EL AMOR EN LA SOCIEDAD

Caminaba distraidamente, cuando de improviso frente a una iglesia, me detuvo una gran aglomeración de gentes. Pacos, curiosos, beatas. Un matrimonio. En ese momento salían los novios. Olor a incienso, flores, sombreros de copa, rostros empolvados... Hube de atravesar a la otra acera y casi me atropella un auto. Pasado el susto, me vine rumiando pensamientos envenenados.

La sociedad con su matrimonio y sus hipócritas limitaciones amorosas, me dá la impresión de la calle Eleuterio Ramírez. Tras de todas las puertas hay mujeres que atisban y llaman. Si nos detenemos, melosas y risueñas, nos llamarán simpáticos y nos invitarán a pasar... Pero cuando se enteran de que nuestra, cartera va desprovista, nos volverán las espaldas y nos espetarán algunas groserías... En cambio, si vamos adinerados, las obsequiosidades aumentarán y hasta la proxeneta acudirá al salón y nos ofrendará genuflexiones y cumplidos. La “niñas” poco solicitadas acudirán también y beberán a nuestras expensas. Y de este modo, gracias a la buenamoza, la alcahuete podrá resacirse de las pérdidas que le origina el mantenimiento de aquellas que no entran hombres... En nuestra sociedad—pese a la que griten los moralistas a la violeta—ocurre igual cosa. Las madres, por inconciencia o por falta de moral sólida, se convierten en verdaderas proxenetas de sus hijas. Desde pequeñas les rducen sus aspiraciones a una sola, grande y exclusiva; el casarse pronto y bien. Las muchachas convencidas de esta necesidad estudian apresuradamente y tratan de asomarse a la calle, lo más pronto posible. Los aristócratas, en su afán de poetizar las inmundicias, llaman a esta primera salida a la puerta, estreno en sociedad. Están ya a disposición del transeunte el primer adinerado que pase se quedará con ellas. Si hay desacuerdo en cuanto al precio de venta, entrará a actuar la proxeneta inconciente y calificará si el interesado es o no un partido... Por supuesto que tanto en la calle galante, como en la sociedad hipócrita, el amor está en completa bancarrota... Eso si que es más fácil encontrarlo junto al tufo del vino y las procacidades de las mujerzuelas, que entre el olor a perfumes y las frases almibaradas de la gente bien. Las que llaman infructuosamente, o en otros términos, las que no se casan—por fealdad, por pobreza o porque pasaron desapercibidas ante el transeunte demasiado presuroso—sienten pesar sobre sus vidas, eternamente, el estigma fatal. Aún en sus hogares las afrenta la marca candente. Son las fregonas de las casas; las amas secas de las hermanas felices. Excluídas del amor, deben ser insensibles al cosquilleo de sus sangres jóvenes; deben resignarse por toda una vida a la esterilidad desgarradora. Y ¡desgraciada la que desoiga estos preceptos morales! Las adúlteras, los borrachos, los degenerados babeantes, le escupirán su ponzoña infamante. ¡Esta es nuestro moral! Los mozos pudriendo sus carnes en los prostíbulos y las muchachas revolcándose en las sábanas de sus lechos virginales, sintiendo los estremecimientos de sus carne que pugnan por entregarse Pero, ¡allí están los moralistas! los que aceptan a las viudas y repudian a las que amaron por encima de los vínculos, de la sociedad podrida y de los billetes asquerosos. ¡Allí están, chorreantes de lujuria y de vicio! Y de todas estas inmundicias ha surgido, como una estatua de estiércol la muchacha moderna. Prostituta del espíritu, conocedora en teoría de todas las podredumbres, falta de instrucción y horrorizada ante la maternidad que afea el cuerpo y crea deberes odiosos.. Es la demi-vierge de Provost. Es la que lleva hasta el lecho nupcial un cuerpo asquerosamente profanado con un himen intacto. En la integridad de esta membrana inútil reposa todo un negro edificio amasado de lágrimas, abortos y crímenes. ¡El honor! La posteridad nos clasificará llamándonos los trogloditas de la moral del himen. Y estará en lo justo. ¿Y qué decir de las comedias grotescas de la primera noche de matrimonio, en que el falso recato, los astringentes y las lamentaciones hábiles, valen por toda una vida de puritanismo y por todas las leyes del honor? ¿Qué dicen los moralistas de aquellos casos en que la simple ley fósica de la elasticidad permite la virginidad anatómica hasta él día del parto?...

Luis SEPULVEDA ALFARO

16 de Junio de 1923.