Cuento Seráfico

La tierra les resultaba lugar estrecho; las gentes eran avaras y envidiosas, y por eso mismo, peleaban por cualquier pequeñez, por cualquier cosita que no agradaba a uno; enseguida ¡hurra! y a trompadas. Peleaban; vencían uno al otro y empezaban a hacer los cálculos de las ganancias y pérdidas, y cuando estaba hecha la cuenta quedaban extrañados. ¿Cómo es esto? Parecía que peleaban bien sin lástima, y resulta que no convenía. Dicen los Kusmichi: Si el mejor precio de un Iukichi es de siete kopeks, y para matarlo nos costó un rublo, casi 60 kopeks. ¡Qué cosa! Los Iukichi también calculan: El Kusmichi vivo no valía ni medio kopek, y para aniquilarlo costó 90 kopeks. ¿Cómo es posible? y resuelven: Hay que preparar muchísimos armamentos, entonces irá la guerra más ligera, y el asesinato costará más barato. Los comerciantes, mientras llenan sus bolsillos, gritan: «¡Muchachos salvad la patria!». «Debéis sacrificaros por la patria». Preparan un sinnúmero de armamentos; esperaron un tiempo propicio, y a mandar al otro mundo uno al otro. Pelearon, pelearon, venciéronse el uno al otro, y otra vez a hacer balance de las ganancias y pérdidas, ¡Qué alucinación! Pero, dicen los Kusmichi, algo raro nos pasa; antes, por un rublo, 60 kopeks, matábamos a un Iukichi y ahora cada alma destruida nos cuesta 16 rublos. Entristecen. Los Iukichi tampoco estaban alegres. ¡Va mal; tan caro nos sale la guerra! Pero, como gente testaruda, resolvieron: Hermanitos: ¡hay que perfeccionar más la fabricación de armas homicidas! Y los comerciantes, aprovechando, gritan: «Muchachos la patria está en peligro!”. Y mientras tanto suben poco a poco los precios de las alpargatas. Desarrollaron mucho los Iukichi y Kusmichi la técnica del homicidio. Saquearon... y, a contar las pérdidas y ganancias; y... el mismo resultado. Un hombre vivo no cuesta nada y para matarlo cuesta cada vez más caro. En los días de paz se quejan los unos a los otros. «Nos arruinará el negocio, dicen los Iukichi». «Hasta lo último nos arruinará»,contestan los Kusmichi. Y, sin embargo, por una cosa de nada, otra pelea. Los comerciantes, con los bolsillos repletos, se quejan. ¡Estos billetes nos martirizan; cuanto uno más tiene, siempre parece poco! Siete años pelearon los Kusmichi y los Iukichi. Acometieron el uno al otro sin lástima; destruyeron pueblos enteros; quemaron, aniquilaron, hasta a las criaturas de cinco años obligaron a tirar de las ametralladoras. Llegaron a tal extremo, que algunos no tenían más que alpargatas y otros nada. Desnudos iban los pueblos. Vencieron unos a los otros, y, a contar las ganancias, total: pérdidas, y quedaron fríos unos y otros. «Muchachos, como vemos, estas matanzas nos salen muy caro, y no son para nuestros bolsillos. Miren, la muerte de cada Kusmichi nos cuesta 100 rublos». ¡No!, ¡no, ¡no!. Hay que tomar otras medidas. Se aconsejaron y salieron a la orilla del río, todos juntos. En la otra orilla estaban también reunidos sus enemigos. Se miran unos a otros y se avergüenzan. Pasados unos minutos indecisos, gritan de una orilla a la otra: —Ustedes ¿qué? —Nosotros, nada. ¿Y ustedes? —¡Nada! Salimos así no más, a ver el río. —Y nosotros... Se quedan otro rato indecisos, luego gritan: —¿Tienen ustedes diplomáticos? —Nosotros, sí ¿y ustedes? —Y nosotros... ¡Mírenlos! ¿Y ustedes? —Sí, pero nosotros, que... —¿Y nosotros? Nosotros también... Se comprendieron unos a otros; ahogaron a los diplomáticos en el río y empezaron a hablar claro. —¿Saben a qué venimos nosotros? —Tal vez lo sepamos. —Y a qué? —¿Quieren hacer las paces? Se extrañaron los Kusmichi. ¿Y cómo lo adivinaron ustedes? Y los Iukichi, sonriendo, dicen: —Pero, si nosotros también venimos a esos. ¡Muy caro nos sale la guerra! —¡Justamente! —Aunque ustedes son pillos, quieren vivir en paz, ¿eh? —Aunque ustedes, también son unos ladrones, pero estamos conformes. —Viviremos como hermanos, por Dios; nos saldrá más barato. Todos se pusieron contentos, alegres; bailaron, saltaron como enloquecidos; prendieron fogatas, hicieron pillerías; robaron caballos unos a otros, y abrazáronse y dijeron: —Hermanitos, queriditos, ¿qué bien, ¿eh?; aunque ustedes son... somos un alma y un ser, aunque se puede decir... Y los Kusmichi contestaron: —¡Queridos, todos nosotros somos... ustedes son algo... pero no importa. Desde entonces viven los Kusmichi y los Iukichi, tranquilos, en paz y se roban unos a otros como en tiempos de paz. Y los comerciantes viven como les manda la ley de Dios...

MAXIMO GORKI.