Un crítico nuevo

El compañero Silva Castro es un joven activo, diligente trabajador. Conoce una barbaridad de libros y a los cuales cuida mucho. Todo esto, indudablemente, lo hace muy recomendable para ser empleado en cualquier biblioteca y aún para llegar a ser jefe de ella. Pero él, en vez de hacer esto, se ha dedicado a ser paco de la literatura, y decir lo que es hermoso y lo que no lo es; acaso mengano es poeta o no, y si fulano fué una promesa y ahora no es nada. Talvez esto estaría bien en otro tipo a fin de que los buenos burgueses sepan a que atenerse con respecto a lo que se publica, ya que ellos, fuera de explotar al prógimo y de llenar la barriga, no saben, generalmente, donde están parados. Pero para hacer esto, es preciso pensar, sentir, tener cultura y no meterse en lo que no se sabe. Cuando principió Silva Castro, principió hablando mal del señor Donoso, del señor Alone y de otros señores. Pero después se puso a hacer lo mismo que estos caballeros habían hecho ya, talvez con mucho menos vulgaridad: aplicar—para juzgar la belleza, la vida—, un criterio aprendido en libros, reglas escolásticas etc. Pero él no se ha preocupado de pensar, no ha pensado nunca, ni menos se ha formado una visión propia de la belleza, ni sabe nada de la vida. El es un buen señor que ha leído mucho, que se sabe muchas reglas gramaticales y métricas pero que no sabe nada de cosas espirituales. Porque las cosas espirituales no son las reglas gramaticales ni el buen gusto burgués, como la belleza no son los polvos de arroz, ni la elegancia, el andar hermafrodita. Como la cultura no es haber aprendido añejas teorías en libros fofos y aburridos. La vida no es buena ni mala maestra. Es uno “lo que quiere ser y lo que puede ser”. Un hombre que vive sin reglas y sin muletas espirituales, de todas maneras es una cosa hermosa. Pero un hombre que quiere pasar por árbitro de la belleza sin más méritos que haber leído, mucho, sin comprender nada, molesta, cuando no da risa. Está bien que se quiera engañar a los burgueses, pero no a la gente que ve un poco más allá de la punta de sus narices. Primero hay que aprender a pensar y a vivir, y después—si se es capaz—se puede dar juicios, honradamente, sobre los demás. A mi no me molesta que se piense lo que quiera de mí; cada uno es dueño de pensar lo que le da la gana de quien quiera. Pero bueno es no meterse en lo que todavía no se sabe, así como yo no me meto en cuestiones gramaticales de las que no tengo noticia alguna. Otra cosa seria ser intruso y en este caso se molesta o se hace el ridículo y la gente seria se ríe de uno.

Renato MONESTIER