. De los hombres que están vinculados a usted por razones de afecto y de ideología, la mayor parte no está inserita o es contraria al régimen político existente. Ahora la masa electora, los ciudadanos legales no tienen conciencia ni desinterés para designar a los hombres más aptos. Y fuera de esto, dudan, sistemáticamente, de la honorabilidad de todos los candidatos. La experiencia les ha enseñado que nadie va a la Cámara por el anhelo de mejorar la situación del pueblo. Y, en consecuencia, los votantes venden sus votos al que mejor se los pague. Nada le importa a los ciudadanos que el candidato sea un timador o un hombre honrado. No hay compensación entre el daño que estas miserias provocan y el bien que pudiera hacerse cuando se hubiese conquistado la tribuna parlamentaria. Los jóvenes que propician su candidatura pertenecen aun partido cuyas ideas no sabemos hasta qué punto concuerden con las suyas. Si usted acepta la candidatura que le ofrecen, pasa desde ese momento a ser un objeto del partido y tiene que solidarizarse con las actitudes que este adopte en cada circunstancia. Y ese sacrificio de la personalidad y ese sometimiento son inútiles, porque el partido a que nos referimos no es una agrupación ideológica. Como todos los demás partidos es más una mancomunidad de intereses materiales que un grupo de propósitos ideológicos o que un impulso espiritual. Siendo prácticamente, ese partido, el instrumento de tales o cuales intereses, no rechazará ningún medio que acreciente su órbita de influencia y traicionará el espíritu cotidianamente. Porque son agrupaciones de intereses los partidos de Chile confían poco en la eficacia de sus programas. Cuando llega el momento de las elecciones, sin el menor escrúpulo, compran votos, y, naturalmente, el vencedor no es el que presenta candidatos más íntegros ni tampoco el que ofrece la materialización de un programa democrático. El vencedor es quien teniendo más oro puede adquirir más votos. Si la masa electora abdica de su soberanía mediante una suma cualquiera y si los partidos realizan sus funciones políticas comprando la voluntad popular, es lógico suponer que los “representantes del pueblo”deben ser comerciantes o emisarios de los comerciantes. Y la acción que el Parlamento desarrolle, también es lógico suponer, que no podrá tener un objetivo público, una finalidad social, sino privada. El Parlamento que tiene como bases las que acabamos de enunciar, no podría ser más una institución encargada de invertir en beneficio de algunos la riqueza de todos. Si usted resultara elegido, no representaría al pueblo sino a un partido, o más propiamente dicho, al dinero de los capitalistas del partido. En tal situación usted estaría moralmente inhabilitado para lanzar cualquier protesta, para insinuar cualquier idea que tendiese a vulnerar la situación privilegiada de algunos grupos. Usted se hallaría en las condiciones de un empleado superior. Nuestros país no es más que una gran empresa explotada por la oligarquía que todos conocemos. Los que no pertenecen a esa oligarquía o involuntariamente, están subordinados a ella. Son sus empleados. Tienen fatalmente que trabajarle. De otro modo no sabrían de dónde sacar el pan que cotidianamente comen. Es cierto que los empleados y los trabajadores de todos los oficios son innumerables. Pero hasta ahora no han demostrado la ventaja de ser innumerables. La oligarquía, el capitalismo, la aristocracia, lo poseen todo y los demás están a su merced. Ella paga a unos para que hagan justicia, a otros para que dicten leyes, a otros para que las apliquen, a otros para que las toleren. Todas sus oficinas, todas sus instituciones han sido creadas para facilitar su propia conservación. Desde dentro no se puede más que servir a los amos. Lo demás sería inconsecuencia intolerable. Dentro del régimen de propiedad, ningún organismo oficial puede sustraerse a su influencia; pero nosotros podríamos suponer que el Parlamento, en un momento determinado, pudiese funcionar libre de toda presión. ¿Sería en esa circunstancia inverosímil, más digno de crédito, más respetado o tolerable? Nosotros lo negamos. Y lo negamos, porque el Parlamento se basa en la representación y esta constituye un abuso, además de ser en sí imposible. Los hombres, fisiológicamente, tienen las mismas necesidades, pero difieren hasta lo infinito en la capacidad de satisfacerlas. Y si entramos a la zona más imprecisa de las aspiraciones espirituales, vemos que ya no solamente se trata de diferencias sino de contradicciones profundas. Nadie, absolutamente nadie, puede, por estas razones, tener la pretensión de representar a otro. Y ahora, antes de firmar una última consideración: si usted, al ir al Parlamento lo hiciera por el deseo íntimo de vindicarse, de limpiarse de las injurias que le han lanzado personas mentalmente irresponsables, crea que también sería una equivocación, porque ¿cuándo un hombre honrado, para vindicarse, ha necesitado hacerlo ante los ladrones? Por otra parte, Ud. quedó vindicado, puesto que la opinión pública, apenas se produjo su destitución, abandonó al Gobierno. Recordará usted que este no tuvo entonces más simpatías que la que pudieron ofrecerle los militares, la policía y los políticos agiotistas.

Sus amigos:

José Santos González Vera, Juan Gandulfo, Elena Caffarena, María Marchant, Carlos Caro, Pedro Gandulfo, Rafael Cabrera M., Abraham Schweitzer, Ricardo Gálvez Rivas, Carlos Navarrete H., Armando Cruz, José Bugueño, Martín Bunster, Jilberto Zamorano. Augusto Pinto, Julio Valiente, Alberto Aracena, Amaro Castro, Arturo Alvarado, Rogelio Ormazábal, Luis H. Pinto, Armando Triviño, Galvarino Troncoso, Aurelio Ortiz, Pedro Calderón, Manuel A. Silva, M. J. Montenegro, Pablo Neruda, Alfredo Demaría.

Nota: Las adhesiones que recibamos a esta carta serán publicadas en el número próximo.